cultura
Hugo Candelario González Sevillano, la marimba de fuego del Pacífico
El maestro guapireño enamora al mundo con su marimba de chonta y pinta el Pacífico en canciones.
27 de jul de 2025, 03:30 p. m.
Actualizado el 27 de jul de 2025, 03:30 p. m.
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En un breve espacio, convertido en estudio, en la terraza de una casa del barrio Panamericano, al oriente de Cali —como desde hace muchos años—, el maestro Hugo Candelario González Sevillano ensaya con los músicos y cantantes de su Grupo Bahía, y una invitada, Isabelita Perlaza, hija de un gran amigo músico suyo, Walter Perlaza, para el que será el concierto de sus vidas. “Vamos al unísono, mientras ustedes buscan esa voz”, dice él y pide un fa sostenido, mientras se escucha repicar su marimba, y se le van uniendo los demás instrumentos, y la voz joven y femenina que canta: “Caderona, vení meneate”.
¿Qué simboliza este concierto para Cali de Bahía, a sus 33 años de carrera artística?
Queremos brindarle a la ciudad un concierto de gran envergadura, un pago profesional bien importante haciendo un recorrido por nuestra discografía, bagaje y repertorio. Ya hay una madurez importante del grupo. Será un show con diseño de luces y escenográfico, bailarines y visuales. Bahía ya se merece ese nivel, el público se merece ese regalo de nosotros, previo al Petronio, el 2 de agosto, en tremendo auditorio, la Arena USC.
¿Habrá espacio para nuevos temas, como Nuestro Amor Primero?
Estamos lanzando una serie de canciones con sus videos. Hace poco lanzamos Nuestro Amor Primero, que se remite a ese amor inicial, de niño, inocente, ingenuo, limpio, que algunos tienen la fortuna de conservar, muy romántico y fantasioso. Bahía siempre está mandando mensajes de esperanza y de amor propio por su tierra, por sus costumbres, por la vida.
¿Cuál es su amor primero?
Se me aparece una imagen de una niña, no recuerdo su cara, pero sí la sensación de ese amor limpio, antes de los traumas, de las heridas, de los fracasos... El recuerdo de Guapi, en el Pacífico, ese paraíso en el que me tocó criarme y vivir, la selva, las costumbres, la música, la cultura, los maestros, los amiguitos, el río, mi familia. Fue una niñez muy bonita. Pero las cosas van cambiando y hay que irle buscando la comba al palo.
Su amor primero en la música fue la marimba...
Sí, la conexión con la marimba de chonta es inicial. Mi madre me da a luz en medio de un incendio —por eso me llamo Candelario—, tuvieron que llevarla por el río porque las tres calles del pueblo estaban en llamas, y dice la leyenda que mi maestro, Gualajo, fue quien la llevó en lancha hasta el hospital. Yo estaba conectado con la música desde mi nacimiento, y en mi niñez, en el primer piso de mi casa había un almacén de artesanías, donde tuve mi primer contacto con la marimba, los cununos, los bombos y guasás, y ahí llegaban los maestros y maestras a dejar sus instrumentos, esa fue mi nutrición musical inicial. La flauta la aprendo en Bogotá, adonde me mandan a estudiar al bachillerato a los 11 años.

¿Hubo ilusión o desencanto en sus padres por su decisión de dedicarse a la música?
Mi mamá (doña Aura) sí tenía la esperanza de que yo estudiara medicina. Inclusive me presenté a las universidades del Valle, del Cauca, de Caldas, gracias a Dios, nunca pasé. Hubiera sido un médico frustrado porque yo me asusto con la sangre. Lo intenté, pero un primo me dijo: “Primo, usted no invente, usted es músico”, le hice caso y me fui al conservatorio. Cuando vi todo ese andamiaje de las partituras y las notas, pensé: “De pronto este tampoco es mi camino”, pero no me rendí. Comencé tarde, a los 20, estudié en el Conservatorio, en el IPC y luego en la Universidad del Valle. Pero siempre estaba tocando mi marimba, mi flauta, mi percusión, componiendo, viajando. El oído estaba y la herencia, la raíz de mis maestros, la cultura del Pacífico, porque por más que haya estudiado en Bogotá el bachillerato, siempre regresé en Semana Santa, en julio y diciembre, a Guapi, nunca me desconecté de mis raíces, ni en ese momento y ahora, mucho menos.
Una vez, en un almuerzo familiar, me preguntan mis papás: “Al fin, qué es lo que vas a estudiar, Hugo?”, “voy a estudiar música”, se quedaron en silencio —ya sabes los prejuicios que hay con el arte, bohemio soy pero he sabido conservar mi disciplina—. Y mi papá pampió la mesa: “¿Es que ustedes no saben de Beethoven, de Bach o de Mozart?”, me sentí muy apoyado por el viejo.

En Bogotá hice el bachillerato, y sin un peso, muchas veces, regresaba a mi Guapi, a conectarme con mi río, con mis maestros y amigos. A los 12 años ya estaba cogiendo mis buses para ir al colegio y rapidito, amistades. Nos llevaban grupos de música andina, eran mis héroes, yo decía “quiero ser como ellos”, me conecté con la flauta y durante el racionamiento de energía, en la hora Gaviria, de 6 a 7, en casa, aprovechaba para montar canciones y desarrollé cierto virtuosismo con la flauta. Luego estuve en la Marina, en Barranquilla y me metí a la banda de músicos. Cuando iba de adolescente a Guapi, mis amiguitos eran que la rumba, que la discoteca, que las noviecitas, yo prefería estar con los viejos, con el arrullo, me decían “parecés un viejo”, incluso hoy en día, cuando voy, prefiero estar con los Torres, con Don Genaro, siento esa conexión con los Torres, con don Silvino, con los maestros del pueblo, con las cantadoras.
En Guapi había un formato de arrullo que salía a la calle tocando su marimba y en Navidad, de niñito y adolescente, me pegaba atrás, aprendiendo, escuchando y disfrutando mucho eso. Es una conexión de alma o de misión. A mis 58 años ya, mucha agua ha pasado por debajo del puente, mucho análisis, autorreflexión. Hay un propósito de vida fuerte y cada vez, más claro.
¿Cómo era la Cali a la que llega en 1985?
Estaban en apogeo los 450 años de Cali y sonaban todas las versiones musicales de homenaje, recuerdo la de Farallones, sonaba la salsa de alcoba. Descubrí la Taberna Latina de Gary Domínguez y me enamoré de ese sitio, iba jueves, viernes y sábado, me nutrí de la música que llegaba: afrocubana, afroboricua, neoyorquina, el jazz, el latin jazz. Cali era muy vivible, disfrutable; la brisita, el ambiente, la gente, la ciudad siguen siendo una maravilla.
Isabel Peláez. Escribo, luego existo. Relatora de historias, sueños y personajes. Editora de cultura, entretenimiento y edición de contenidos digitales.