ARTE
Salvados por el arte: los testimonios de tres personas que transformaron sus armas en ejemplos de vida
Tres testimonios distintos y un solo amor verdadero a la vida. Liliana Hurtado, Jessica Jacinto y David Vélez se aferraron al arte para transformar dramas en sueños.
Liliana Hurtado es -junto con Mauricio Vergara, su compañero de vida-, la codirectora de En ‘Tránsito’, una película documental biográfica, que se estrenó a nivel nacional el año pasado, y que relata su historia cuando cae enferma de leucemia y su pareja la acompaña en ese umbral como su principal cuidador.
En dicho tránsito, un torbellino de preguntas —¿por qué a mí’?, ¿por qué ahora?, ¿por qué esto?—, la arrastró a indagar en el documental el sentido que la enfermedad traía a su vida a partir del diálogo no sólo con sus amigos, familiares, médicos y terapeutas, sino también en la revisión de poemas, álbumes familiares, ilustraciones, y diarios de sueños y visiones.
Luego de recibir cuatro ciclos de quimioterapia, Liliana decidió no seguir con el protocolo alopático (aplicación de remedios que en el ser humano sano producen fenómenos contrarios a los síntomas de la enfermedad que se intenta combatir), que le implicaba continuar con un mantenimiento durante tres años más. Y a cambio se lanzó a la exploración e integración de sí misma a través de la expresión artística, la alimentación, el movimiento corporal consciente y la construcción de relatos que le permitieron conectar con el potencial curativo de su cuerpo, como alternativa a los protocolos convencionales en el tratamiento del cáncer.
Según menciona Liliana, “los médicos son hablantes de un dialecto hermético que les separa del resto de la sociedad. Estas palabras en la consulta se convierten en murallas y no en puentes que pongan en común el mundo médico con el del paciente. Son palabras que a los pacientes nos producen vértigo porque nos asoman a lo desconocido”.
Algo fundamental es que el sistema médico debe pensarse desde la empatía hacia el paciente, quien es en últimas el que sufre la afección: “médico y paciente compartimos el mismo lenguaje pero no los mismos códigos”, afirma.
La danza y el movimiento como terapias
Liliana Hurtado tiene en sus redes sociales reflexiones sobre el documental y como mentora.
Instagram: @entransitopelicula y @lilianamovimientovital.
Facebook: Liliana Hurtado y EnTránsitoDocuconstelación
Mentora en procesos de sanación
Comunicadora Social de la Universidad del Valle, con estudios en Artes Plásticas, el oficio de Liliana hasta antes de enfermar, era el de la realización audiovisual, pedagogía en Artes Visuales y Comunicación para el Cambio Social. Pero la pasión por el universo de lo terapéutico la llevó a formarse como profesional de Antigimnasia (pedagogía corporal para lograr su equilibrio), Medicina Tradicional China, Danza Movimiento Terapia, Análisis Bioenergético (Terapia de integración psico-corporal) y Técnicas Terapéuticas Corporales Creativas.
“En este viaje me encuentro con Marlene Urbano (QEPD), quien recogió muchos conocimientos de medicinas ancestrales viajando a diferentes lugares... y con ella conocí como el cuerpo se expresa a través de las sensaciones como lenguaje y esto fue revelador a mi vida. Estuve en contacto con la sabiduría que te despierta el cuerpo y sus necesidades.
Ella me presentó a la autora de la antigimnasia”, comenta Liliana sobre su tránsito en este proceso.
Hoy Liliana es mentora en procesos de sanación, y acompaña a otros en el despertar de su sabiduría organísmica como agente de su propio cuidado, capaz de atender a su autoridad interior en la toma de decisiones que implica su sanación.
“Los momentos más críticos de tu vida son los que te han posibilitado crecer. Estos nos invitan a movernos y ampliar nuestra perspectiva”.
Liliana Hurtado Scarpetta, mentora en procesos de sanación
La experiencia de la enfermedad: momento semilla
Para Liliana, la sociedad enfocada en lo productivo, no le da lugar al dolor ni a la enfermedad, exaltando, por el contrario, el vitalismo y el placer. Por tanto, “la enfermedad es una experiencia que hace parte de nuestra naturaleza humana, que demanda parar para reparar, y recogerse en la oscuridad, al igual que lo hace una semilla, para germinar”.
Cuidar esa semilla implica, como lo dice su etimología, poner atención, y por ende, estar presente y en el caso de una enfermedad, es recordar que es lo importante y celebrar la vida en lo esencial: la respiración, la nutrición, el afecto y la relación con lo divino.
La enfermedad debe ser un momento inicial, de reconocimiento, encuentro y compañía con quienes nos rodean y apoyan en el tránsito propio de las dolencias: “Por otro lado, se nos olvida que la persona que enferma, más que paciente, es un agente de su salud, que tiene una autoridad interior y una historia y unos recursos: que al médico lo que le corresponde es acompañar y ofrecerle un protocolo desde su experticia y que es el paciente –en la medida de sus posibilidades-, quien decide si seguirlo o no, o si optar por otro tratamiento, porque nadie mejor que él sabe qué es lo que necesita, en qué cree y que puede”.
Liliana afirma que la conexión y la seguridad son condiciones necesarias para cualquier proceso curativo, así partiendo de su experiencia como paciente, acompaña como terapeuta y mentora, los procesos de sanación de otras personas, estableciendo puentes y conexiones más empáticos y emotivos. Así concluye: “Algunas necesitamos la pastilla, otras la savia de las plantas, pero todos y todas necesitamos ante todo, sostenernos en la mirada del otro”.
Una hija perfecta
A sus 24 años Jessica Jacinto ha modelado para grandes diseñadores y marcas. Su debut fue hace siete años en Miss Down Venezuela, motivada por la directora de su colegio.
Ella ama las pasarelas, y aunque no reúne los estereotipos que aún se imponen en un país de reinados por excelencia —con siete ganadoras de Miss Universo—, ella sueña con desfilar en París y Nueva York.
“Cuando salió por primera vez al escenario, nos dimos cuenta de que ama desfilar. Yo la tenía matriculada en gimnasia, pero no le gustaba, inmediatamente la saqué y la inscribí en una academia de modelaje”, cuenta su mamá Yanira Fajre.
“Siempre hemos sido las dos contra el mundo”, dice la ama de casa, de 55 años, que a la vez es la mamánager de Jessica. Su padre, Carlos Jacinto, comerciante, de 57 años; y su hermana, María de los Ángeles Jacinto, estudiante, de 23 años, han acompañado el proceso de la joven tímidamente, en especial el padre, quien no soporta las negativas que a diario recibe su hija mayor —quien completó sus estudios primarios y secundaria—.
Jessica tenía apenas 16 años cuando empezó. “Cuando la llevaba a los castings era como si estuviera llevando a un alienígena o a una persona de otro mundo, le cerraban las puertas porque, aparte de que no cumple con los estereotipos de belleza, de 1,70 o 1,80 metros y medidas perfectas: 90, 60, 90, tiene la condición de Síndrome de Down. Y es que si hoy por hoy Venezuela sigue siendo muy radical en esos paradigmas, usted se podrá imaginar hace siete años”, relata la madre.
Fue el diseñador Daniel Fabregas, venezolano radicado en Miami, quien un día contrató a Jessica para un desfile en su país y así se dio a conocer, ya ha desfilado en todas las pasarelas en diferentes ciudades de Venezuela y ha sido embajadora del Palacio de Blumer.
Pero aún hoy, cuando Jessica y su mamá acuden a casting, reciben muchos “no” por respuesta. “No ha sido un camino fácil, porque, mientras a nivel mundial se han cambiado los paradigmas, en Venezuela pareciera que estamos cerrados a la apertura, a la evolución. Tampoco ha logrado su sueño de ir a los ‘fashion show’ de Nueva York y de Milán, me dicen que es por su procedencia, porque Venezuela está prácticamente vetada en otros países. Pero creemos que el tiempo de Dios es perfecto, todo llegará en su momento”, dice la mamánager.
Por su parte, Jessica se autoexige, no le gusta que le digan “niña”, ni habla de su condición. “Le apasionan las fotos, las pasarelas y el mundo de la moda, y en un año ha avanzado mucho en el patinaje artístico. A veces le digo ‘Ya, Jessica, vamos a descansar un rato’, pero cuando ella ve que la pasarela no le ha salido bien, me dice: ‘mamá, otra vez’”, confiesa Yanira, quien ha tenido que aprender a modelar, a posar y a desfilar, para enseñarle a su hija, porque no ha encontrado agencias de modelaje ni mánager que la representen.
Eso sí, no faltan los diseñadores que quieran que luzca sus creaciones, aparte de Fabregas, Win Molina, GUillermo Figueredo, Gustavo Granado, Giovanni Scurato; Valencia Fashion Week, Caracas Fashion Week, Nova Novia, y ha hecho varias campañas publicitarias para marcas como Puma, Calvin Klein, Pinklemon, de Venezuela; Diane, de Colombia; Surtibarina, Tiendas Macutos, Varadero, Sada, y muchas más.
Para una sesión fotográfica de una hora le cobran hasta US$ 300, y por llevar su cuenta de Instagram hasta US$ 400, por eso es la propia Yanira quien hace los reels y las historias de su instagram a esta estrella en ascenso.
"Como mamá lloré mi luto, queremos hijos perfectos, pero más perfecta no pudo ser. Si tuviera que volver a traerla, no lo dudaría, es mi razón de ser, el amor más puro".
"He educado a Jessica como a mi otra hija, pero le he dedicado más tiempo, trabajo y esfuerzo a ella. Le apasionan las pasarelas, la moda y las fotos. Ya está incursionando en el patinaje artístico”.
Yanira Fajre.
Este año recibieron invitación desde Colombia, para participar en el Fashion Show de Bucaramanga, en agosto. Ya están ahorrando para viajar.
Tanto Jessica como su mamá conocen a la puertorriqueña Sofía Jirau, primera modelo con síndrome de Down de Victoria’s Secret. “La admiramos muchísimo, llegó lejos, gracias a Dios, abrió brechas. Espero que algún día Jessica rompa estereotipos con otras marcas tan radicales como era Victoria’s Secret”, dice Yanira. El problema, le dice a esta madre la gente, “es su procedencia, a veces se confunden, cuando decimos que nació en Valencia, creen que es la población de España, pero no, es Venezuela, y de inmediato contestan: “no la podemos contratar”.
El camino no ha sido siempre de rosas para Jessica. Ha sufrido de bullying todos estos años, su mamá ha tenido que leer comentarios crueles como “qué estupidez más grande meter a esa niña de modelo”.
Pero la situación se tornó peligrosa este año, desde enero, cuando una persona anónima empezó a amenazarlas a través de su cuenta de Instagram. “La he mandado a bloquear y regresa. Acudí a la Policía y están investigando. Las autoridades me dicen que es una mujer, tal vez una mamá, como Jessica es la primera en Venezuela en ser modelo con Síndrome de Down, creen que se puede tratar de un caso de envidia.
Pero esa persona debe saber que Jessica ha trabajado, que nos hemos llevado coñazos y no le deseamos mal a nadie”. Jessica le reclama el teléfono a su mamá para acotar: “yo creo en Dios mucho. Me gusta mucho la pasarela, porque me siento bella y hermosa. Mi sueño es ser modelo internacional, viajar en avión a Francia, Italia y Nueva York”.
David Vélez Gómez tenía 27 años cuando un accidente casero cambió su vida y sumergió su mundo en la magia y la fantasía.
El 10 de enero 10 de 2007 estaba en su casa con su hermana y hubo una fuga de gas, que al principio sonaba como un tubo de agua roto.
Tardaron 40 segundos en identificar qué era lo que realmente pasaba.
“Se había roto la manguera de una pipeta que alimentaba una tina y empecé a cerrarla. Duré un minuto y medio en hacerlo y mientras tanto me caía el gas en la cara y en el cuerpo, un aire frío con un olor maluquísimo. Yo me repetía ‘que no me pase nada’. Al final, que logré cerrarla, dije ‘gracias, Dios’, pero en ese momento vino hacia mí una bola de fuego del tamaño del marco de la puerta, y entré en pánico, vi las llamas que me envolvían y la onda explosiva me tiró un par de metros”.
Recuerda David que se levantó de golpe, como noqueado. “Mi ropa estaba en llamas. Salí al patio y algo me hizo recordar que cuando uno se está incendiando tiene que rodar por el piso, lo hice y cuando me puse en pie, el fuego en el pantalón se había apagado, pero la camisa seguía encendida y con una mano me la arranqué, todas esas fibras del poliéster de la pijama me quemaron la espalda”.
Él y su hermana terminaron en un hospital, con quemaduras y una fractura en el brazo. “Por suerte alcancé a cerrar la pipeta de gas, porque había más. Tuve quemaduras de primer y segundo grado en el 35 % de mi cuerpo, cara, cuello, brazos, espalda, pie, y partes que ya no recuerdo”.
“Mi actitud en ese momento fue de supervivencia, nunca me quejé, ni dije ‘¿Dios, por qué me mandaste esto?’, sino más bien ‘tengo que salir de esto’”, expresa.
Para él, esta experiencia llegó para darle mucha sabiduría, y “pegarle una reiniciada a mi vida. Al final todo ese dolor nada te lo calma y nadie puede hacer nada por ti. Te ponen droga, pero un ardor así nada te lo quita”, relata ya con la tranquilidad de quien lo ha exorcizado todo a través de la literatura.
“Estuve muchos días en el hospital, me hicieron seis cirugías de raspado, no me tuvieron que hacer injertos. Al final me pude recuperar bien”, continúa su narración.
Y fue mientras se recuperaba de sus heridas en el hospital, donde, sin saber si se iba a salvar o no, que empezó a rememorar aquellos años de juventud en los que escribía a mano novelas. Llegó a escribir cinco. Solía, además leer muchos libros de fantasía de variados autores, muy buenos.
Hasta antes del accidente había contemplado un futuro que parecía certero como comunicador audiovisual, pero aquel fuego que lo “reinició”, como dice él, llegó para darle varias lecciones.
“Me dije en el hospital, convaleciente, ‘si me salvo, me vuelvo escritor, para contar mis historias, y voy a empezar por esta’, y tuve la suerte de recuperarme”. Así que del año 2009 al 2011 planeó toda la saga del Caminante de Mundos y en 2017 terminó su primera novela: La Fuerza Imparable, luego siguieron El Ser Inamovible y La Fuerza Siempre Cambiante.
David vive actualmente en Medellín, pero prefiere que en su biografía figure “colombiano”, es un amante de El Pacífico, ya participó en El Flecho, festival de literatura de esta región a la que tanto ama. Y tomó fuerzas y valor para tocar la puerta de la editorial Panamericana, con tal suerte que contó con su apoyo para escribir su primera novela, “empecé a reescribirla desde el 2020 hasta ahora. Y este año me invitaron a la Feria Internacional del Libro de Bogotá o para presentar La Fuerza Imparable”.
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“Me dije en el hospital, ‘si me salvo de esta, me vuelvo escritor, para contar historias, y empezaré por esta’”.
De acuerdo con este escritor, el género de fantasía, al que están adscritos muchos de sus colegas hoy en día, “es como el helado que le gusta a todo el mundo”.
Su libro, cuenta el autor, “es la historia de un hechicero antiguo que está atrapado en un mundo un poco más moderno y tiene una premonición en la que interpreta su futuro. Lo que él cree es que para salvarse debe guardar sus recuerdos en un artefacto muy poderoso, pero el problema es que está en manos de uno de sus más grandes enemigos en ese mundo donde está, que es su ex esposa. Es una narración que cuenta sobre el presente, salta al pasado y vuelve a su época de niñez, cuando convivía con dragones y todo era magia. Es una mezcla de fantasía urbana con fantasía tradicional”.
Durante su recuperación, cuenta que tuvo muy buenos consejos de las personas más cercanas, “muchos me decían ‘no reniegues, pero pregúntale a Dios por qué te mandó esta situación, qué tengo que aprender de esto’”.
Fue él quien terminó concluyendo que aquella “prueba de fuego”, literal, le llegó para recomponer su vida, su camino, su destino, que era, dice, ser escritor. “Quiero contar historias de fantasía, donde la gente pueda caminar fuera de la realidad un ratico y viva varias emociones. Que la gente se divierta yendo a otros mundos. Yo he llegado a concluir que El Caminante de Mundos es el propio lector, que viaja a diferentes espacios”, concluye este escritor, quien hace año y medio está en una relación.