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Martin von Hildebrand
"Lo que yo aprendí, es que cuando uno quiere tratar de comprender a una cultura, primero debe conversar sin imponer ninguna visión propia”. Martin von Hildebrand, antropólogo. | Foto: Erick Morales Jiménez / Fundación Gaia

Cultura

Las esperadas memorias de Martin von Hildebrand, el antropólogo que pasó casi 50 años en el Amazonas

El antropólogo Martin von Hildebrand acaba de publicar ‘El llamado del jaguar’, donde relata sus casi 50 años de convivencia y luchas por la defensa de los derechos indígenas en el Amazonas.

29 de julio de 2024 Por: L. C. Bermeo Gamboa / Redacción El País

Su abuelo paterno escapó de los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, a través de una red clandestina en Marsella, con la que también ayudó a muchas familias judías. En su familia materna, algunos habían dado la vida luchando por la independencia de Irlanda. De modo que, desde muy pequeño en Nueva York, su ciudad natal y donde se ubicaron sus padres antes de radicarse en Colombia, si algo tenía claro Martin von Hildebrand es que solo se puede ser feliz cuando tienes la libertad de decidir sobre tu territorio, sea tu cuerpo, la cultura o el lugar de tus ancestros.

A sus 81 años, siendo el antropólogo más influyente en términos políticos que ha intervenido en favor de los derechos de autonomía territorial de las culturas indígenas en el Amazonas colombiano, Martin asegura que él no ayudó a estas poblaciones, como podría pensarse, llevándoles soluciones desde el mundo ‘civilizado’.

Martin von Hildebrand
“Estamos en un momento histórico fundamental para la Amazonía, pero debemos trabajar en cooperación, tiene que protegerse entre todos los países, no es suficiente con cada uno por su lado”, Martin von Hildebrand. | Foto: Cortesía Fundación Gaia

“Yo lo que hice fue acompañarlos en llevar ante el Estado sus propias ideas sobre el territorio que les pertenece”, afirma el ganador del Premio Right Livelihood en el año 2000, también llamado el ‘Nobel alternativo’, por su trabajo con la Fundación Gaia, que es vocera de 17 organizaciones indígenas de la Amazonía.

Como un mensajero entre dos mundos, Martin estableció diálogos entre la cosmovisión amazónica de las comunidades indígenas y la mirada burocrática de los líderes políticos en Bogotá. Fue así como en 1981 participó, junto con su hermano, el biólogo Patricio von Hildebrand, en la creación del primer resguardo indígena de Colombia, con 1 millón de hectáreas.

Para 1986, logró llevar su recado ante el presidente Virgilio Barco, que lo nombró director de Asuntos Indígenas, con lo que avanzó en la declaración de más resguardos indígenas, otorgándoles títulos de propiedad a sus comunidades. Y, durante la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, fue el vocero de las comunidades amazónicas para que sus derechos fueran reconocidos e incluidos en la que sería después la Constitución de 1991.

Pero, para hablar en nombre de los pueblos ancestrales, ser su mensajero, Hildebrand debió ganarse su confianza durante toda una vida, hacerse una presencia familiar y desinteresada, escuchar sus historias y contar la suya. Solo así tuvo el derecho de preguntar cómo podía ayudarlos en la lucha contra la colonización y la construcción de un destino propio.

En 1972, Martin entró por primera vez al Amazonas en busca de la cultura tanimuka, enviado por el antropólogo colombo-alemán Gerard Reichel-Dolmatoff, con la advertencia de que primero se sacara el apéndice, porque “una apendicitis en la selva y se muere”.

Martin von Hildebrand
El libro narra los años que el antropólogo vivió en el Amazonas. | Foto: Penguin Random House

Pasó medio siglo y como los sabios chamanes que se convirtieron en sus amigos, Hildebrand mantuvo silencio sobre su historia personal, solo hasta este año cuando finalmente publicó ‘El llamado del jaguar, mi vida en el Amazonas’, su libro de memorias, escrito con los apuntes que tomó en sus viajes y exploraciones etnográficas.

Es el relato en primera persona de una proeza que pocos reconocen, la de cómo el Amazonas se repuso a la explotación y la colonización, como las descritas en ‘La vorágine’ y, hoy en día, pese a las dificultades que persisten, “las comunidades indígenas son dueñas de manera colectiva e inalienable de 26 millones de hectáreas de selva ininterrumpida, sus derechos como pueblos están reconocidos en la Constitución Nacional de 1991, manejan sus territorios de acuerdo con sus usos y costumbres, y sus gobiernos locales son reconocidos como entidades públicas, lo que ha significado que puedan concertar y coordinar el desarrollo regional con distintos sectores y agencias gubernamentales”.

Desde una finca en las montañas de Boyacá, habla el hombre que se confundió como uno más entre las malocas del Amazonas.

—En su libro demuestra cómo la antropología tiene un gran poder para devolver a las comunidades sus derechos, ¿cómo cambió el paradigma del estudio de poblaciones al activismo?

Es que yo no estaba condicionado por una academia o una universidad, no estaba como muchos que llegaron al Amazonas para hacer su doctorado. Yo entré en el sentido libre, aunque me habían pedido que hiciera un estudio los del Instituto Colombiano de Antropología, solo tenía claro que iba en busca de los tanimukas y, al mismo tiempo, mi perspectiva era muy abierta, porque solo deseaba conocer y entender, no tomar nada de ellos para algún fin académico.

Pero mi posición se fue formando cuando me encuentro el maltrato de los caucheros, de los comerciantes y de los misioneros a estas comunidades, y reaccioné más que por mi formación universitaria, por mi familia materna, porque con ellos yo había conocido cómo Irlanda fue maltratada también, y por qué un pueblo necesita tener un territorio para poder vivir y expresarse y construirse, necesitan un reconocimiento de sus derechos y de que su cultura es legítima, por lo que pueden seguir siendo ellos mismos, con sus valores, con su pensamiento, y para ello, también necesitan montar un gobierno propio y autónomo, para poder mantener su cultura y para poder cuidar su territorio.

Eso yo lo tenía en mi subconsciente, porque cuando yo estudié en Irlanda, conocí las circunstancias de allí con el colonialismo inglés durante varios siglos, en esa época aún había movimientos que buscaban la autonomía irlandesa. Aunque yo no entré al Amazonas pensando eso, lo tenía en mí.

—¿Cómo logró establecer el diálogo con los indígenas?

Fui a la maloca a pasarme todo el tiempo escuchando, antes que dar explicaciones de quién era o a qué iba, decidí escuchar sus cuentos y allí comencé a entender su forma de vida, y luego también pude contar yo otros cuentos, entonces compartí de la mitología griega y de la irlandesa, y a través de cuentos nos fuimos identificando y entendiendo mutuamente, porque mi propósito era entendernos, de cada lado, y así se fue abriendo la comunicación.

—Ha sido testigo de la historia del Amazonas en los últimos 50 años, ¿cómo han cambiado sus culturas?

Cambios grandes ocurrieron, por ejemplo, que ya lo saben en Colombia, es que no se puede imponer una religión a los pueblos indígenas, ni a nadie, es decir, la libertad de culto y de que podemos ser diferentes, que tenemos el derecho a ser diferentes y como tal respetados, algo que no siempre se practica, una cosa son las leyes y otra cosa es la persona encargada de implementar la ley, muchos funcionarios siguen viendo todavía al indígena como una persona primitiva y con una discriminación, ¿por qué? Porque son prejuicios sociales y no es suficiente que haya una ley para que la gente piense de otra manera.

Martin von Hildebrand
“Cuando llegué al Amazonas, sus pueblos aún no tenían conciencia de lo que imponía el gobierno o el mundo blanco sobre ellos, pero ya existían procesos de lucha por el territorio en el Cauca y también en la Sierra Nevada de Santa Marte”, Martin von Hildebrand. | Foto: Cortesía Fundación Gaia

Pero resulta interesante comprobar que cuando yo compartí en la selva, varias veces, con algunos grupos de empresarios, ellos han vuelto maravillados, su vida cambia. Y me dicen que nunca se imaginaron encontrarse con personas tan inteligentes y con ideas tan racionales, pensaban que los indígenas eran unos salvajes instintivos y no esta gente tan sofisticada, que les formulaban preguntas que ellos con su nivel de cultura y recorrido por el mundo no eran capaces de contestar.

La cuestión es si nos abrimos nosotros a escuchar al otro, solo así podemos descubrir que en el otro hay todo un conocimiento sumamente interesante, y en este caso, hablamos de seres humanos con otra forma de pensar y de abordar la vida de los demás, la humanidad y la naturaleza.

Allí tenemos un progreso, porque estamos en una crisis y sabemos que debemos volver a la naturaleza, y ellos son los que conocen eso, no como muchos teóricos, sino con total experiencia. Entonces, los indígenas son gente del futuro en el sentido de que nos pueden enseñar cómo volver a la naturaleza y conservar el mundo. Ahora, evidentemente, es muy seductora nuestra cultura, porque uno también quiere tener su plática y gastarla, tener su motor fuera de borda, tener sus comodidades y está bien, nadie lo puede negar. Además, con Starlink dentro de poco todo el Amazonas tendrá internet y los indígenas ya manejan computadores y celulares, por lo que como a nosotros con los jóvenes, ellos deben trabajar en controlar que por estas tecnologías no abandonen su cultura, que sea para ellos una herramienta y no los domine.

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