Cultura
Alda Mera y Eduardo Figueroa Jr.: siete décadas y media de anécdotas periodísticas en El País y la región
Íconos de la reportería local, Alda y Eduardo rememoraron su paso por esta casa editorial.

“Entré al periódico en 1988. Estaba muy jovencita, y me llamó mucho la atención que había muchos hombres en la redacción. Eso me intimidaba un poquito; eran señores ya muy mayores, pero me fui adaptando... Recuerdo que se escribía en máquinas de escribir y por cuartillas. Ah, y que los escritorios estaban todos adheridos, en fila”.
La mente de Alda Livey Mera Cobo viaja a los tiempos en los que hizo sus primeros ‘pinitos’ en El País, que para entonces ya funcionaba en la Carrera 2 con Calle 24, donde aún hoy tiene su sede.
Y añade: “Era tenaz, porque no existía la tecnología de hoy y, si la jefa o el jefe de redacción rechazaba el texto, simplemente lo rompía o lo tiraba al cesto de la basura y le decía a uno: ‘Vaya, hágalo otra vez’. Pero, claro, no había posibilidad de darle la vuelta, porque el texto estuviera en Word o en otro programa, como se hace ahora...”.

Alda Livey, quien ya pensionada del ‘bendito oficio’ se dedica ahora a la docencia, es uno de los más de 700 periodistas que, mal contados, han pasado por El País desde que don Álvaro Lloreda Caicedo lo fundó el 23 de abril de 1950.
Junto a ella, unos días después de conmemorarse los 75 años de existencia de ‘El diario de nuestra gente’, está sentado otro ícono de esta casa editorial: Eduardo Figueroa Jr., quien se hizo reportero por ‘culpa’ de su papá, que había llegado a la redacción del medio de comunicación más importante del suroccidente colombiano solo tres años después de que don Álvaro la abriera en la Carrera 5 con Calle 10.
“Él soñaba con que un hijo suyo siguiera sus pasos y fuera periodista. Parecía que no se iba a dar en mi caso, pero se presentó una gran oportunidad a raíz de los Juegos Panamericanos”, rememora.
Sí, corría 1971 y las directivas del periódico decidieron contratar a seis universitarios, sin importar la carrera que estudiaran, para que, durante esa cumbre deportiva que cambió para siempre la historia de Cali, cubrieran la disciplina que practicaban en su tiempo libre.
Eduardo Junior se encargaría entonces del voleibol. Solo que, gracias a que su papá era el coordinador general del diario, fue obligado por él a trabajar un mes gratis “para que practicara la estructura de la noticia”. Y fue tan eficaz ese entrenamiento, que solo cuatro décadas después su hijo abandonaría la sala de redacción de El País.
De las sociales a todo...
“Empecé haciendo sociales, pero mi ‘bautizo’ fue que me dijeron ‘vaya y entreviste a María Emma Mejía, que la acaban de nombrar gerente del Área Metropolitana de Medellín’. ‘¿Quién es esa señora?’, pregunté, y me dieron tres preguntas: ‘de ahí en adelante, defiéndase como pueda’. No había Google ni nada, pero, por fortuna, me supo entender y la entrevista salió muy buena”, vuelve a recordar Alda Livey.
A partir de allí corrieron un poco más de tres décadas durante las que esta egresada de la Universidad del Valle madrugó todos los días a escribir temas culturales, variedades, locales, políticos, y a conversar con personajes que le resultan inolvidables, como los escritores Augusto Monterroso y Héctor Abad Faciolince, además de la decana de la lucha por el voto femenino en Colombia, María Teresa Arizabaleta.

“Pero uno que me marcó muchísimo fue Jairo Varela, a quien entrevisté una sola vez en la vida. Yo no sabía que la entrevista era buena, hasta que el escritor Medardo Arias me dijo que era la mejor entrevista que había leído del director del Grupo Niche. Ahora se las pongo de ejemplo a mis estudiantes y, cuando la leo, vuelvo a llorar”, confiesa.
En el caso de Eduardo, las anécdotas también son innumerables. Como aquella vez que fue el primer periodista en llegar a Toribio, tras una toma de las Farc a ese municipio caucano y, de regreso, cayó en una emboscada que esa guerrilla le hizo al Ejército, que iba un poco más adelante que el carro de El País.
En ese momento, pese al ruido de las balas, el también fotógrafo no sintió miedo de disparar su cámara. “Pero cuando ya descendíamos, me ‘paniquié’ y empecé a tiritar, porque supe que habíamos estado en peligro de muerte”, anota quien nació en Pasto y permaneció en el diario de la 2 con 24 hasta diciembre de 1986.
¿Ha cambiado el ‘bendito oficio’?
“Hay cambios radicales. Cada etapa ha sido importante, pero el de antes era un periodismo de la calle, porque la noticia se buscaba en la calle, amén de las agencias y las fuentes de la Gobernación y la Alcaldía y los boletines de otras instituciones, que había que corroborar”, sostiene Figueroa, quien dejó El País para irse a formar decenas de nuevas generaciones de periodistas en la Universidad Autónoma de Occidente.
Desde su punto de vista, el periodismo digital “es una ventaja para el que lee, no para el que escribe, porque no puede hacerlo con la profundidad que quisiera, no hay tiempo. Además, la rapidez y la inmediatez de subir una noticia hace que se queden muchas cosas a medias”.
“Las nuevas generaciones de periodistas se han adaptado a ese sistema y están haciéndolo bien, dentro de las limitaciones de esa parte de la tecnología. Pero repito, todos somos periodistas, y, como me decían desde un principio, quien tiene la razón siempre es el lector. A él le debemos nuestra profesión y por él hacemos periódico”, dice Eduardo.
Y Alda Livey agrega: “Yo parto de la base de que el periodismo sigue siendo el mismo; el buen periodismo, los buenos contenidos, pero coincido con Eduardo en que hay que estar en la calle y en que hay que ir a la fuente primaria y estar en el sitio de los acontecimientos y observar”.
En su opinión, “es verdad que, por la inmediatez, se han perdido un poquito la precisión y el rigor, y la tendencia de las nuevas generaciones de querer hacer periodismo con las redes sociales. Eso no es así, porque en las redes sociales publicamos los que no son periodistas, los que no confrontan, los que no contrastan, los que no verifican si la información es cierta o no. Entonces, hay que tener cuidado, pero el periodismo es el mismo, lo que cambian son las plataformas”.

Lo cierto es que muy atrás van quedando ya los días en los que en la sala de redacción todo era ebullición y ruido, no solo por la cantidad de reporteros que había cuando el periódico físico era más grande, sino también por el sonido característico de la sala donde funcionaba el teletipo y en el que una eterna impresora desplegaba los cables de las agencias de noticias internacionales en hojas de papel periódico.
“Voy a describir cómo fue el primer equipo que me entregó El País para cubrir los partidos de voleibol en directo desde el Gimnasio Evangelista Mora, durante los Panamericanos: un teléfono de mesa grande y una tabla con cuartillas de papel periódico. Nada más, porque yo había hecho el esfuerzo de comprar una grabadora de esas de colgar”, rememora Eduardo, que terminó sus días laborales en el Ciat.
A su vez, Alda Livey tampoco olvida su acceso a la tecnología de su época: “Me mandaron a cubrir el Reinado Nacional de la Belleza y me dieron un tandy, que era portátil pequeñito. Había uno solo para toda la redacción, así que, él que fuera a cubrir el evento más importante, tenía el privilegio de llevarlo. Pero el hotel de Cartagena no tenía conexión para el tandy, así que me tocó destapar la caja del teléfono y, cual ingeniera, usé unos caimanes y así logré transmitir la información”.
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