Cali
Árboles que matan: la falla estructural que Cali sigue ignorando
Desde 2016, Cali acumula casi una decena de muertes por el desplome de árboles, muchos sembrados en lugares inadecuados. El caso más reciente es el de Luis Alejandro Malagón, en el barrio Ciudad Córdoba, que vuelve a exponer las falencias del arbolado urbano.
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23 de nov de 2025, 11:20 a. m.
Actualizado el 23 de nov de 2025, 11:30 a. m.
La rama, seca pero robusta, cayó desde lo alto de un ficus de 17 metros. Abajo, en la Carrera 46 con Calle 54 del barrio Ciudad Córdoba, estaba Luis Alejandro Malagón Herrera. Iba en su moto, desprevenido ante la muerte.
Cuando la cuadrilla de emergencias arbóreas del Dagma llegó, a Luis Alejandro ya se lo habían llevado en una ambulancia. Horas después se confirmó lo inevitable: en una ciudad orgullosa de ser verde, otro caleño había muerto por la caída de un árbol. Una tragedia que Cali conoce, pero de la que poco aprende.

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En Cali, a veces los árboles matan. Sucede sobre todo en temporadas de lluvias y vientos fuertes, entre octubre y diciembre. El 2 de octubre de 2016, por ejemplo, falleció Wilfredo Franco Cárdenas. Tenía 38 años. Era domingo y se encontraba en el Parque de la Caña, resguardándose de un aguacero bíblico bajo una carpa, cuando un tronco de 25 metros se desplomó. Otras seis personas resultaron heridas, entre ellas un niño.
Tres años después, el 30 de enero de 2019, una palma se desprendió en la Avenida Roosevelt, justo cuando el semáforo cambiaba de rojo a verde. La recibió de lleno Jhon Sebastián Ortega Zarama, de 20 años, quien murió enseguida. Entonces sucedió lo de siempre: mensajes de condolencias de las entidades ambientales y la promesa de inspeccionar el estado de los árboles de la ciudad.

La tragedia se repetiría un mes después, el 26 de febrero de 2019, en la recta Cali–Palmira: un árbol se vino abajo sobre dos motociclistas. Los bomberos hablaban sobre la necesidad de podar los árboles de los corredores viales, pero el 20 de diciembre del mismo año la noticia volvía a los periódicos: en el barrio Comfenalco, al nororiente de Cali, un árbol aplastó el carro donde viajaba Juan Carlos González Ovalle, de 28 años.
Tres años después, el 13 de septiembre de 2022, otro tronco se desplomó en el barrio Belén, esta vez sobre una persona de la tercera edad.
Son historias distintas, unidas por una misma raíz: árboles que colapsan en una ciudad donde los vientos pueden pasar, en minutos, de una brisa refrescante a ráfagas de más de 110 kilómetros por hora en días de lluvia intensa. Las fechas cambian, los nombres también, pero el patrón se repite.

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Samir Castillo, líder de la cuadrilla de emergencias arbóreas del Dagma, atiende en promedio tres llamados de auxilio al día. En una capital orgullosa de tener 382.000 árboles —todo un bosque urbano, según el censo de 2023—, a veces ese verde se convierte en riesgo.
—Los árboles son seres vivos que garantizan la calidad del aire. Y, como seres vivos, sufren enfermedades. A veces gripas leves o dolencias más graves. Puede ser el chinche o la palomilla, que los debilitan, o ramas que se secan de manera natural. Debido a eso, los árboles requieren intervenciones periódicas. Además, necesitan podas porque están en conflicto urbano con redes eléctricas, infraestructura, las personas. Mientras en los bosques crecen a su libre albedrío, en las ciudades requieren mantenimientos por la seguridad de todos —comenta Samir.

Desde que en 2015 el Ministerio de Vivienda emitió el decreto 1077, se determinó que los operadores de aseo son los encargados de hacer las podas de los árboles en la zona urbana, una labor que les cobran a todos los ciudadanos en la factura de los servicios públicos.
En Cali, el decreto entró en vigencia en 2019. Desde entonces, Veolia debe hacer las podas de los árboles en el oriente de la ciudad, en barrios como Ciudad Córdoba, donde murió Luis Alejandro Malagón Herrera.
Del oeste —barrios como San Fernando— se encarga Ciudad Limpia, y el norte y el sur corresponden a los operadores de aseo Promoambiental Cali y Promoambiental Valle.

El País le consultó a Veolia sobre el caso de Luis Alejandro Malagón, pero su gerente, Lucía Fadul, no respondió. Desde el área de comunicaciones de la compañía explicaron a través de WhatsApp que se encontraban realizando verificaciones internas, pero que de momento no se iban a pronunciar oficialmente. “El árbol contaba con el mantenimiento programado según nuestros protocolos”.
La pregunta clave —¿cuándo se le hizo el último mantenimiento al árbol?— no obtuvo respuesta de Veolia.
Según los registros de Sharon Aguirre, subdirectora de Ecosistemas del Dagma, el árbol identificado con la placa 1159601828 fue intervenido por última vez el 15 de abril de 2024, cuando se le realizó una poda, retiro de ramas secas y reducción de laterales.

—Técnicamente, las podas se realizan entre cada dos y tres años. Al ser los árboles seres vivos, se deben recuperar después de un mantenimiento, porque reciben cierto estrés: se les está reduciendo el tamaño, haciendo poda de equilibrio, cortando ramas secas —explica Samir Castillo, el líder de la cuadrilla de emergencias del Dagma.
Pero queda la pregunta central del caso Luis Alejandro Malagón: ¿por qué un árbol sano se desploma?
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Según las primeras investigaciones del Dagma, el árbol de donde se desprendió la rama tan gruesa como un tronco que le quitó la vida a Luis Alejandro se encontraba en buen estado fitosanitario.
En los registros de la autoridad ambiental no existía ningún PQR o solicitud de la comunidad de Ciudad Córdoba para que fuera intervenido. Lo más probable, asegura Samir Castillo, es que requiriera una nueva poda. Pero en su concepto todo se trató de un suceso repentino: “un accidente”.
—La mayoría de las emergencias por caídas de árboles en Cali ocurren por fenómenos naturales. Influye la velocidad de los vientos, sobre todo en temporadas de lluvias. En promedio, el viento en Cali oscila entre 20 y 30 kilómetros por hora, según los registros de la Fuerza Aérea y la CVC. Pero, con lluvias torrenciales como las que se han presentado en días pasados, la velocidad del viento puede llegar a 110 kilómetros por hora. La recomendación a los ciudadanos es no conducir en estas condiciones —dice Samir.
Sharon Aguirre, subdirectora de Ecosistemas del Dagma, añade que el ficus como el que se vino abajo en Ciudad Córdoba es una especie “con alta tasa de caída y volcamiento”. De ahí la importancia de saber dónde sembrarlo. Se recomienda en parques, pues les brinda vivienda a los pájaros, a las zarigüeyas, a los murciélagos. No tanto en separadores viales reducidos, por el riesgo de que se desplomen sobre los conductores.
El 40 % de los 382.000 árboles de Cali corresponde a especies introducidas, como el ficus, originario de la India y sembrado masivamente en los años 80 por moda. Hoy hay 13.000 ficus en la ciudad; 2311 están catalogados en estado fitosanitario regular, según el censo de 2023.

La migración explica parte del arbolado que hoy tiene Cali. Personas que llegaron del Chocó siembran plátano; otras prefieren mangos. El paisaje vegetal de los barrios y las comunas refleja el origen de sus habitantes. También sus viajes. En la ciudad hay incluso dos ‘baobabs’, una especie africana que puede alcanzar los 60 metros de altura. Nadie sabe cómo llegaron.
Sembrar árboles introducidos de otros ecosistemas no debería generar muchos problemas si se ubican donde deben estar según cada especie, pero en Cali cada quien siembra donde se le ocurre.
—Parte del problema con el arbolado de Cali es que los actores que trabajamos en el tema lo hacemos cada uno por nuestro lado, no estamos unidos. Dagma hace una cosa, los operadores de aseo otra, las fundaciones otra, los ambientalistas otra. Además, se necesitan más recursos. Está bien que exista una cuadrilla de emergencias arbóreas, pero también se requiere otra que haga revisiones más constantes del estado de los árboles —comenta el ingeniero agrícola Jairo Rosero, de la Fundación Funagua, que junto al Dagma y la CVC viene construyendo el plan de silvicultura urbana de la ciudad, un documento que determina qué especies se pueden sembrar según los espacios: parques, separadores viales, jardines.

El estudio también busca salvar especies nativas como el ‘abarco’, del que solo quedan cuatro en la ciudad. Lo talaron para alimentar el ferrocarril.
—El hecho de que un árbol esté en un separador vial aumenta el riesgo frente a uno en un parque urbano. Adicionalmente, también existen riesgos de enfermedades fungosas, grado de inclinación, pudriciones húmedas o secas y daños mecánicos ocasionados por insectos. Finalmente, la talla del árbol también es un factor a considerar para elegir el lugar donde sembrar: a mayor altura, mayor riesgo. Esto también puede variar dependiendo de la especie y su susceptibilidad a volcarse —agrega Sharon Aguirre, subdirectora de Ecosistemas del Dagma.

En esta ciudad verde, sede de la reciente COP16, el reto, entonces, es enorme: que los árboles que purifican el aire, dan sombra y sostienen a las aves sean refugio, no amenaza. Porque cada tragedia deja la misma lección amarga: los árboles no matan. Caen porque la ciudad los puso donde no debían estar.
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