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Editorial

Gracias, Francisco

“Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia”, dijo.

Caleños lamentan el fallecimiento del Papa Francisco
Los católicos del planeta ya oran porque el próximo Pontífice siga cultivando la esperanza que Francisco sembró respecto a la posibilidad de poder construir un mundo marcado por la paz y la igualdad. | Foto: Aymer Andrés Álvarez

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22 de abr de 2025, 02:36 a. m.

Actualizado el 22 de abr de 2025, 02:36 a. m.

Si hay una palabra en la que, al describirlo, coinciden quienes hoy lamentan el fallecimiento del Papa, es humildad. Y tienen razón, porque esa fue la principal característica que demostró desde el 13 de marzo de 2013, cuando dejó de llamarse Jorge Mario Bergoglio para convertirse en Francisco, el ‘habitante’ número 266 de El Vaticano.

Justamente, el negarse a vivir allí, en un lujoso apartamento, y optar por hacerlo en la casa de Santa Marta, marcó la pauta de una vida pontificia signada por la sencillez, lo cual le mereció el respeto y la admiración de la mayoría de los 1400 millones de fieles católicos existentes en el mundo, pero también de muchos otros jefes de Estado y líderes de credos religiosos distintos, con quienes tuvo diálogo fluido.

Pero durante sus doce años de papado, Francisco también produjo varios documentos, entre los que sobresale la Evangelii Gaudium, en la que marcó las pautas para un catolicismo misionero, que debía priorizar la evangelización y la atención a las periferias. También la Laudato Si, que desde su promulgación se convirtió en un faro para los defensores del medio ambiente en el planeta, al punto que seguidores y detractores acuñaron el término Casa Común, que el Pontífice creó para referirse a la Tierra, mientras llamaba a la necesidad de acciones urgentes para enfrentar la crisis ecológica y la pérdida de biodiversidad global.

De hecho, el tema ambiental fue recurrente en los 47 viajes apostólicos que el Papa realizó para visitar 66 países, e incluso en su último mensaje al mundo, al término de la misa del Domingo de Resurrección, cuando le pidió a su asistente que leyera su invitación “a los que ocupan puestos de responsabilidad política en nuestro mundo” para que utilicen “los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y fomentar iniciativas que promuevan el desarrollo”.

Cada uno de esos asuntos, Francisco los mencionó también cuando estuvo en Colombia, pero vale recordar que aquí el acento lo puso en su propuesta de “dar el primer paso” hacia la reconciliación que el país urgía para consolidar el Acuerdo de Paz firmado entre las Farc y el Estado. “Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia”, dijo.

Y también tuvo un mensaje contundente para los jóvenes, quienes ocuparon un lugar central en su papado, sin importar que caminara ya su octava década: “No se dejen vencer, no se dejen engañar, no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, no pierdan la sonrisa, sigan así”.

Así era el jesuita latinoamericano que hasta después de fallecido le sigue dando lecciones al mundo y a la propia Iglesia, con sus instrucciones precisas sobre un sepelio austero, lejos de la ostentación que se le ha criticado a El Vaticano y que él inútilmente trató de eliminar.

Por ello, en medio de la tristeza y la incertidumbre por su muerte, los católicos del planeta ya oran porque el próximo Pontífice siga cultivando la esperanza que Francisco sembró respecto a la posibilidad de poder construir un mundo marcado por la paz y la igualdad.

Editorial .

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