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Editorial

El regreso de Lyan

Fueron 20 días en los que, como dice su madre, “fue la muerte”.

El pequeño Lyan se reencontró con su familia después de 19 días secuestrado.
El pequeño Lyan se reencontró con su familia después de 19 días secuestrado. | Foto: Captura de pantalla

22 de may de 2025, 02:26 a. m.

Actualizado el 22 de may de 2025, 02:26 a. m.

La liberación de Lyan José Hortúa, el niño de 11 años de edad que permaneció durante 20 días, al parecer, en poder de la disidencia Jaime Martínez de las Farc, es una gran noticia para el departamento y el país, pero es además un triunfo de la sociedad vallecaucana, que presionó desde el día uno por su regreso.

Porque desde que se conocieron las imágenes de hombres armados ingresando en su vivienda, en el municipio de Jamundí, con pistolas y fusiles, y lo raptaron en medio de amenazas y disparos, las autoridades del Departamento y el Municipio, al igual que familiares, amigos y organizaciones de Derechos Humanos alzaron su voz de protesta por este hecho atroz, que causó indignación dentro y fuera del país.

Fueron 20 días en los que, como dice su madre, “fue la muerte”. Entre otras razones, porque el pequeño Lyan es un niño que presenta una afección respiratoria que demanda el cuidado constante de su mamá y la supervisión de médicos.

Pero nada de eso tuvieron en cuenta sus captores, quienes, lejos de agradecerles el hecho de que lo hayan liberado, merecen todo el reproche y la condena por un acto tan cruel y abominable como el de extraer violentamente a un niño de su entorno familiar.

Una situación que jamás debió ocurrir, porque si alguien ha sido sujeto de derechos y de la promulgación de actas y protocolos en el marco normativo internacional son los niños, y a Lyan le fueron vulnerados todos los derechos por sus secuestradores, quienes, conscientes de sus actos y las consecuencias de los mismos, no tuvieron reparo en traspasar los límites de la crueldad al llevárselo del lado de sus seres queridos.

Absolutamente, nada justifica la barbarie cometida contra un menor de edad, en el marco de ningún conflicto armado o guerra, ni el sufrimiento de su madre y sus hermanos, independientemente de si las razones que tuvo la estructura criminal, que sigue sembrando el terror en el norte del Cauca y el sur del Valle del Cauca, fueron políticas o económicas.

Las imágenes del regreso a casa y del abrazo del pequeño Lyan José con su madre y el resto de su familia quedarán como testimonio de lo que puede alcanzar una sociedad unida entorno a un propósito común, como es el respeto a la libertad y la vida.

Pero también deberán servir a las organizaciones armadas ilegales como aprendizaje de que incluso las más cruentas guerras tienen sus límites, y que el respeto hacia la población civil, y especialmente los niños, es uno de ellos.

Máxime, si se trata de un grupo armado ilegal que, como varias de las disidencias de las Farc, ha manifestado su intención de sentarse en una mesa de diálogo con los delegados del Gobierno Nacional, con el propósito de negociar una dejación de las armas y trabajar en la consecución de la paz en Colombia.

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