Editorial
Dos años de barbarie
Es imposible condenar la brutal reacción sin repugnar las que fueron las causas siniestras de esta guerra.

8 de oct de 2025, 02:33 a. m.
Actualizado el 8 de oct de 2025, 02:33 a. m.
El 7 de octubre de 2023 quedará en la memoria del mundo como el día en que la locura, el odio y el extremismo se convirtieron en el detonante de una de las guerras más cruentas de tiempos recientes, que ha dejado ver el lado más cruel de las sociedades y se ha convertido en una de las mayores catástrofes humanitarias. También es el ejemplo de cómo una tragedia puede ser usada sin escrúpulos con fines políticos y populistas, en los que la protección de la vida o la defensa de los derechos más esenciales de un ser humano son lo que menos cuenta.
El brutal ataque terrorista perpetrado ese día por Hamás, el grupo extremista islámico palestino que gobierna la Franja de Gaza, en territorio israelí, que dejó 1200 muertos y 250 secuestrados, entre ellos niños, mujeres, jóvenes y ancianos, de los cuales aún 48 permanecen en cautiverio, fue el detonante que encendió otra vez el conflicto en Oriente Medio, reactivando una guerra cuyas raíces históricas y políticas siguen sin resolverse.
Frente a la barbarie de la incursión, la respuesta de Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, fue inmediata y contundente, dentro del derecho lógico que tenía en principio de defender a su nación y proteger a su pueblo. Sin embargo, lo que se ha generado desde entonces hasta hoy ha traspasado cualquier límite que se le pueda poner a una guerra, convirtiéndose en un ataque inmisericorde e inhumano contra cientos de miles de gazatíes, usados al igual que siempre como escudo por Hamás y que son quienes han pagado las consecuencias más nefasta de la incursión israelí.
No son solo los 67.000 muertos, de los cuales 20.000 son niños, o la destrucción casi total de Gaza debido a los bombardeos ordenados por Netanyahu. Es así mismo la hambruna que se ha provocado por la prohibición de la entrada de ayudas humanitarias a la Franja, que está llevando en la práctica al exterminio de un pueblo utilizado convenientemente por el terrorismo islámico y sobre el que ha caído toda la ferocidad de la respuesta de Israel. En todo caso es imposible condenar la brutal reacción sin repugnar las que fueron las causas siniestras de esta guerra.
Frente a ello, lo que debería levantarse de manera unánime en el mundo son las voces reclamando que se llegue a acuerdos que cesen en primer lugar la matanza que hoy se vive en Oriente Medio, pero que permitan también resolver la existencia de dos Estados que tienen derecho a ser y a convivir en paz a pesar de sus profundas diferencias.
Flaco favor hacen quienes, como el presidente Gustavo Petro, utilizan esta tragedia con intenciones políticas y populistas, porque está claro el poco efecto real que tienen los discursos del Mandatario colombiano, sus decisiones económicas y de política exterior en contra de Israel, o espectáculos como el que dio en una calle de Nueva York, megáfono en mano, al llamar a los soldados estadounidenses a desobedecer a su comandante en jefe.
Es de esperar que las negociaciones para lograr un cese definitivo del conflicto que desde la semana pasada avanzan entre Israel y Hamás, impulsadas por el gobierno de Donald Trump, con el apoyo de algunos de los países árabes, lleguen a buen puerto. El camino, como se ha visto en estos días, se mantiene sinuoso y con baches profundos por lo que deberá ser sorteado con tacto, diplomacia y voluntad de las partes. Es a ese entendimiento hacia donde deben dirigirse los esfuerzos de la comunidad internacional, por el bien de los gazatíes y para tranquilidad de los israelíes.