Columnista

Uribe, culpable de existir

Lo que algunos quieren no es justicia, sino revancha histórica.

Gabriel Velasco Ocampo
Gabriel Velasco Ocampo. | Foto: El País

24 de jul de 2025, 03:19 a. m.

Actualizado el 24 de jul de 2025, 03:19 a. m.

Álvaro Uribe Vélez es culpable. No por fraude procesal ni por soborno a testigos. Es culpable de algo mucho más grave: de no haberse arrodillado ante el relato oficial. De haber liderado la única política de seguridad que logró doblegar al terrorismo. De haber dicho lo que otros solo susurraban. Y de haberse convertido en el último muro de contención frente al socialismo del Siglo XXI; disfrazado de paz, progresismo o de populismo mesiánico. De eso es que lo acusan. Y esa es la sentencia que algunos -desde hace rato- ya dictaron, mucho antes que los jueces.

En este contexto aparece Gustavo Petro, con su tono de pastor cívico, afirmando solemnemente que “nunca se ha pronunciado sobre el juicio”. Que ha sido prudente, que su deber es proteger la independencia judicial, que respeta a la Jueza y a la Justicia. Casi un faro de institucionalidad. Pero como todo en este gobierno, la palabra viene con subtítulo y trampa. Porque Petro sí se ha pronunciado. Mucho. Y mal. Ha sido juez, parte, comentarista, fiscal alterno y líder de opinión sobre el caso. Ha hablado como senador, como candidato, como presidente. Desde la tarima, desde la cuenta oficial y desde la Casa de Nariño. Petro no ha sido espectador. Ha sido guionista, productor y narrador omnisciente de una historia escrita a conveniencia.

Basta repasar sus propios mensajes. El 9 de abril de 2025 escribió en X: “El expresidente Uribe y su hermano no son cualquier ciudadano. Han sido parte de redes que terminaron aliadas del narcotráfico y la muerte”. El 15 de abril advirtió que “la justicia no puede ser capturada por quienes se creen intocables”. El 22 de mayo afirmó que “el expresidente no enfrenta una persecución, enfrenta sus propias verdades”. Ya en 2018, celebraba la detención preventiva con una frase que aún resuena: “El país empieza a liberarse del yugo”. Y eso sin contar entrevistas, intervenciones, editoriales encubiertos y toda la maquinaria de insinuación que ha puesto en marcha para contaminar el clima judicial. Con Petro pasa como con los ilusionistas: mientras te dice que no está mirando, ya te está sacando el conejo del sombrero.

Pero esto no se trata solo de trinos. Se trata de una lógica de poder. Quieren callar a Uribe no porque haya mentido, sino porque sigue diciendo verdades que tallan y resisten el molde del relato oficial. Porque mientras la izquierda vende discursos, Uribe representa resultados. Porque sigue siendo un referente desafiante. Porque su sola presencia pone en evidencia la fragilidad de muchas promesas que hoy gobiernan.

Uribe representa una idea de país donde la seguridad no se negocia, donde la autoridad no se diluye, donde la verdad, por incómoda que sea, no se cancela, y donde el Estado no se rinde ni ante el chantaje armado ni ante el adoctrinamiento ideológico. Esa Colombia no cabe en el libreto del actual gobierno, y por eso buscan eliminarla… quitándole la voz a quien la encarna con más fuerza.

Por eso lo quieren fuera del tablero. No como conclusión jurídica, sino como estrategia política. Lo que se juega aquí no es una sentencia: es un intento de borrado simbólico. Lo que algunos quieren no es justicia, sino revancha histórica. Pero el juicio verdadero no lo dictará una togada ni un algoritmo. Lo dictará la historia. Y la historia tiene memoria: resiste, compara y, al final, pone las cosas en su lugar. Podrán manipular los hechos, silenciar voces y disfrazar la realidad, pero la verdad, obstinada, no se deja encerrar.

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