El pais
SUSCRÍBETE

Columnista

Mi paz les dejo

La paz de la que habla Jesús de Nazaret tiene como fundamento la libertad de cada persona, se apoya en el diálogo y la aceptación del otro.

Los representantes de la Iglesia pueden ganar más o menos dependiente del cargo que tienen.
En la proclamación dominical de la Palabra de Dios resuenan hoy unos versículos del Evangelio de Juan: “Les dejo la paz” (14,27). | Foto: Getty Images

25 de may de 2025, 12:45 a. m.

Actualizado el 25 de may de 2025, 12:45 a. m.

Por: Germán Martínez R., vicario episcopal para la educación.

En la liturgia que celebra la Iglesia estamos terminando el tiempo pascual (cincuenta días desde el 20 de abril) hasta el domingo 8 de junio, clausurando ese tiempo con la gran solemnidad de Pentecostés, el don del Espíritu Santo que entrega el Resucitado.

En la proclamación dominical de la Palabra de Dios resuenan hoy unos versículos del Evangelio de Juan: “Les dejo la paz” (14,27). Se trata expresamente de la paz que proviene de aquel que ha vencido a la muerte, a la violencia, al juicio sumario, a la falsa acusación. Y el pasaje precisa: “les doy mi paz, pero no como la da el mundo”.

La paz política es resultado del arte de la dominación que desconoce la experiencia del poder como servicio desinteresado y generoso, es un acuerdo entre amos que, al negociar según sus intereses y conveniencias, la reducen a pactos instrumentalizados para provecho de unos pocos.

La paz de la que habla Jesús de Nazaret tiene como fundamento la libertad de cada persona, se apoya en el diálogo y la aceptación del otro en cuanto otro, es decir, en cuanta persona diferente e irreductible a la uniformidad totalitaria. Cuando no se respeta la condición trascendental, ética y religiosa de cada persona, no basta el jolgorio de los encuentros, ni los números y las estadísticas reductoras de trampas y homicidios, ni la firma de acuerdos verbosos, para que nazca la paz. Sin sentido de trascendencia, aunque se pacte la paz, siguen muriendo los justos.

En una frase que es todo un himno a la sacralidad de la vida humana y al amor de Dios, san Ireneo, que en el Siglo III había llegado de Siria para ser obispo de Lyon, decía: “La gloria de Dios es que el ser humano viva”. Y muchos siglos después (en el Siglo XX), a la puerta de la muerte por manos de una violencia institucional, en una frase que es todo un salmo al amor misericordioso de Dios, añadía Monseñor Óscar Arnulfo Romero (declarado santo por el Papa Francisco en el 2018): “La gloria de Dios es que el pobre viva”.

He ahí la síntesis de la teología de la paz. He ahí el legado de la paz de Jesús de Nazaret. No por casualidad, el criterio evangélico del juicio final no está en las muchas devociones que hayamos realizado en esta vida. El criterio fundamental será si hemos amado, si hemos generado vida, si hemos compartido lo poco o mucho que tenemos, en una palabra abarcadora: si hemos trabajo por la paz que en Jesús de Nazaret se hizo carne.

Mensaje escrito por el Arzobispo de Cali y sus obispos auxiliares para los lectores de El País.

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

AHORA EN Columnistas