Columnista
“Darnos cuerda”
Muchos días al despertar me invaden los pensamientos negativos.

25 de may de 2025, 12:43 a. m.
Actualizado el 25 de may de 2025, 12:43 a. m.
“Medio dormido-medio despierto empiezo a pensar con temor en una serie de grandes preocupaciones que en ese momento creo (equivocadamente) poder solucionar si pienso en ellas. Al mismo tiempo pienso en asuntos menores, pero que en ese momento me parecen insolubles y abrumadores. El despertar me enfrenta a una realidad que he logrado disimular durante el sueño. Poco a poco me voy sumiendo en una incertidumbre que crece en la medida en la que yo le doy más fuerza a estas preocupaciones”.
Este relato se lo he escuchado, palabras más palabras menos, a muchas personas perfectamente normales.
Lo que ocurre es que en nuestro interior siempre coexisten un YO sano y un YO enfermo. El responsable de esos temores matutinos, de parálisis obsesivo-paranoide, es el YO enfermo tomando el control de la vida en un momento de fragilidad, para invadirla con una visión apocalíptica de miedos infundados.
Esa “rumia” de pensamientos negativos, lejos de contribuir a la solución de los problemas, se constituye en un brutal desperdicio de energías psicológicas que no resuelven absolutamente nada y que puede durar desde unos pocos minutos hasta algunas horas.
Algunas víctimas de estos temores los denominan “micropánicos”. Otros los llaman “Mi enfermedad. Si me alcanza, estoy perdido”. Otros los han rotulado como “Mi paranoia”. Otros, más acertadamente, los llaman “mis angustias obsesivas”.
Estos temores no son los mismos de los pacientes severamente deprimidos que en sus “amaneceres negros” se despiertan en la mitad de la noche víctimas de un verdadero cuadro de pánico, bañados en sudor frío, abrumados por los sentimientos de culpa y sintiendo que algo terrible les va a suceder.
No. Los síntomas a los que me refiero corresponden a asuntos mucho más cotidianos que les ocurren a muchas personas normales. No tienen un significado clínico importante. No corresponden a diagnósticos psicológicos muy precisos. Son temores obsesivos, dudas, inseguridades y pensamientos varios de naturaleza pasajera, que van desde las cosas más insignificantes, hasta asuntos importantes que están sin resolver. Ideas que se distorsionan y al respecto de las cuales se crean verdaderas tormentas emocionales que abruman a las personas.
Después de un rato, que para los más afortunados puede ser solamente de unos pocos minutos, estas personas retoman el control de su propia vida y le dan la orden de actuar a su YO sano: “NO MÁS”. Acto seguido se desprenden de la cama que los tenía humillados, se levantan, se dan una ducha fría, se visten, comen algo y empiezan a experimentar una fuerza que mientras estaban acostados, paralizados, víctimas de su YO enfermo, no habían sentido.
En otras palabras, tomaron la decisión de “Darse cuerda” para enfrentar los pequeños y grandes asuntos de la cotidianidad. Algo que mientras estuvieron dominados por el miedo no pudieron hacer.
Los grandes problemas no se han solucionado, pero eso no es lo importante. Pues esos problemas requieren del concurso de muchas variables que en estos momentos escapan del control de la voluntad de una sola persona. Lo importante era enfrentar el aquí y ahora. Disipar la parálisis neurótica del momento. Pues una vez enfrentadas las dudas, las obsesiones y las dificultades, éstas dejan de atemorizar.
“Darnos cuerda” es lo que nos corresponde hacer a los adultos todos los días.
Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.