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Machín y Barbarito

Esto de hablar con los muertos no es solo asunto de gitanos.

Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal | Foto: El País

Medardo Arias Satizábal

17 de abr de 2025, 02:58 a. m.

Actualizado el 17 de abr de 2025, 02:58 a. m.

Como si escribieran nuevamente otro capítulo de ‘Pedro Páramo’, cada año los bohemios puros de Sevilla van en alegre comparsa hasta la tumba de Antonio Abad Lugo Machín, para saludarlo a gritos, de madrugada, y para echarle un poco de ron en su lápida, mezclado con vino peleón y unos cuantos versos de Miguel Hernández. “¡Levántate cabrón, y date una cubata!”, le dicen. Quizá este los escucha desde el sueño eterno. Y es que Machín, aparte de ser uno de los cantores cubanos más queridos por quienes amamos el bolero, fue, a su manera, un cantante español, venerado en todas las provincias.

Esto de hablar con los muertos no es solo asunto de gitanos. Cuando era niño, iba con mi tía al camposanto del puerto, desde donde se miraban los esteros en brumas que tributan a la bahía de Buenaventura, y desde ahí, entre el perfume de los ‘nomeolvides’ y las azucenas, veía cómo ella tocaba en las lápidas, como cuando se llega a una casa, y luego empezaba a narrar, a cada uno de nuestros muertos, todo lo que había acontecido en los últimos días. “Cómo te parece que Tomás -mi primo- se fue en un barco pirata, y en estos días me escribió desde la India, desde Bombay. Ampáralo siempre en sus travesías, permite que regrese sano y salvo, ya sabes cómo es él...”, iba diciendo, y yo sentía de verdad que esto era más que un monólogo, pues de vez en cuando hacía pausas, y decía por ejemplo, “a propósito, fíjate que...”, o “lo olvidaba, pero no te preocupes...”.

Machín le cantó a cada comarca española, a las aguas del Duero, a los pastores castellanos, a las novias que esperan a la puerta de los templos manchegos con un buqué de rosas en la mano y las mejillas encendidas. Y al final de su vida no podía evitar marcar la ‘z’ de corazón, como los españoles, acento que le heredó, a su manera, Ibrahim Ferrer.

Me han venido a la memoria estas evocaciones, al escuchar cuántos homenajes a las provincias venezolanas hizo Barbarito Diez, el notable cubano que salía a los estrados, vestido como un inglés. Barbarito le cantó a Santa Inés, Patrona de Cumaná, y también a Barquisimeto, a los atardeceres larenses. No sé si los venezolanos de última generación reconozcan cuánto le aportó Barbarito a Venezuela.

Hay un quinteto cubano al que es imposible darle rodeos cuando de boleros se trata, y esto lo sabía mi entrañable amigo Guillermo Perlaza: hablo por supuesto de Miguelito Cuní, Carlos Embale, Tito Gómez, Barbarito Diez y Benny Moré.

Entre las mujeres, me quedo con Celeste Mendoza interpretando el guaguancó del tiempo España, y claro, María Teresa Vera (Guanajay, 1895), Merceditas Valdés, Blanca Rosa Gil y Omara Portuondo. Merceditas parecía que cantaba siempre con tres palos de ron encima. María Teresa fue una de las trovadoras más genuinas del romance español afincado en México y el Caribe, si nos atenemos a su versión de ‘El adiós del soldado’: “Adiós, adiós/ lucero de mis noches/ dijo un soldado al pie de una ventana”; el Siglo de Oro intacto entre nosotros.

En muchas ocasiones se ha afirmado que la poesía puede redimir al género humano, sublimarlo, hacerlo trascendente; yo lo creo. Más, si a cierta poesía se le agrega ritmo de bolero, entonces podemos decir que estamos delante de un bálsamo sanador.

Medardo Arias Satizábal

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.

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