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Los nombres de Feliza, 2025, el último libro de Juan Gabriel Vásquez, confirma que todos los libros generan diversas lecturas. Para los que conocieron a Feliza Bursztyn y su obra, y a la mayoría de los personajes mencionados, pues vivieron en Colombia y principalmente en Bogotá en las primeras décadas de la segunda mitad del Siglo XX, es un grato relato con algunas novedades; pero para muchos de sus lectores que aún no habían nacido en esos años y apenas reconocen algunos nombres famosos, se trata de una cautivadora novela; y en realidad el libro es un sufrido relato con forma de novela, o una inolvidable novela basada en un relato pormenorizado.
Además, el libro trae pequeños detalles que llevan a pensar en grandes cosas; por ejemplo, cuando dice que se pintaba al óleo o con carboncillo, cuando con este solo se dibuja, salta la necesidad de diferenciar pintura y dibujo. Pintar es representar algo en una superficie con líneas y colores; mientras que dibujar es trazar en una superficie la imagen de algo; o sea que una novela es como una pintura, mientras que un relato es como un dibujo. Igualmente, el arte emociona y complace, estéticamente, como siempre, pero mucho del moderno se limitó a emocionar, y es la duda sobre el de Feliza Bursztyn que recorre el libro, y evidente para los que lo conocieron.
Emoción es la alteración del ánimo, intensa y pasajera, agradable o penosa; mientras que complacer es causar satisfacción, placer o agrado. Homenaje a Gandhi, que se encuentra en la carrera Séptima con calle Cien, en Bogotá, emociona a los que algo saben del líder indio y su discreción; mientras que Las camas, expuestas en 1974 en La Tertulia en Cali, incitaban a remover sus sobresábanas para confirmar lo que se sospechaba que pasaba debajo, y una ‘flor’ suya de parachoques está a la entrada del museo, pero no emociona ni agrada y solo se la reconoce como arte por haber sido ideada por un artista confirmando el paradigma de Marcel Duchamp.
La política en esas décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, fueron marcadas en Colombia por el asesinato de Gaitán en 1948, que generó ‘la violencia’, después del golpe de Estado de Rojas Pinilla en 1953, y el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, la que defendieron muchos intelectuales y artistas, como Feliza Bursztyn, pero cuando ella viajó a Cuba, invitada por la Casa de las Américas, a exponer allá sus esculturas, eso le causóo problemas con las autoridades del país, y al final la llevó a su exilio. Pero es inevitable preguntarse qué habría opinado hoy ella de lo que esa revolución, también fracasada, le ha causado a los cubanos.
Volver a vivir su vida desde su nacimiento en 1933 en Bogotá hasta su muerte en París en 1982 (de tristeza, como escribió Gabriel García Márquez), tal como la reconstruyó magistralmente Juan Gabriel Vásquez, permitirá a los que nacieron después de su muerte enterarse de muchas cosas que les deberían incumbir mejor; y a los que la conocieron recordar y completar sus propias historias, y a tener divergencias por supuesto, al tiempo que tristeza al vivir esa agitada vida comenzando por ver a fondo la fotografía de ella en la portada del libro, en la que se ve su belleza y carácter, y terminar, como lo hace Vásquez, recordando su sonora carcajada.