Columnistas
La Casa del Peñón
Desde los arquitectos Manolo Lago hasta Felipe Cadavid colaboraron por sacar adelante un proyecto que, sin alterarle su esencia, permitiera su continuidad.

25 de jul de 2025, 03:07 a. m.
Actualizado el 25 de jul de 2025, 03:07 a. m.
Tras noventa y tantos años, y luego de ingentes intentos por sobrevivir, la vieja casona del Peñón no pudo más. Como dice la canción, “llegó el motor con su roncar y anuncia que hay que partir”.
Entonces hubo que ser vendida a una importante constructora que ojalá le conserve su fachada, diseño del arquitecto Uribe Vinagre en su última etapa.
Pero murió de pie. No se dejó derrumbar. No pudieron los años ni la soledad doblegarla, ni menos las goteras que le empaparon su corazón, ni los oscuros visitantes de las noches, a pesar del deterioro vergonzante que exhibía desde hace algún tiempo.
En vano tratamos de salvarla. Desde los arquitectos Manolo Lago hasta Felipe Cadavid colaboraron por sacar adelante un proyecto que, sin alterarle su esencia, permitiera su continuidad. Incluso, Juan Carlos Ponce de León, le dedicó muchísimas horas al anteproyecto de un apartahotel que no fue aprobado y luego unos aparta estudios que tampoco.
Por último, nos exigieron un permiso del Ministerio de Cultura habida cuenta ‘la cercanía’ del lote con la punta del lote de la Iglesia de San Antonio, monumento distante a más de 400 metros. Fue entonces cuando dijimos no más y eso nos pasó por pedirle permiso hasta al Papa.
En cambio, a quien le da por remodelar y hasta por construir cualquier ‘mamarrachada’, lo hace sin licencia, sin permisos y sin multas, ¿y qué?
Cali se ha ido quedando sin memoria arquitectónica, y aunque la Casa del Peñón jamás tuvo esas pretensiones, representó en el barrio una construcción interesante por decir lo menos, colindante con el Parque del Acueducto por las gradas que van de la carrera cuarta oeste o avenida Belalcázar hasta el barrio San Antonio.
El patio empedrado, los árboles de gualanday, el mango de Yucatán (donde en su copa fungía de Lindbergh con mi primo Pipo de copiloto), el chirimoyo, el pomelo, el guanábano, el papayo sobre todo el granado, la enredadera de pitahaya roja y amarilla, los icacos y hasta las matas de coca que adornaban la entrada, para no mencionar los pimentones, los espárragos, los repollos, las ene mil variedades de lechuga y otras locuras que sembró mi padre, ya forman parte del olvido.
Y sí, era un absurdo a menos de 10 cuadras de la Plaza de Cayzedo tener esa huerta, más grande que la casa.
Pero quedan las canciones a cargo del viejo Steck que aún resuenan en mi mente, y que suelo interpretar cada vez que me dan las nostalgias y me remonto a mis años mozos que me apretujan el alma apachurrada como en aquellas noches de inquietos luceros.
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Posdata 1. Algunos restaurantes
están exagerando con los altos precios. Ojo que se pueden quedar vacíos.
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Posdata 2. La operación tortuga de los taxistas les va a significar perder clientela en manos de los Uber y otras aplicaciones.
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Posdata 3. Yo hablo bien de Cali. ¡Hazlo tú también!
Administrador de Empresas, Abogado y periodista por vocación. Director y fundador de MF Publicidad Mercadeo Limitada, al igual que de los programas Mario Fernando Piano y Oye Cali. Galardonado en dos oportunidades con el premio Simón Bolívar de periodismo. Escribe para El País hace más de 40 años.