Columnistas
El Día del Trabajo
Hubo varios muertos en aquellos ejercicios, y otros más en los días siguientes, cuando funcionaron las horcas sin piedad.
Aún estremece imaginarse lo que fueron aquellas jornadas que movilizaron en Chicago a unos 350.000 obreros y que tuvieron su culminación aquel 1º de mayo de 1887. Ese día marchaban en pos de que se les reconociera la jornada de trabajo de ocho horas diarias y el derecho a la dignidad de sus labores.
Hubo varios muertos en aquellos ejercicios, y otros más en los días siguientes, cuando funcionaron las horcas sin piedad. Fue entonces cuando el mundo, conmovido, estableció ese Primero de Mayo como el Día Universal del Trabajo. Aunque, por supuesto, Estados Unidos escogió otro día diferente para esa celebración.
Desde luego que de estos conmovedores sucesos nació una rama del derecho especial, que fue dedicada a un mundo nuevo y que habría de denominarse el Derecho Laboral. Y se creó además una rama de la judicatura para hacer justicia y surgió, como una parte muy importante en la Organización de Las Naciones Unidas en Ginebra, la Organización Internacional del Trabajo. Nuestro país, por cierto, es uno de los más avanzados en esa materia y los sindicatos tienen centrales obreras y organizan el derecho de huelga y las marchas. Y sea oportuno decirlo, todo esto fue resultado de los atropellos de Chicago y de la lucha abierta en busca de conquistas mejores para los trabajadores.
Empero, lo que está ocurriendo en estos momentos en Colombia es completamente contrario a derecho. Bajo la mirada doctrinaria de extrema del presidente Petro ha querido este aprovecharse de la fecha para montar su campaña política personal y de su partido, con la que viene desafiando al país desde hace varios meses. Por supuesto, manejando el presupuesto nacional como su propio peculio.
Ha ordenado con bombos y platillos la movilización de todas las fuerzas de la ‘primera línea’ que él fundó como ‘fuerza política’ y de los indígenas prestos a cumplir sus órdenes, para mostrar este próximo Primero de Mayo que ellos sí son el pueblo y no lo son aquellos que cercanos a un millón de personas desfilaron el pasado 21 de abril por las principales ciudades del país en plena calma, sin dañar un poste ni un postigo ni abusar de nadie.
Ese, para él, arbitrariamente, no es el pueblo sino la oligarquía. ¡Abusivo!
Así, entonces, no están buscando las reivindicaciones sociales, sino el enfrentamiento soportado en el odio que despiertan sus viejas frases de guerrillero, agotado en las lides del monte, sino del político sin inhibiciones y con la oratoria abierta y sin control del demagogo, en trance de conquistar con engaños y pequeñas dádivas, semejando por supuesto las huellas de cualquier Maduro u Ortega o la memoria de los Castro.
No son ahora las reivindicaciones laborales las que importan, sino el engaño de la vieja parla de embaucadores y embusteros moviendo el truco y el engaño.
Desde luego que ese pueblo del domingo 21 es respetable, sincero y espontáneo. Ese es el país. Y naturalmente con él las instituciones que están allí alertas, conjuntamente con el Congreso, las Cortes, la Procuraduría, los medios de comunicación y la conciencia clara de la gente. El engaño no puede proseguir adelante, mientras los escándalos gubernamentales pululan.
El fraude de dineros sucios a la campaña, el silencio chantajista de un Benedetti, los camiones de La Guajira y el irrespeto general, no pueden ser una señal de rebeldía. Es contra eso que se levanta el rechazo al igual que contra los peligros de una constituyente por decreto. Recibamos el 1º de mayo con respeto, por la fuerza del trabajo, que ese es el respeto por el hombre.