Columnistas
Colombia pierde a sus mejores
Muchos miran al futuro y, desde fuera, no han renunciado; solo cambiaron de estrategia.

21 de jul de 2025, 03:00 a. m.
Actualizado el 21 de jul de 2025, 03:00 a. m.
Hace poco, un amigo —digamos, un conocido muy cercano— me compartió con resignación una captura de pantalla, el desprendible de pago de su contrato como docente en una universidad pública regional. Junio de 2025, $575.730. Ni siquiera la mitad del salario mínimo legal. Sin subsidio de transporte. Sin garantías. Sin promesas.
No es cualquier profesional. Es historiador, con maestría en Urbanismo, actualmente cursando un doctorado en Estudios Urbanos y Territoriales. Da clases en la Facultad de Artes, vive en estrato 3, se desplaza a pie o en bus, prepara sus clases con rigor, investiga cuando puede. Lleva años encadenando contratos por horas en varias instituciones para completar, a duras penas, un ingreso digno. “Muchos vivimos así”, me dijo. Y no le faltaba razón.
Esa conversación me removió recuerdos. Yo también pasé por allí, por la sensación de estar sobrecalificado y subvalorado, de haber cumplido con el esfuerzo, la disciplina y los estudios, solo para descubrir que el país no ofrece condiciones dignas a quienes deciden quedarse a contribuir. Lo más doloroso es que, en la última década, más de 1,5 millones de colombianos calificados han emigrado; solo en los últimos dos años, fueron más de 350.000.
En teoría, la educación es la promesa. “Estudie para que se la gane toda”, nos decían, convencidos de que el esfuerzo abría caminos. Creo en ese principio, y por años lo transmití a mis alumnos; hoy lo comparto con mis hijas. Pero en la práctica, los títulos no siempre abren puertas, a veces las cierran. A mayor formación, mayor distancia con un mercado laboral que no sabe cómo integrar ese talento. ¿Austeridad o exclusión? Cualquiera sea la respuesta, lo que falta es visión de país.
Muchos se quedan. O al menos persisten. Al inicio del gobierno del cambio, se encendió una chispa de expectativa. Surgieron grupos, se escribieron manifiestos, se enviaron hojas de vida. Más de mil doctores y candidatos a doctorado, de todas las áreas del conocimiento, respondieron al llamado. Querían aportar, construir, ser parte del nuevo rumbo. Pero, como tantas veces, todo quedó en el anuncio. Las puertas no se abrieron. Los mensajes quedaron sin respuesta. Y aquella esperanza inicial terminó, para muchos, en una clara pe-tristeza.
No escribo esto para quejarme, sino para señalar una pérdida que pesa. Cuando un médico abandona su puesto por falta de pago, un profesor termina vendiendo seguros, o una ingeniera emigra por no encontrar una posición a su altura, la nación no solo pierde competencia, pierde futuro. Cada despedida es una oportunidad que se desvanece y el reflejo de una incapacidad estructural para retener lo mejor que tenemos.
La fuga de cerebros no siempre cruza fronteras. También ocurre aquí, en universidades asfixiadas por recortes, centros de investigación sin presupuesto y proyectos culturales que nunca despegan. Y sí, también por las roscas empotradas que siguen decidiendo a quién se incluye y a quién no. Es una fuga interna, que regulariza la idea de que el conocimiento, la preparación y el compromiso no cuentan, no permanecen, no importan. Es la Colombia que deja ir a quienes más podrían aportar. Una pérdida para el país, quizá una ganancia para los profesionales y sus familias. El dilema está en cómo elegimos mirarlo.
Muchos miran al futuro y, desde fuera, no han renunciado; solo cambiaron de estrategia. Este nuevo éxodo no solo es numeroso, es potente. No huyen; avanzan, aunque con nostalgia. Si nuevos liderazgos —públicos y privados— saben convocarlos con seriedad, podrían formar una red activa, capaz de contribuir sin fronteras. No es ingenuidad, es madurez, y quizá también una segunda oportunidad bien entendida.
Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.