Cultura
Una odisea por todos los pueblos de Colombia, así es el libro del neurólogo Diego Rosselli que presentará en la FIL Cali
El autor presentará su libro el lunes, 3 de noviembre, a las 3:00 p. m., en el Auditorio Colombia de la FIL Cali.
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29 de oct de 2025, 12:59 a. m.
Actualizado el 29 de oct de 2025, 12:59 a. m.
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Diego Rosselli es un reconocido neurólogo, investigador y docente universitario, quien en paralelo a sus labores académicas, empezó a recorrer Colombia por cielo, agua y tierra. Al principio fueron las principales ciudades del país, que quedaron retratadas en su primer libro de viajes ‘Historias de cien ciudades: crónicas de un viaje fascinante por Colombia’, publicado en 2010.
Pero su instinto aventurero, a diferencia de otros, no lo llevó más lejos, sino más adentro en los límites de nuestro territorio. Y así, como siguiendo la red neuronal de un cerebro —pasando por cada una de sus sinapsis—, a bordo de un Land Rover, Rosselli llegó a todos los pueblos colombianos.
Su mapa personal pasa por los 1103 municipios reconocidos como tal por el DANE y el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, aunque comunidades en territorios con diferentes denominaciones son muchas más, como descubrió en sus viajes.
“¿Cuántos hay? Depende de la fuente que uno consulte. El DANE dice que 1103, pero no se cuenta a San Andrés, porque es sede de la Gobernación, y sí incluyen a Providencia. Y el último municipio que se creó, que es San Basilio de Palenque, no ha sido delimitado por el Instituto Geográfico, así que tampoco aparece en la cuenta. Pero yo los visité todos y en mis cuentas son 1105 pueblos”, apunta Rosselli.
La historia de cada visita a estos lugares, algunos muy famosos y otros tan remotos que, incluso, no parecen en los mapas, se encuentra en el libro ‘Mil y más pueblos’, que Diego Roselli presentará el lunes, 3 de noviembre, a las 3:00 p. m. en el Auditorio Colombia, de la Feria Internacional del Libro de Cali.
El neurólogo, viajero y escritor de 68 años, aunque es bogotano y conoce mejor que nadie el país, decidió hace poco tiempo radicarse en Palmira (Valle del Cauca).
“Fue una decisión muy razonada, en la que entraron muchas viables, para estar en un lugar en el que no tuviera que soportar calores altos, y también me gusta del Valle, que es un departamento con un buen nivel de desarrollo, buenos servicios públicos, buenas carreteras, buenos hospitales y, desde Palmira, la cercanía a un aeropuerto, que para mí es importante, porque sigo recorriendo el país”.
Rosselli destaca, además, que “encontré aquí un lugar que tiene mucha agua, una característica que los colombianos no hemos aprendido a valorar. En el Valle del Cauca tenemos una riqueza hídrica y natural enorme, por eso escogí el área rural de Palmira para tener una propiedad y dedicarme a la jardinería, la lectura y la escritura, a escuchar música, y continuar mis viajes, mientras tenga la energía”.
—¿Cómo pasó de 100 ciudades a más de 1000 pueblos?
La idea original fue visitar las 100 principales ciudades de Colombia. Las escogí por población de la cabecera municipal, excepto que uní áreas metropolitanas, solo eso me tomó 5 años, pero me quedó gustando y después decidí ir a los pueblos que están en los extremos del mapa, el último pueblo del Guaviare, el último en la costa Pacífica de Nariño, los últimos de Urabá, Chocó y La Guajira.
Y después vi que llevaba un número importante, estaba por los 700 municipios visitados y empecé a rellenar el mapa poco a poco, con la pretensión primero de visitar todos los que tienen acceso por carretera, a los que pudiera llegar en mi Land Rover, que resultaron siendo 1067 pueblos. Cuando completé esos, pensé que sería injusto no visitar los que no tienen carretera.
“Vamos allá también como sea”, me dije y viajé en avión, en lancha, por mar, río, y de alguna manera, terminé por visitarlos todos. El año pasado lo completé en Unguía, Chocó, donde en 1510 los españoles fundaron Santa María La Antigua del Darién, la primera población de lo que sería Colombia.
—¿Y cuál es la historia del Tinieblo Rezandero, el Land Rover con el que recorre el país?
El carro fue herencia de mi papá, quien lo compró en la feria exposición internacional del año 1966. Es un Land Rover inglés, extralargo, cabinado de fábrica, y lo usamos mucho para viajar en familia, porque nosotros éramos nueve hermanos. Cuando yo me gradué de médico en 1981, mi padre me lo regaló, o sea que ya lleva 40 y tantos años conmigo.
Creo que es el carro indicado porque tiene la capacidad de meterse por cualquier tipo de carreteras. Y por ser viejo no tiene los problemas de seguridad que tendría metiéndose en una camioneta 4x4 nueva, de esas de alta gama, y es sumamente confiable, de mecánica sencilla, así que cuando se vara cualquier mecánico de pueblo puede meterle mano y repararlo para seguir el camino.
Terminé utilizando ese vehículo para llegar a todos los rincones de Colombia, y a todas partes me ha llevado fielmente. Se llama Tienieblo Rezandero, porque me he tomado fotos con él en todas las iglesias de los pueblos.
—¿Qué sorpresas encontró por el camino?
Yo empecé estos viajes hace 21 años. Para ese momento, ya conocía todos los departamentos de Colombia, no es que estros viajes hayan sido de descubrimiento, como quien llega a un lugar por primera vez y ve los llanos o la selva.
Además, siempre estudio muy bien los lugares antes de viajar. Hago mucha preparación, leyendo todo lo que esté disponible en las bibliotecas, como la Luis Ángel Arango y las sedes del Banco de la República. Así que voy bien preparado.
Sin embargo, no deja de haber sorpresas y en una sección del libro hablo de esos tesoros escondidos, pueblos que uno no se espera que sean tan bonitos, porque hay unos que uno sabe que va a ser un pueblo bien bello, como el caso de Mompox, Barichara o Villa de Leyva, de los que uno inclusive a veces se decepciona, porque se ilusiona montones con ellos. En cambio, hay otros pueblos de los que uno no esperaba mucho.
Uno de ellos es Chimichagua, César, que queda a orillas de una ciénaga bellísima, la Zapatosa. Tienen un parque principal muy muy bonito y gente muy querida.
También mencionemos, por ejemplo, a San Juanito en el Meta, un pueblo de la cordillera que me llamó la atención por lo atractivo que es, a pesar de lo difícil que es el acceso, porque la carretera es bastante mala.
Otro pueblo es Zapatoca, Santander, que ahora ya es mucho más accesible, porque han pavimentado la vía para llegar desde Bucaramanga, pero en la otra época era una carretera destapada, polvorienta y escarpada, con buenos precipicios. Este es un pueblo que tiene muchísima historia, algo que a mí siempre me ha cautivado. Podíamos mencionar muchos más pueblos de ese estilo.
Por estos días estoy haciendo recorridos por los pueblos del vallenato y hay uno de La Guajira que se llama Las Aguas del Pilar, en el sur de este departamento, límites con el César, y trepado en las laderas de la serranía de Perijá, es un pueblo encantador.
Así que resalto también mucho esos lugares que uno no se esperaba que fueran interesantes y que algo tienen, ya sea por su historia, por su ubicación geográfica o por la misma belleza de su entorno y su ambiente pueblerino de otras épocas, porque eso es parte de lo que me gusta de los pueblos.
Hay pueblos de carretera que se han vuelto ya muy comerciales, ya no tienen ese mismo espíritu pueblerino, de estar un poquito más apartados de la vida y mantener mucho más vivas sus tradiciones. Pero hay otros menos conocidos donde aún se conserva ese encanto.

Periodista y escritor, entre sus publicaciones destaca el volumen de ensayos ‘Libro de las digresiones’. Reportero con experiencia en temas de cultura, ciencia y salud. Segundo lugar en los Premios Jorge Isaacs 2022, categoría de Ensayo.
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