Literatura
Una mujer entre la fe y la palabra: entrevista con Mónica Lavín, autora de la novela sobre Sor Juana Inés de la Cruz
La escritora mexicana Mónica Lavín habla de su exitosa novela ‘Yo, la peor’, donde narra la intensa vida de la poeta y religiosa de la época colonial, Sor Juana Inés de la Cruz.
Por Juan Camilo Rincón, especial para El País
El poeta neogranadino Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla, nacido en Santa Fe de Bogotá, fue uno de los tantos que dedicó parte de su vida a estudiar —y ensalzar— a Sor Juana Inés de la Cruz, considerada la “décima musa”. La religiosa mexicana fue objeto de cartas laudatorias y composiciones inundadas de exaltaciones intelectuales. Pero, ¿qué había en ella que provocó tanta inquietud a lo largo del continente?
La escritora Mónica Lavín responde a esta pregunta en ‘Yo, la peor’, una obra que revela a la mujer rebelde cuyo pensamiento, entre el diálogo y la crítica, la poesía y el teatro, fue muestra de la riqueza cultural de un país amestizado de raíces náhuatl, esclavos negros traídos de África y descendientes de la España imperial.
“... he sido y soy la peor que ha habido”, decía Sor Juana en el siglo XVII. Lavín nos obsequia una narración poderosa y sin concesiones para conocer a la peor, que fue y es, sin duda, la mejor.
—En la introducción del libro ‘Sor Juana en la cocina’ usted cuenta que fue Ana Benítez Muro quien le sembró la inquietud sobre la vida cotidiana del México colonial. ¿Cuáles son sus descubrimientos más interesantes sobre el día a día en la vida de esa época?
Ana Benítez Muro —quien, desafortunadamente, murió pronto— y yo nos conocimos en un tren, el transcanadiense. Habían contratado a escritores y periodistas de gastronomía para hacer un recorrido de costa a costa. La experiencia fue fabulosa, y Ana y yo inauguramos una amistad. A nuestro regreso, ella, que dirigía una colección de cocina virreinal en la editorial Clío, me preguntó si me gustaría escribir el texto para el recetario atribuido a Sor Juana, que se había encontrado en el convento de San Jerónimo. Aquello me puso frente a una Sor Juana de carne y hueso, hecha de sabores, de tradiciones familiares de búsquedas de formas y como diría ella de Filosofías de cocina.
A partir de ahí y del texto que escribí para el libro que se refería a la cocina conventual, ‘Dulces hábitos’ —que ahora forma parte del mismo libro Sor Juana en la cocina—, me deslumbró no sólo Sor Juana sino la época que le tocó vivir. Me parece singular cómo, a pesar de ser una sociedad dividida en castas, con prohibiciones, había maneras en la Nueva España, incluso normalizadas, para el mestizaje genético y naturalmente el cultural.
Mucho de lo que hoy vivimos tiene que ver con esa época; por ejemplo, las prostitutas estaban obligadas a usar una capa roja cuando entraban a la catedral: el rojo como señalamiento de lo pecaminoso. Existían hospicios donde las madres peninsulares o criollas que habían concebido un hijo con un hombre de otra casta llevaban a sus hijos y los visitaban y mantenían.
—¿Por qué escogió a sor Juana Inés de la Cruz?
Es una referencia ineludible. Sus poemas, sobre todo los de índole amorosa, estaban ahí para volver a alguno de sus versos. Pero nunca la había pensado como persona; eso fue lo que me persuadió de acercarme a ella a través de la novela: sus dilemas, su personalidad, la época en que vivió. Quise mirarla más allá de su obra, por el tiempo que le tocó vivir y la manera en que lo sorteó.
—¿Cómo logró narrar a esta mujer sin caer en el estereotipo?
Una novela tiene que colocarse en el vértice de las contradicciones, tiene como vocación la comprensión y no hace altares de figuras que la historia ya ha colocado en bronce. Entonces mi misión era derretir el bronce y volverlo carne y hueso, una mujer con fortalezas y fragilidades que tienen que ver con decisiones, pertenencias, pasiones y posibilidades. El cliché estaba prohibido. La novela tenía que ofrecer una indagación por debajo del cliché: mente, cuerpo y época adentro.
—¿Cómo fue el trabajo de investigación?, ¿cuánto tiempo le tomó?
Sor Juana es uno de los personajes que más se ha investigado y se sigue investigando, y del que muchos libros se han escrito. A partir de ‘Las trampas de la fe’ de Octavio Paz me gustó la Sor Juana liberal y rebelde que él ofrece. También leí textos opuestos como el de Soriano Valles para formar mi propia idea de Sor Juana: talentosa, inquieta, renacentista pero sagaz, astuta y ambiciosa.
La biblioteca sobre Sor Juana, que forma parte de la biblioteca Cervantes, y que coordina una gran conocedora de la monja ilustrada, Margo Glantz, ofrece muchas perspectivas contemporáneas, estudios recientes sobre la monja. Y fueron fundamentales libros de la época como el de Antonio Rubial García, así como los del Colegio de México sobre la vida cotidiana del XVII para entender el contexto, y el de Fernando Benítez, ‘Los demonios en el convento’. La investigación duró un año, pero siguió durante los tres de escritura en donde, a la par que leía, iba encontrando los hilos anecdóticos que me iban a servir para la novela. La ‘Respuesta a Sor Filotea de la Cruz’, de su puño y letra fue esencial.
—¿Con qué criterios seleccionó la información que le serviría para escribir la novela?
Escogí todo aquello que me iluminara sobre la vida cotidiana de la época, de la experiencia de vida sobre la propia Sor Juana en los diferentes ámbitos en que vivió como el rural, el palaciego y el conventual, eran material fundamental. Una novela necesita de la materialidad de la narrativa. Necesita amueblar, vestir, mover a los personajes en una lógica persuasiva en el tiempo en que viven. A eso hay que agregarle la vida interna y lo no dicho respecto a Sor Juana.
—¿De qué manera la vida familiar y el entorno cercano de Juana Inés la llevaron a buscar el estudio como vocación (“habitar el mundo de las ideas”) y el mundo de la escritura?
Para Sor Juana Inés de la Cruz la biblioteca de su abuelo fue el lugar de descubrimiento de los libros, ella misma lo dice. Pero la biblioteca no solo es un espacio; es la relación con un abuelo, con el acto de leer, con el acto de estar enterado, abrir ventanas, puertas a temas, a lo que está ocurriendo en ese momento. En la ‘Respuesta a Sor Filotea’ es muy clara su experiencia, porque es un documento autobiográfico y sincero. Allí Sor Juana nos dice que no era para las “impertinencillas” del matrimonio y que ella buscaba el silencio sosegado de los libros. Ella no nos deja duda.
—Entre las obras de teatro, los poemas humorísticos, los villancicos, ¿qué fue lo que más le sorprendió de su obra?
La poesía amorosa, la que tiene que ver con un conocimiento de la vida; es la que me gusta releer. Me sigue sorprendiendo por su sabiduría, por su belleza, por su musicalidad y altura del manejo de métricas y rimas, por su inteligencia: “Digamos que soy feliz, triste pensamiento un rato (...) óyeme con los ojos que te escucho muda”. Dice Paz que la de la época no es una poesía confesional y lírica como la conocemos desde el siglo XX, sino una poesía preocupada por las formas, por el disfraz.
—Se podría afirmar que la vigencia de su persona está en que nunca calló ante nada. Para usted, ¿qué es lo que hace vigente su obra?
Es una gran pregunta, porque es difícil separar a la persona de la obra. Y es delicioso cuando uno puede tener el gozo de una lectura más íntima, más hecha para uno. Ella es vigente porque los temas que trata son universales y atemporales. En una época de oídos sordos, darle la oportunidad a la poesía para que navegue ligera es un gran reto del humanismo. Sor Juana no me deja, porque es inacabable. El año pasado se estrenó en la UNAM la ópera para la cual escribí un libreto sobre ella: ‘La sed de los cometas’, con música compuesta por Antonio Juan Marcos. Una ópera mexicana, ¡fue un privilegio!
—Este libro abre la puerta para leer a sor Juana. ¿Qué libros recomienda sobre ella?
Recomiendo sin duda ‘Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe’ de Octavio Paz, ‘Las sombras de lo fingido’ de Jean-Michel Wissmer, ‘’Sor Juana: la comparación y la hipérbole de Margo Glantz y desde luego la obra completa de Sor Juana. Yo escribí para jóvenes un texto introductorio e hice una pequeña antología para acercarlos a su obra: ‘Finjamos que soy feliz’ (Planeta Lector, 2021).
—¿Cuál es su poema preferido de ella?
“Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato”; esta idea de fingir la felicidad cuando la invadía la tristeza. Hay muchos otros: “Óyeme con los ojos (...) Óyeme sordo, pues me quejo muda”; estas trasposiciones de los sentidos y las palabras. Los que más me gustan son los poemas amorosos.