Cultura
Mario Vargas Llosa: un adiós al inca universal
El escritor caleño Leonardo Medina Patiño recuerda la visita del Nobel peruano a Cali en 1999.

Por Leonardo Medina Patiño, especial para El País
Volver a las letras de Mario Vargas Llosa, evocar sus memorables momentos conocidos por medios de comunicación, recordar algún gesto —cuando pude por lo menos observarlo en dos espacios, distantes en el tiempo, uno del otro—. El primero de ellos, fue aquí en esta ciudad (cuando había un ambiente de mejor nivel cultural, y existía el Festival de Arte liderado por Proartes) al recibir el Premio Jorge Isaacs, en el año 1999, y escuchar atento su discurso alrededor del poder sedicioso de la lectura; y el otro, en Cartagena, en el Hay Festival 2017, hablando sobre su admirado Flaubert y su inagotable personaje Madame Bovary.

Esa tarde soleada en Cali, en el Centro Cultural (un edificio patrimonial diseñado por Rogelio Salmona, enclavado en el centro histórico) Mario Vargas Llosa acogió a sus seguidores que llegamos atraídos, como por un imán, a escucharle y a aprender de su sapiencia Inca-universal. Aún no era Nobel de Literatura, pero su espíritu y estatura literaria ya lo hacía en esa senda.
El lleno del auditorio demostró el interés vivo por la cultura y la literatura en esta ciudad del bullicio, y qué mejor que en el marco de ese ya desaparecido festival de arte, que arribara con sus buenos modales, un hombre de letras como Mario Vargas Llosa.
Llegó escoltado por los organizadores del festival. Yo apenas era un estudiante de Derecho con afán de aproximarme a las letras, lo vi de lejos entre la especial multitud que lo acompañó esa tarde inolvidable. Recibíamos con emoción al escritor que hoy no está físicamente en este orbe, pero permanecerá siempre, hablándonos desde sus libros.
En Cartagena, en ese sol Caribe que besa intensamente a sus visitantes, a finales de enero, en esa calenda en que siempre se celebra el Hay Festival, también llegó Vargas Llosa, ya coronado con el Nobel, inmenso, aplaudido, feliz.

Se trataba de una disertación en el Teatro Heredia (hoy Adolfo Mejía) sobre la obra de Flaubert. Allí nos deleitó, apelando a algunos renglones, sabidos de memoria en francés, y demostrando ese apasionamiento por el escritor, a quien visitó, en su tumba, el año pasado junto a su hijo Álvaro, como lo registraron las redes sociales.
Por eso, apenas me enteré de su fallecimiento, el domingo en la noche, retorné a un texto que mantengo a la mano. Se trata de esa pieza literaria que escribió Vargas Llosa titulada ‘Catorce minutos de reflexión’, donde narra, con detalle, cómo recibió la noticia del Nobel de Literatura estando en Nueva York al lado de su esposa Patricia Llosa, cuando apenas amanecía y preparaba su clase de literatura en Princeton sobre ‘El reino de este mundo’ de Carpentier. Además, evoca en su escrito, las vivencias de adolescente afiebrado por el arte, el teatro, las letras y ese fuego encendido que avivaron sus tíos y familiares, dándole ánimo para proseguir en esa lucha frontal, que nunca cesó, con las veintisiete letras del abecedario.

Esas páginas me llevaron, seguidamente, esta misma semana, a otras. Y me dediqué al texto leído por el escritor cuando ingresó a la academia francesa de la lengua, que bien editó Alfaguara bajo el título ‘Un bárbaro en París’, donde cada renglón es una enseñanza de historia, de la vida, del poder de la lectura y la escritura, de la memoria, esa que se va quedando o apagando con el paso de los días, que empaña episodios que se creían imborrables, pero que, según se lee en estos textos, no sucedió en esa esfera del cerebro de nuestro Nobel peruano.
Se nos fue el Inca-universal, el último escritor del Boom Latinoamericano, el que supo manejar los romances, incluida la diatriba de ‘Lo que Varguitas no dijo’, escrita por Julia, su tía-esposa, pasando por su inalterable Patricia Llosa, a quien dedicó una de sus últimas novelas que aborda un estudio interesante sobre la música criolla del Perú y que tituló: ‘Le dedico mi silencio’, quizá como muestra y pedido de perdón por esos años de ausencia, mientras las luces lo encandilaban en escenarios y cenas light junto a Isabel Preysler.
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