Cultura
María José Martínez regresa a la esencia femenina en su nuevo libro: “No fue escrito para feministas radicales”, afirmó
María José Martínez, autora de ‘(R)evolución pink’, habla del cuerpo, el amor y lo que incomoda al feminismo actual.

21 de may de 2025, 02:31 a. m.
Actualizado el 21 de may de 2025, 02:32 a. m.
Por Santiago Díaz Benavides / Especial para El País
Cuando María José Martínez habla de lo femenino, no lo hace desde una trinchera ni con la voz crispada de la consigna. No hay una intención de reclutar ni de alinear. Lo suyo es otra cosa: una especie de exhalación larga, pensativa, que escarba en los pliegues de lo humano, como si en ellos hubiera respuestas todavía tibias, recién salidas del cuerpo.
La entrevista comienza con una confesión: “Este libro no fue escrito para feministas radicales”, dice sin temor, y lo reitera, como quien pone los puntos cardinales sobre la mesa antes de desplegar el mapa.
Martínez, escritora, actriz y comunicadora, está convencida de que hay una pregunta mal hecha rondando los discursos actuales sobre la mujer. “¿Qué es lo femenino?”, parece decirnos, pero en realidad sugiere otra cosa: “¿Qué nos hace humanas antes que género?”. Y entonces, contra la moda de la simplificación o el combate verbal, propone volver a mirar lo biológico, lo ancestral, lo emocional, sin caer por ello en la nostalgia ni en la esencialización que tanto incomoda a algunas corrientes feministas.
“Nosotras tenemos ese rol natural y biológico, no es que el patriarcado nos lo haya impuesto. Podemos emanciparnos de todo lo que queramos, pero no de nuestra realidad humana”, dice con una serenidad que no busca polémica sino matiz. Y este es el núcleo en su libro, una exploración del concepto de “esencia femenina” que evita la trampa de la idealización y la caricatura.
La autora sabe que pisa un terreno minado. Hablar de esencia es, para muchas, invocar una jaula. Pero ella no lo hace desde la nostalgia reaccionaria ni desde el mito.
Lo hace como quien ha atravesado la terapia, la ciencia y la experiencia del cuerpo, y ha decidido que hay algo ahí —en ese magma entre hormonas, vínculos y tiempo— que merece ser dicho sin miedo.
En un mundo donde los discursos sobre género parecen cada vez más polarizados, Martínez propone lo contrario: un enfoque que desarma las trincheras. “Es un libro con un poco más de lo humano que de otra cosa”, resume. “No tengo ninguna necesidad de encajarme en una visión ideológica. Me interesa más lo abierto, lo honesto, lo profundo”.

Ahí está también su abordaje del hombre, del lugar que puede y debe ocupar en este momento histórico de revisión. Su tono es casi tierno cuando se refiere al “hombre sensible, crítico, deconstruido”. Lejos de presentarlo como enemigo, lo invita a leer su libro como quien abre una caja de herramientas, un manual de empatía para entender a las mujeres sin sospecha ni a la defensiva.
“Basta de echarles la culpa de todo. También sienten, también tienen vacíos interiores, también tienen miedo”, dice. No se trata de absolver, sino de reconocer la complejidad: “Los hombres que hoy están habitando nuestro presente no todos son culpables de lo que pasó en el pasado”.
Es ahí donde se nota el gesto más político de su obra, aunque ella lo niegue o lo relativice. Porque lo político, a veces, es simplemente permitir la conversación. Invitar a que hombres y mujeres hablen de amor, de deseo, de cuidado, sin el peso de las culpas heredadas ni las narrativas de victimario y víctima.
En esa línea, hay una pregunta que late en el centro de su libro: “¿Qué queda cuando dejamos de lado los extremos? ¿Puede existir una nueva forma de entender lo femenino que no sea ni sumisión ni sobreintelectualización?”. Martínez cree que sí. Y lo plantea desde la biología, pero también desde lo simbólico.
No teme hablar de espiritualidad, de misterio, de lo que no se puede nombrar con certeza. “Me interesa la psicoterapia, la ciencia, pero sin olvidarme del misterio de la existencia humana”, dice.
En ese punto, su pensamiento se emparenta con ciertas líneas de la filosofía oriental, con el eco de las maternidades no dogmáticas, con la idea de que la evolución no siempre es hacia adelante sino, a veces, hacia adentro.
Pero no se trata de esencialismo perezoso. Ella misma rechaza esa lectura: “No creo que sea posible volver a esa idea de la mujer como únicamente madre o cuidadora. Eso ya no tiene cabida”. La clave, entonces, no está en volver sino en resignificar. Releer lo femenino desde su potencia, no desde su limitación.
Es una visión que incomoda, precisamente, porque no busca complacer. No hay un destinatario claro, no hay una doctrina. Es una escritura que le habla a quien esté dispuesto a escucharse a sí mismo. Y en ese orden, su propuesta es radical en el mejor sentido de la palabra: va a la raíz, aunque esa raíz no siempre tenga forma definida.
“Hay cosas que tal vez no eran lo que pensábamos. Ni los hombres querían lo que se decía que querían, ni nosotras tampoco”, dice, casi en un susurro. Esa afirmación podría parecer banal, pero es profundamente disruptiva: plantea que el malentendido entre los géneros puede ser más antiguo que el patriarcado mismo, y que desandarlo implica también un trabajo de honestidad, de revisión.

La revolución sexual, señala, trajo muchas libertades, pero también muchas crisis. Hoy, dice, las relaciones están en crisis no porque haya demasiada libertad, sino porque hay poco sentido. “El amor y el deseo se han escindido. Ya no sabemos cómo encontrarnos”, lamenta.
Martínez no ofrece soluciones, pero sí caminos. La lectura de su libro no es cómoda, porque no está diseñada para reafirmar. Es un texto que inquieta, que obliga a posicionarse. A las feministas radicales probablemente no les guste. A los hombres machistas tampoco. Y tal vez ese sea su mayor mérito: obligar a pensar sin trincheras.
Como leí por ahí alguna vez, lo importante no es confirmar lo que ya creemos, sino permitir que algo nos mueva. Y eso es lo que logra este libro —y esta autora—: incomodar con amor, provocar sin agredir, sugerir sin imponer. Hay algo muy valiente en eso. Y también muy femenino. Pero no ese femenino de postal o de calendario. Otro. Uno más antiguo. Más hondo. Más humano.