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Dar glorias del ballet al país y al mundo, misión cumplida de Gloria Castro

La maestra de la danza en Colombia habló con El País sobre su trayectoria artística y la gestión cultural que la llevó a impulsar el talento de bailarines que hoy son embajadores de Cali en el mundo.

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En la Feria Internacional del Libro de Cali se hará el lanzamiento del libro Una vida en la danza, escrito por la maestra Gloria Castro y publicado por el Ministerio de las Culturas.
El padre de Gloria Castro, comerciante y ganadero, era muy severo y siempre quiso que ella se preparara. Su madre, amante del arte, le mostró la belleza del ballet y sabía que la gloria sería para su hija. | Foto: Jorge Orozco / El País

9 de nov de 2025, 01:00 p. m.

Actualizado el 9 de nov de 2025, 01:00 p. m.

La maestra Gloria Castro lleva Una Vida en la Danza y así tituló su libro autobiográfico, que lleva tácito un subtítulo, el cual su figura menuda, pero poderosa, celebra con un: “¡Nadie me quita lo bailado!”.

Su primer sueño de niña fue bailar. “Siempre quería bailar. Mi mamá veía que yo me la pasaba con las piernas en las orejas, me encontraba ‘espaturrada’, como decía ella, en todas partes, ella me llevó al ballet”.

“Eran épocas muy difíciles en nuestra ciudad, no había campos de formación. Pasaban por aquí algunos maestros franceses, rusos, y uno tomaba clases aquí y allá, en algún centro de danza que hacía el esfuerzo por mantenerse. Pasó mucho tiempo hasta que llegó el maestro italiano Giovanni Brinati. Él me inspira y me impulsa a que me vaya de Colombia si quería seguir bailando y ser profesional”. Tenía Gloria 18 años.

Aunque bailó folclore junto a Mercedes Montaño, y montó obras como Serenata Criolla, que hablaban de la música y la danza colombianas, de una riqueza que considera extraordinaria, lo suyo siempre fue el ballet clásico y le dedicó su vida.

Una vida que lleva a libro con la idea, me cuenta ella mientras conversamos en una mañana soleada en La Retreta, en el Paseo Bolívar, “de narrar mi propia historia, la de mi trayectoria artística en la ciudad, para que después no terminen haciéndolo otros. Allí cuento cómo fueron las cosas, los momentos difíciles, pero también felices. Yo fui la creadora de mi propia historia. Mucha gente no sabe que Incolballet no cayó de un árbol”.

Una Vida en la Danza, libro autobiográfico de Gloria Castro.
Una Vida en la Danza, libro autobiográfico de Gloria Castro. | Foto: Ministerio de las Culturas, MICASa.

No, claro, usted lo creó, a punta de terquedad. ¿Se considera una terca con causa?

La terquedad es parte de este tema que yo llamo perseverancia. La seguridad que uno debe tener, que, a pesar de las críticas y las dificultades, siempre hay luz para seguir avanzando. Lo importante es saber hacia dónde vamos y qué es lo que queremos. Eso siempre lo tuve presente.

¿Se puede decir que la terquedad lleva a la gloria?

(Risas) Este nombre mío, pues tiene mucha relación con esas virtudes que se fueron desarrollando durante la creación y la construcción de este trabajo.

Algunos sabemos que Incolballet no cayó de un árbol, pero las nuevas generaciones querrán saber cómo se gestó...

Incolballet, como lo cuento en el libro, surgió de una crisis. Cuando regreso a Colombia, retomo la Escuela Departamental de Danza, donde había hecho parte de mi formación y del trabajo, y asumo su dirección con la condición de que me permitieran que la orientara hacia la profesionalización del ballet, porque, al quedarme en el país, me interesaba aportar a las nuevas generaciones un camino profesional. Y da la circunstancia feliz de que Cali contaba con el Instituto Departamental de Bellas Artes, sostenido por la Gobernación del Valle.

A mí me parecía que si el Estado financia una institución de educación artística, la prioridad sería la formación de profesionales y luego estos podrán formar otros maestros en los distintos campos. Es una herramienta social para el desarrollo de la personalidad de niños y jóvenes y el disfrute de la gente de los valores del arte.

Gloria Castro tuvo quince hermanos. De parte de madre fueron cuatro hombres y dos mujeres. Se fue sola a estudiar a Europa y volvió a Colombia.
Gloria Castro tuvo quince hermanos. De parte de madre fueron cuatro hombres y dos mujeres. Se fue sola a estudiar a Europa y volvió a Colombia. | Foto: Foto: Archivo personal de Gloria Castro / El País

Usted se propuso hacerlo con los sectores menos favorecidos, que no tenían el ballet a su alcance. ¿Contó con apoyo?

Primero estuve al frente de la Escuela Departamental de Danza por ocho años y se hizo un trabajo muy importante. Cuando me quedo en el país, con el propósito de formar bailarines, acudo a la embajada soviética en Bogotá a pedir ayuda para que me facilitaran un maestro, que viniera a ayudarnos, y aceptaron. Lo hice porque Rusia, como la conocemos hoy en día, tiene un sistema de formación de bailarines científico reconocido mundialmente. Y en los años que estuve en Europa, mi trabajo estuvo centrado en el sistema de enseñanza Vaganova, para la formación de bailarines.

"Lo más duro para uno como bailarín es dejar el escenario. Es  como si el alma se  partiera, pero sabía que  había que sentar a la bailarina, para, con trabajo serio, sacar adelante a bailarines mejores que yo”, dice Gloria Castro (en la foto, en  sus inicios).
"Lo más duro para uno como bailarín es dejar el escenario. Es como si el alma se partiera, pero sabía que había que sentar a la bailarina, para, con trabajo serio, sacar adelante a bailarines mejores que yo”, dice Gloria Castro (en la foto, en sus inicios). | Foto: Archivo particular de Gloria Castro

Otro país aliado para su propósito fue Cuba. Hizo muchos intercambios y montajes con maestros cubanos. ¿Fue estigmatizada por esa razón?

Sí, sí, sí, por supuesto. Durante once años contamos con la asistencia soviética. Pero llegó un momento en que consideré que era importante estéticamente y en la visión que se tenía del trabajo artístico que nos centráramos en América Latina y por eso una vez me encuentro con Alicia Alonso (bailarina cubana) logro la atención de ella y hacemos un convenio durante 25 años, trayendo a los mejores maestros para formar bailarines.

Eso creó muchas dificultades frente a una parte de la sociedad, porque el comunismo era visto como una amenaza para América Latina y especialmente para Colombia. Pero los maestros no venían a hacer proselitismo político, sino a enseñar.

También se le atribuyó mucha exigencia con los bailarines. Hay muchos mitos alrededor de la enseñanza del ballet...

Mira, hay muchos mitos que se crean alrededor de la danza. Por supuesto, todo arte, y el ballet es una rama del arte teatral, requiere estudios. Ningún artista llega a niveles altos en sus especialidades si no ha habido una dedicación muy grande, si no trabajan ocho o nueve horas diarias. A los bailarines nos pasa igual, solo que empezamos a una edad temprana, cuando el cuerpo está más flexible y esta gramática del ballet se adquiere con mayor facilidad. Pero esa disciplina y ese rigor son entendidos como autoritarismo.

¿Cuál fue la clave del éxito de obras icónicas de Incolballet como Barrio Ballet?

Una forma de relacionarnos con la sociedad y darle sentido a lo que hacíamos fue crear obras que hablaran de nuestra identidad como caleños, nuestra alegría. Cuando Barrio Ballet sale, causa un boom nacional al ser una obra que habla del sincretismo afroamericano con la que la gente se identificó de inmediato. Para llegar a ese nivel teníamos que tener bailarines formados seriamente.

Hicimos Curán o la Rebelión de las Flautas, que hablaba de nuestras culturas ancestrales. O Memoria del Dorado, inspirada en la orfebrería colombiana. María, sobre la obra de Jorge Isaacs, fue de tanto impacto que en Jamaica el embajador inglés la llamó “la Giselle latinoamericana”.

¿Qué siente al ver a muchos de sus alumnos triunfando en todo el mundo?

Eso lo resumo en una sola frase: “Nadie me quita lo bailado”. Me emociono muchísimo cada vez que me encuentro con cada uno de estos muchachos que salieron adelante, que son ciudadanos extraordinarios, artistas maravillosos. No tengo sino orgullo, alegría, satisfacción, y por eso no tengo capacidad ni espacio para el resentimiento o la frustración. Acabo de regresar de Alemania, de ver a unos chicos que me llenan de mucho orgullo. Permanezco en contacto con Juan Pablo Trujillo, Juan Carlos Peñuela, Alejandra Muñoz, Óscar Chacón, Rubén Darío Bañol, en fin, se queda uno sin nombrar a muchos de ellos, que hicieron sus carreras y siguen trabajando. También reconozco a quienes se quedaron aquí en Colombia sosteniendo las banderas y ayudando a darle continuidad a este trabajo, son muy valiosos.

Hablemos de un capítulo no tan grato, ¿por qué se acaba el Ballet de Cali?

El Ballet de Cali estuvo conformado por las primeras generaciones de bailarines, se hizo un trabajo extraordinario. Había muchachos con un nivel artístico muy importante y se creó la compañía, que trabajó durante once años. Recorrimos el mundo, los bailarines fueron reconocidos por su talento y su nivel artístico, pero en 1998 comenzaron los problemas financieros no solo en Colombia, sino en el mundo, la crisis presupuestal.

El Valle fue el más golpeado, y al año siguiente, se declara en quiebra. Fue un golpe moral. Desde ahí se partieron las aguas. Había que seguir adelante. Para los bailarines fue duro, no entendieron; algunos me culparon. Y uno sabe que tiene que recibir esas cosas, no sin dolor, pero con la fortaleza de que si había una escuela, esta tenía que seguir adelante.

Otro capítulo oscuro es cuando, como menciona usted, la ‘sacan’ de Incolballet, ¿qué pasó?

A Incolballet la llamaba mi nave de sueños, que fue creciendo. Pero fui sacada de allí como un mueble viejo que ya no servía. Las personas que estaban preparadas y formadas para asumir la dirección estaban fuera; algunos estaban dispuestos a regresar, pero ya había un tufo político en el asunto y , teniendo ellos ya una trayectoria internacional, declararon que no estaban en capacidad para asumir la dirección de Incolballet.

Y llegan personas que no tienen nada que ver con el arte, pueden tener capacidad administrativa, pero la visión artística no te la puedes inventar. Debes saber qué dirección le das. Entonces, ha cambiado mucho.

¿Usted considera, como dice un graffiti que menciona Álvaro Restrepo en el prólogo de su libro, que “bailó la pena”?

Bailó la pena, pero muchísimo. (Risas). Estoy muy feliz, logré hacer lo que soñaba. Uno a veces sueña y tiene proyectos, pero no los logra aterrizar, y si los aterriza, no los logra sostener en el tiempo. A veces pienso: ¿será que cometí un error al haberme metido a hacer Incolballet en vez de continuar con la Escuela Departamental de Danza? Pero las cosas se dan cómo se deben dar.

En el libro cuento las cosas cómo sucedieron. Cuando lo escribí, estaba tranquila, no sentía rabia ni nada. Tenía presente las palabras de Chaplin: ‘Con odio no puedes hacer arte’. El arte es amor, es belleza, armonía. Debes tener eso en tu espíritu para seguir ese camino”.

Isabel Peláez. Escribo, luego existo. Relatora de historias, sueños y personajes. Editora de cultura, entretenimiento y edición de contenidos digitales.

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