cultura
El largo silencio de la escritora Ángela Becerra tuvo una razón: sus ojos
El silencio prolongado de la escritora caleña Ángela Becerra obedeció a una razón poderosa. Ya está escribiendo otra novela.
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9 de nov de 2025, 11:21 a. m.
Actualizado el 9 de nov de 2025, 11:21 a. m.
La escritora caleña Ángela Becerra habla con sus ojos verdeamarillosos. Ellos navegan en cada ser. Incluso cruzan fotografías, como aquella en la que conoció a Betsabé Espinal, la joven hilandera que lideró en 1920 la primera huelga feminista en Colombia y a quien convirtió, 120 años después, en protagonista de su novela Algún Día, Hoy, con la que sigue recibiendo aplausos.
A falta de ojos, debido a una enfermedad que la dejó sin visión durante un tiempo —su última novela la publicó en 2019— también habla con sus manos y no necesariamente escribiendo, sino pegando sus pensamientos en collages que guardan los secretos de la escritora colombiana más leída, tanto como Gabriel García Márquez.
¿A qué se debe su silencio tan prolongado? No solamente en cuanto a la demora en publicar una nueva obra, sino en sus redes sociales, que hace poco reactivó...
Tengo que decir que pasé una etapa muy complicada con mis ojos, que obviamente para mí son muy importantes. Es primordial para mí la observación, sobre todo para la escritura. Eso me tuvo focalizada en recuperar al máximo, y en el menor tiempo posible, una herramienta básica para mí, que es el ver y el observar. Eso me alejó de todo lo demás, que para mí se convirtió en secundario.
Por otra parte, no soy muy dada a ser activa en las redes sociales. Tengo una especie de amor-odio con eso, porque acaban creyendo que uno es lo que está siendo publicado y no creo que yo sea ni por asomo lo que está en las redes. Estoy en este momento enfocada en mi novela, que ya ha pasado la cima de la mitad. Creo que me quedan dos meses de escritura y por eso es que he estado callada, porque ella me está pidiendo acabarla.

¿Es la novela que estaba escribiendo cuando llegó Algún Día Hoy?
Cuando presenté Algún Día Hoy llegó el covid. Estaba en la promoción de esa novela. Pero dos días antes del viaje que iba a hacer a Latinoamérica cogí el covid y me dañó los ojos, la conjuntiva, fue terrible. Entonces, se paró eso y empezó ese calvario. Me dio tres veces el covid, tuve ocho operaciones y se quedó detenida en el tiempo mi carrera literaria. Cuando empecé a mejorar, retomé la escritura y ahora estoy muy contenta, porque he podido escribir.
¿Esa enfermedad en sus ojos la llevó a buscar otra manera de expresarse, de pronto grabarse, o acudió a otro método?
Yo estoy conectada, o mi interior, mi corazón, mis sentimientos, están conectados directamente con mis dedos y con la pantalla. Voy cambiando continuamente, porque para mí la escritura tiene que tener música. Y si no la leo, no la siento. Entonces, para mí era fundamental recuperar mi vista.
Y al no poder escribir, ¿cómo transmitía las ideas que llegaban, por esos días de tanto silencio, seguramente a borbotones, a su mente?
Yo tengo, gracias a Dios y a mi trabajo creativo, otras formas. Desde muy pequeña he escrito diarios a mano, los he pintado, he hecho collage y poesía visual con cajas, con muchos materiales. Me considero una basuróloga: recojo muchas cosas que para muchas personas no tienen importancia y las reconvierto. Entonces, ocupé ese espacio de tiempo en el tacto, en crear, en moldear, en la escultura y en la escritura, y algo que para mí es el collage, donde no tienes que utilizar tanto los ojos. Así he podido en esos años engordar muchísimo mis diarios.

¿Qué tanto tiene usted de los personajes de sus novelas?
Te mentiría si dijera que no estoy en ninguna, estoy en todas, en unas más que en otras. Por ejemplo, en Betsabé Espinal, que fue la última novela, como me tocó crearla prácticamente toda, solo existían 20 días, del resto nada. Me tocó recoger recuerdos, vivencias mías y prestárselas. Y llegó un momento en donde hubo una simbiosis que ya no sabía si yo era Betsabé o Betsabé era yo. Y fue muy bonito, porque me sirvió muchísimo para exorcizar asuntos de mi niñez que sucedieron con monjas, episodios muy duros. Fue una manera de trasladarlos, de hacerlos públicos y de hacer una especie de autoficción en tramos de la novela. Cuando yo tenía dos meses tuve tosferina y mi madre le prometió a la Virgen de Fátima que yo iba a llevar un hábito hasta los 8 años, si me salvaban. Entonces, hay un episodio de una de las protagonistas de una de mis novelas en donde ella lleva un hábito y así van saliendo trocitos míos en cada historia.
Cómo sucedió el encuentro con la protagonista de Algún Día Hoy: Betsabé Espinal, campesina de 24 años que lideró una huelga de 21 días por y con 400 obreras, quienes trabajaban en condiciones precarias y sufrían abusos sexuales, prohibición de usar calzado y múltiples injusticias...
Me cuestionó y me interesó saber por qué era una persona que fue ninguneada por la época, por lo que se vivió, en donde sucedió lo que sucedió, que fue la huelga... Esa valentía de esta niña, ese porte de decir: ¡Basta de tanta injusticia! Luego, cuando ella logra que se dé lo que todos los trabajadores están pidiendo, porque ella se yergue como líder. Una vez pasa todo el ruido, uno de los dueños o socios de la fábrica había sido gobernador de Antioquia y terminan sacándola de la fábrica y la arrinconan.
Se lo debíamos. Por eso, cuando me encuentro en la televisión con el documental donde ella sale y están hablando de esa huelga, yo la veo en esa única foto que existe de ella, y me está mirando a mí —yo estaba escribiendo otra novela— y digo: ‘Tú me estás pidiendo a mí que te haga visible y yo lo voy a hacer’. Se crea una conexión con ella que ha tardado mucho tiempo en irse. Fue muy bonito, porque la amé profundamente, porque me regaló su vida para yo poderla escribir.
¿Contactó a algún historiador para saber más de la historia de esta líder?
Fui yo más que nada la que estuve investigando: conseguí personas muy amorosas, muy bellas en Antioquia, que me conectaron con gente; me fueron llevando a descubrir muchas más cosas y a empaparme totalmente de la época que se vivió. Tardé dos años y medio solo documentándome. Escribiendo la novela, tardé seis años.
Dijo usted una vez que la literatura era una ventana por la que se escapaba cuando era pequeña, ¿de qué huía?
Me escapaba de la monotonía. Yo vengo de una familia que no estábamos bollantes, vivíamos con muy poco y tenía muchas carencias, más materiales que espirituales, porque amor teníamos a raudales. Pero me comparaba con otras niñas por tonterías, como que ellas tienen patines y yo no; ellas tienen bicicleta y yo no. La primera escritura que nace es contando sobre esa niña a la que le suceden cosas maravillosas, todo lo que no le podía suceder a esa Ángela niña le sucedía a esa otra Ángela de esos cuentos, ¿no?
Antes de convertirse en publicista, ya sentía la necesidad de escribir ficción...
Sí, desde que era muy pequeña. Aprendí a leer y a escribir a los 4 años, el primer libro que leí fue Peter Pan y Wendy y sus aventuras en el país del Nunca Jamás, sobre un niño que vuela y no quiere crecer. Eso me marcó. Ahí sucedían una cantidad de cosas maravillosas y yo, con la ingenuidad de la edad, quería ser esa niña, esos niños a los que les sucedían cosas increíbles, como que volaban, y había unas islas donde había sirenas.
Y empecé a pensar: ‘¿por qué no?’, y así nace esa necesidad de escribir y de plasmar cosas que no estaban en lo diario. A mí no me gustaba jugar a lo que todo el mundo jugaba, yo prefería soñar.
¿Cómo definiría el idealismo mágico que enmarca su literatura?
Cuando empiezo a escribir de los amores negados, aparece sin que yo sea consciente de eso. Empiezan a aparecer fenómenos que están alrededor de los personajes que tienen íntima relación con las emociones de estos. La magia se pone al servicio de las emociones de los personajes. Hay una pareja de Los Amores Negados que se empieza a romper y eso está sucediendo en Cartagena y comienza a nevar nieve negra. ¿Qué está queriendo decir eso?: que lo que ellos están viviendo, esa frialdad y esa ruptura, hacen que lo de afuera se afecte, y empiece a nevar nieve negra, que es el rompimiento de ellos. Lo de afuera está demostrando sus emociones.
Y eso es algo que empieza a sucederse a lo largo de todas mis novelas.
En frases
“Mi abuelo me enseñó a leer y a escribir a los 4 años; y como me aburría la cotidianidad, escribía cuentos que eran una ventana imaginaria por la que yo escapaba”.
Hubo un escritor crítico literario español llamado Félix Grande, quien ya murió, que, cuando me leyó, me dijo: ‘Tú lo que estás escribiendo se llama idealismo mágico’. Es poner la magia al servicio de las emociones”.
El dato final
Las obras de la reconocida escritora caleña Ángela Becerra han sido publicadas en más de 50 países y traducidas a más de 23 idiomas.
Isabel Peláez. Escribo, luego existo. Relatora de historias, sueños y personajes. Editora de cultura, entretenimiento y edición de contenidos digitales.
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