Colombia
Ana Ibáñez, la neurocientífica del fútbol de élite: cómo entrenar el cerebro para no fallar en el momento decisivo
Ana Ibáñez, quien trabaja con futbolistas de élite en España y la Premier League, revela cómo ejercitar este órgano para transformar los retos en impulsos.
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16 de nov de 2025, 04:03 p. m.
Actualizado el 16 de nov de 2025, 04:03 p. m.
Ana Ibáñez le tenía miedo al agua: se convirtió en nadadora de alto rendimiento; le temía a las alturas: se hizo piloto de helicóptero. Desde muy joven, cuenta en un salón del hotel Estelar de Santa Marta, tuvo la intuición de que el cerebro se podía entrenar igual que cualquier parte del cuerpo: piernas, abdomen, brazos.
— Cuando empecé a trabajar de manera específica en el entrenamiento de las frecuencias cerebrales, entendí con total claridad cómo cambia lo que una persona siente antes y después de entrenarse. Lo veo a diario. Así como hacemos ejercicio físico, lo ideal sería que todos pudiéramos entrenar nuestras frecuencias cerebrales, reducir las asociadas al estrés y aumentar las de la calma y la concentración. Al final, lo que sentimos y lo que hacemos depende de las frecuencias que produce nuestro cerebro.
Cuando llegó el momento de elegir la carrera universitaria, ella, que nació en España, escogió ingeniería química. En aquellos años no existía la neurociencia, al menos no como una profesión. Cuando se especializó, aplicó el conocimiento en sí misma: quería que el cerebro fuera su aliado en los momentos decisivos, no su enemigo. Lo llama “atravesar el miedo”.

— Cuando estaba en el mundo del alto rendimiento deportivo como nadadora, me daba cuenta de que si mi mente estaba bien, funcionaba de una manera extraordinaria; y si no, todo lo contrario. Siempre he sido muy consciente de la influencia de la mente, de lo que te dices.
Experimentó primero con sus propios límites —el agua, las alturas— y luego empezó a enseñar lo aprendido.
Hoy viaja por el mundo entrenando cerebros. Es habitual verla en conferencias de la Fifa. Cada vez más, en el fútbol de élite los directivos se preguntan por qué, pese al talento natural y años de inversión desde la infancia, tantos jugadores se quiebran justo cuando tienen que rendir al máximo.

Para su cerebro, la presión se convierte en amenaza. Los que entrenan la mente, en cambio, la transforman en oportunidad. Ahí está la diferencia.
Ana Ibáñez ha trabajado con el Barcelona y el Real Madrid y, aunque revela de qué equipo es hincha, pide entre risas que el dato no se publique. También llevó la neurociencia a la Premier League, a clubes brasileños, y entre sus clientes hay futbolistas tan famosos que firman contratos de confidencialidad.
—Salen todos los días en los periódicos- dice.
Aunque su método no es solo para atletas. Ejecutivos, estudiantes, niños… cualquiera puede entrenar el cerebro en sus centros MindStudio, conformados por psicólogos especializados en Neuropsicología, Neurociencia Cognitiva y Psicología Clínica.

—Mi misión es traer lo que trabajamos en el alto rendimiento a cualquier persona. Si no logramos sentirnos mejor con nosotros mismos, difícilmente vamos a hacer las cosas bien -comenta.
Invitada al congreso de Asocajas, El País conversó con Ana y asistió a su conferencia. Estos son, según ella, los cuatro secretos de la neurociencia para convertir el cerebro en un impulso y no en un freno, cuando llega el momento definitivo.
Una de sus tesis es que ‘nadie es tan inteligente como todos nosotros juntos’. ¿Cómo desarrollar esa inteligencia colectiva?
Cuando nos entendemos como una suma de inteligencias distintas y no como competidores, empiezan a pasar cosas interesantes. El problema es que nos cuesta aceptar que otros pueden hacer algo que yo no. Eso da susto, porque lo interpretamos como amenaza.
Un futbolista muy reconocido me dijo una vez: “Nunca he marcado un gol sin el pase de otra persona”. Necesitamos dejar de sentirnos amenazados por el talento ajeno y aprender a sumarlo.
¿Qué ocurre en el cerebro cuando actuamos así, con ese concepto de inteligencia colectiva?
El cerebro siempre está evaluando si algo representa una amenaza o una oportunidad. Y esa interpretación la hacemos nosotros. Por eso, reconocer el talento ajeno es tan importante: no solo favorece a esa persona, también te favorece a ti, porque tu cerebro deja de verla como amenaza. Eso mejora incluso la salud mental.
Uno de los secretos de la neurociencia es que los pensamientos diseñan nuestra vida. ¿En qué sentido?
Frente a una misma situación, el cerebro decide si lo que ocurre es una amenaza, y te hace retroceder, o una oportunidad, y te impulsa hacia adelante. En ese sentido, los pensamientos diseñan nuestra vida.
Esa suma de decisiones cotidianas define si eres una persona expansiva o alguien más restringido. Si crees que algo es catastrófico y sin salida, te vas a quedar ahí porque el cerebro así lo cree. El cerebro bloqueará áreas clave, porque su prioridad es protegerse.

¿Cómo lograr mejores pensamientos, entonces?
Los pensamientos están ligados a la energía cerebral. Los positivos aparecen cuando la energía está alta; los negativos, cuando está baja.
Lo sabemos intuitivamente: antes de dormir, cansados, muchas veces no pensamos bien sobre algo en particular, nos inventamos unas películas tremendas. Y al día siguiente nos preguntamos cómo pudimos ver todo tan oscuro.
La diferencia entre la noche y la mañana es simple: la energía disponible en el cerebro. Con más energía cerebral, tenemos mejores pensamientos, más capacidad de acción y un entorno más positivo.
¿Y cómo aumentar esa energía del cerebro?
La música es una de las formas más rápidas. Los atletas lo saben: usan canciones que activan memorias positivas antes de competir. Ese proceso se llama ‘priming’ o preparación: evoca respuestas del pasado para influir en decisiones futuras.
Propongo un ejercicio sencillo: cerrar los ojos y, mientras escuchas una canción, trasladarte mentalmente a un momento en el que te sentías lleno de vida. Al cerebro le cuesta distinguir entre lo real y lo imaginado. Es decir, si ya produjo esa energía antes, puede producirla de nuevo.
La música siempre ha estado presente antes de grandes retos colectivos. Los himnos buscan sincronizar la energía de un grupo. La música enciende lo que necesitamos.

Usted afirma que el cerebro no quiere nuestro éxito, sino nuestra supervivencia. ¿Cómo es eso?
Biológicamente, tenemos el mismo cerebro del Homo sapiens. pero vivimos en el Siglo XXI y ya no basta solo con sobrevivir, queremos conectar, crecer, vivir bien. Y eso el cerebro no nos lo va a regalar si no lo entrenamos.
Un cerebro que funciona como un radar de amenazas, como hace miles de años, es un cerebro conservador. Nos hace sentir que todo es más difícil de lo que es.
En cambio, las personas que viven fuera del miedo tienen una visión más amplia y se conectan mejor con los demás.
¿Cómo se vive fuera del miedo?
Aprendiendo a estar cómodos en la incomodidad. Frente a lo desconocido, siempre sentiremos una incomodidad natural. Es el sistema diciendo: no sé cómo va a terminar esto.
La buena noticia es que podemos reducir las frecuencias cerebrales asociadas al miedo para que no nos limiten. ¿Cómo convertir el miedo en oportunidad entonces?: engañando al cerebro.
Todo lo vivido está guardado en el hipocampo, que es como un álbum de fotos. Cuando aparece algo nuevo, el cerebro revisa si hay ‘foto’. Si la hay y fue positiva, dice: ‘ya lo viví, salió bien, adelante’. Si no, duda. Su función es protegernos.

Pero hoy necesitamos menos “lo malo conocido” y más “lo bueno por conocer”. ¿Cómo implantamos una nueva foto en el cerebro ante una situación o un desafío que no hemos experimentado?: visualizando la situación terminada con éxito antes de enfrentarla.
Cuando hacemos eso, lo que antes bloqueaba, se vuelve manejable. El cerebro ya tiene una referencia positiva y se activa para responder. A eso lo llamo atravesar el miedo. La incomodidad es normal, pero podemos entrenar al cerebro para que deje de ser barrera y se convierta en impulso.
Como un jugador de fútbol a punto de patear un penal...
Así es. Los futbolistas de alto rendimiento tienen que tener la seguridad de que eso que van a hacer va a salir bien, tirar un penalti. Es algo que ya han hecho y que les ha salido bien. Siempre hay que implantar esa memoria en el cerebro. Y es algo que ellos mismos se dicen. Es un momento en el que bajan la cabeza y suelen tener un diálogo consigo mismos: ‘Venga, esto lo has hecho’.
Hay un momento de visualizar metiendo el gol, y el sistema lo toma como algo real: ‘Meto el gol ahora, porque ya lo he hecho otras veces, lo estoy viendo’. Se usa el cerebro para que trabaje a tu favor y no en tu contra.

Usted sostiene que existe un estrés bueno. ¿Por qué?
Si siempre estuviéramos cómodos, no tendríamos motivo para cambiar. Para transformarnos, necesitamos un cierto nivel de estrés. El cerebro se regenera cuando le pedimos un poco más de lo habitual. Por eso digo que el estrés bueno alarga la vida, porque impulsa al cerebro a renovarse.
El problema es que hoy vivimos instalados en el estrés permanente, y entonces el cerebro cree que esa es la forma normal de funcionar. Ahí aparece la ansiedad.
¿Cómo distinguir el estrés bueno del malo?
El estrés bueno tiene un propósito claro: entregar un trabajo, terminar una tesis, superar un reto puntual. Cuando entendemos el beneficio, el cerebro deja de preocuparse. El estrés permanente, en cambio, es el malo y no aporta nada. La clave es saber entrar y salir de estreses positivos. Ahí está la diferencia entre crecer y desgastarse.
Eso se relaciona con un último planteamiento: el cerebro evoluciona con las crisis. ¿De qué manera?
El cerebro tiene más ganas de transformarse cuando atraviesa una crisis. Una crisis es, en esencia, un momento de amenaza. En ese estado, el cerebro activa su energía más poderosa para salir adelante.
Por eso, cuando peor la estamos pasando, es, paradójicamente, el momento ideal para impulsar cambios. Una crisis es un cóctel neuroquímico que convierte la dificultad en una oportunidad de crecimiento. Aprovechémoslas. En las crisis nos estamos convirtiendo en mejores personas. Y siempre tenemos dos caminos: sembrar más miedo… o sembrar más amor.
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