Columnistas
Yo vencí a Hitler
No entiende cómo el odio de las personas, como dice ella, que no han sufrido el horror del exterminio, no comprenden el vivir en paz unos con otros, como lo estaban hasta hace poco Israel y Palestina...
Irene Sashsar es una judía nacida en Varsovia en el año 1937, dos años antes de la invasión alemana. Al llamado de su madre, que tomándola de la mano, le decía -no se me desprenda de mi mano-, corrían y corrían, huyendo de todo lo que representa el huir a la muerte, pero sintiendo la fuerza de esa mano materna, que casi a la fuerza quiere buscar una salida. Huyendo del horror de la muerte que a su paso se cernía, en medio de los cadáveres ensangrentados, aun por encima del cuerpo de su mismo padre, que yacía ensangrentado en el piso de su apartamento, hasta que después de unos años, pudo ver la luz del sol, aquella cuya esperanza, todos los días, cuando se escondían de los Nazis para salvarse, la madre, le decía: “mañana será”.
Una mañana que duró casi 5 años. Por eso la llaman la niña escondida, porque del gueto de Varsovia, no se podía salir, debido a que los fusilaban; por ello su madre, siempre la agarraba con fuerza, para lograr por las cloacas del gueto, como nadando por la podredumbre, salir a la calle donde vivían los cristianos. Allí empezó el camino hacia la libertad, el lado no judío.
Ante el hecho de ser sobreviviente, a diferencia de más de 1.500.000 niños que no pudieron salvar su vida, y ahora ante lo que acontece en el mundo, ante el horror de la muerte y la violencia que se cierne en el mundo, a la que el Papa Francisco llama “La tercera guerra mundial”, y ante lo que están viviendo los pueblos de Israel y Palestina, al cual hace tiempo volvió con su familia, no entiende cómo el odio de las personas, como dice ella, que no han sufrido el horror del exterminio, no comprenden el vivir en paz unos con otros, como lo estaban hasta hace poco Israel y Palestina, teniendo como vecinos a aquellos que no han pasado por los sufrimientos que ella y todo sobreviviente al exterminio, vivió. Y dice Irene, que no comprende cómo en pleno Siglo XXI, el hombre no puede vivir junto a su hermano en paz, y disfrutar y tener amor a la vida, en lugar de fomentar el odio entre los mismos hombres, sabiendo que así como se agarraba a la mano de su madre, corriendo y corriendo, para salir un día a la libertad y empezar a disfrutar de una vida en paz, es como el hombre debe agarrarse al otro para salir adelante.
Oyendo esta historia, al vivo, de una mujer que es sobreviviente del exterminio que sufrieron los judíos, llegó a mi mente y a mi corazón, la misma pregunta que se hacía Irene en estos tiempos de sufrimiento y dolor: ¿Dónde estaba Dios?, ¿qué había hecho ella, para pasar por esos sufrimientos?; la que hacía un pequeño a su madre el 30 de mayo de 1999, cuando ocurrió el secuestro al templo de la Iglesia de la María por el Eln. Mamá, ¿si estábamos en el templo, donde estaba Dios, porque nos pasa esto? Sí, la respuesta no es otra: Dios no es el culpable. La maldad brota de quien no cree en Dios y por eso se guía por sus sentimientos y emociones fruto de sus deseos no alcanzados y sus pasiones no satisfechas y juzga al responsable o al que tiene lo que desea, o al que es obstáculo para alcanzarlo, y por eso ve en el otro su enemigo, y para alcanzar lo que desea y no logra, termina haciéndolo con violencia, terror y con la muerte.
En las últimas columnas de opinión, he tocado el tema del valor de la palabra, y cómo debemos pensar mucho para pronunciar las palabras no con pasión, ni amarguras, ni odios, ni temores, ni llenos de venganza, sino con misericordia, perdón, piedad y amor. Por eso, el hombre debe entender que es una criatura y que depende de quién lo crea y a él le debe rendir cuentas de cómo obró y se relacionó con sus semejantes, y qué hizo de la casa que le entregó gratuita, la creación, para vivir, como administra. Es que vuelvo a oír en mi corazón la parábola del Buen Samaritano, Lucas 10-20 y siguientes, y entiendo cómo se vence al enemigo: superando los odios y las diferencias, como nos dice Irene con su vida en el libro: ‘Yo vencí a Hitler’. Pienso en que, como dice Irene, cuando no se vence el odio, y no se responde con perdón, misericordia,