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XXX Semana del Tiempo Ordinario

La soberbia y el orgullo son contrarios al amor de Dios; quien reconoce su fragilidad y se arrepiente de corazón puede obtener el favor y la gracia divina.

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El Evangelio habla sobre el poder de la fe
El Evangelio habla sobre el poder de la fe. | Foto: Getty Images

26 de oct de 2025, 12:17 a. m.

Actualizado el 26 de oct de 2025, 12:17 a. m.

“Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”, son palabras de Jesús en este domingo trigésimo del Tiempo Ordinario, para mostrar que la sencillez, la humildad y la disposición de corazón son agradables a Dios y Él acepta su clamor.

La oración tiene un efecto redentor, pues la súplica y la disposición interior son la mayor garantía para ser escuchados por Dios. Ella debe estar enmarcada por humildad y sinceridad de corazón. De nada sirve quien lo haga mostrándose impetuoso o arrogante. La soberbia y el orgullo son contrarios al amor de Dios; quien reconoce su fragilidad y se arrepiente de corazón puede obtener el favor y la gracia divina.

“El Señor no tardará”, hace justicia a quien está desvalido u oprimido, y mira con misericordia al pobre.

Para Él no vale el prestigio de la persona, sino que escucha al oprimido. La oración del humilde es atendida, y Dios redime al pobre, al desvalido, al desfavorecido y a quien clame desde un corazón sincero.

Hoy vemos dos modelos de vida cristiana, la del fariseo, que, con arrogancia y sin amor al prójimo, piensa obtener la salvación con su propio esfuerzo, y la del publicano, que reconoce su condición de pecador y se siente necesitado de la misericordia y el perdón de Dios.

Ante esta realidad, no consiste en sentirnos seguros y mejores que los demás por el cumplimiento estricto de normas, sino más bien en reconocer ante Dios nuestra pobre condición de criaturas necesitadas de Él.

Es un llamado a revisar nuestra vida, nuestra relación con Dios y con el prójimo, reconociendo en cada uno la dignidad humana.

Despojémonos del orgullo, las vanidades, las ambiciones y la arrogancia, y entremos en la sencillez del publicano que supo, desde su interior, en su pena y arrepentimiento, decir: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Mensaje escrito por el Arzobispo de Cali y sus obispos auxiliares para los lectores de El País.

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Gonzalo Gallo

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