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Venceréis, pero no convenceréis

El lenguaje de la academia y el pensamiento libre no lo entiende Trump.

María Elvira Bonilla.
María Elvira Bonilla. | Foto: El País.

2 de may de 2025, 01:35 a. m.

Actualizado el 2 de may de 2025, 01:35 a. m.

De todos los actos demenciales de Trump en sus 100 días de reinado, a la manera del Rey loco de Baviera, hay algo que resulta imposible de entender: su ataque a la inteligencia.

Es la intolerancia convertida en franca persecución al pensamiento libre, que impulsa y se alimenta del conocimiento, de la cultura, de la investigación, del saber acumulado. Persecución desatada de manera brutal, por el ignorante y altivo presidente, con su asedio y cercamiento financiero a los centros de educación superior, algunos fundados hace siglos, que han sido y son el motor, la fuerza que ha colocado a Estados Unidos en la vanguardia del mundo, en tantos asuntos fundamentales, de la ciencia y la cultura, el conocimiento. La presión llegó desde un comienzo hasta que tomó la forma de chantaje con la chequera, como es su aberrante manera de gobernar.

Doblegó inicialmente a Columbia, uno de los territorios liberales de la academia americana, y continuó con otros pequeños centros de pensamiento hasta que Harvard se plantó y con fuerza alzó al unísono la voz del rector, el cuerpo de profesores, los alumnos. La respuesta fue clara: “No ceder (...) a la imposición de poderes, ajenos a la ley, para controlar la enseñanza y el aprendizaje en Harvard y dictar cómo operamos. (…) La libertad de pensamiento ha permitido a las universidades contribuir de manera vital a una sociedad libre y a una vida más sana y próspera para las personas de todo el mundo. Todos compartimos el interés de salvaguardar esa libertad”.

El lenguaje de la academia y el pensamiento libre no lo entiende Trump. El suyo es uno: el del negocio, los ‘deals’; el vulgar toma y dame. La pelea que, hasta ahora, es de Harvard, no es marginal, es de fondo; sobre temas que son sagrados, en la cual, quien debe inclinarse es el dinero.

Imposible no recordar en estas circunstancias a don Miguel de Unamuno, acorralado por las bayonetas del General Millán-Astray, que se había tomado la Universidad de Salamanca de la que era su rector. Era el 12 de octubre de 1935. España ardía. De su cuerpo, debilitado por el paso de los años y por el dolor por la guerra que destrozaba su país, salió, con una firmeza impensable, una frase lapidaria: Venceréis, pero no convenceréis.

El viejo profesor miró de frente a sus agresores, les afirmó erguida y democráticamente. «¡Este es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir, necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España». Unamuno no se amilanó en una Salamanca tomada por las fuerzas fascistas desde julio de ese año. Allí estaba él para hacerle frente a la fuerza con la razón.

Cuanta falta le hace a esta potencia que ha entrado en un declive moral abrumador, la voz potente, atronadora, de un Miguel de Unamuno que enfrente con lucidez y valentía la fuerza bestial y arrolladora de un gobernante embravecido por el poder que tiene al mundo sumergido en un torbellino de confusión y miedo.

Profesional en Filosofía y letras en la U de los Andes. Periodista durante 25 años. Ha sido directora de noticias del Noticiero Nacional, Canal RCN y de las revista Cambio, Cromos y El Espectador. Ha ganado tres Premios de periodismo Simón Bolívar y el Premio Alfonso Bonilla Aragon. Escribe para El País desde el año 2005 con la cual ganó en el año 2008 el Premio Rodrigo Lloreda Caicedo a la mejor columna.

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