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Estudiantes, profesores y personal de la Universidad se están movilizando en todas las sedes y han promovido todo tipo de actividades de reparación simbólica...

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Alberto Valencia Gutiérrez | Foto: El País

21 de may de 2025, 02:50 a. m.

Actualizado el 21 de may de 2025, 02:50 a. m.

Un joven de 20 años, exalumno de la Universidad del Valle, mató el pasado 8 de mayo con arma de juego a una estudiante e hirió a su expareja sentimental en la sede de Palmira y luego se suicidó. El suceso ha conmocionado a la comunidad universitaria, que no puede aceptar que dentro de sus propios claustros ocurra algo semejante. La vulnerabilidad de la institución frente a agresiones de este tipo ha quedado al descubierto y se ha abierto un juicio de responsabilidades por la falta de atención inmediata a las personas heridas o por las condiciones de inseguridad.

El momento actual es de indignación. Cunde el dolor y el desasosiego. La rabia se expresa por doquier. Estudiantes, profesores y personal de la Universidad se están movilizando en todas las sedes y han promovido todo tipo de actividades de reparación simbólica que contribuyan a reconstruir el tejido social quebrantado. Sin embargo, en algún momento cercano tenemos que pasar de la indignación a la reflexión para preguntarnos por qué suceden este tipo de cosas en la sociedad colombiana contemporánea, por qué se instaura la intolerancia hasta el extremo de buscar la desaparición física de quien no es o no piensa como yo.

Según el Observatorio de Feminicidios de Colombia, hasta el 17 de mayo de este año se han reportado 207 casos, 72 % de los cuales son cometidos por la pareja o la ex pareja de la víctima y el restante 28 % por persona conocida. Esta cifra representa un aumento del 50 % en comparación con el mismo período de 2024 y los principales escenarios son los departamentos de Atlántico, Cundinamarca, Antioquia, Valle del Cauca y Boyacá. A estas cifras alarmantes habría que agregar 19 asesinatos contra personas con ‘orientación sexual, identidad y expresión de género diverso’ y 3804 mujeres víctimas de delitos sexuales. La violencia se instala, pues, en la vida íntima de las personas.

La situación de duelo que vivimos no se puede limitar a procesar el dolor, sino también a hacer todo lo posible para que acontecimientos trágicos de esta naturaleza no se repitan. La primera condición es no responder a la violencia con violencia, provenga de donde provenga; no caer en el círculo infernal, y sin esperanza, de la venganza y la retaliación. Hay que llevar los sucesos al plano de la reflexión con los instrumentos que nos ofrece la sociología, teniendo claro, eso sí, que comprender no es justificar ni tampoco aceptar lo sucedido. Además, la comprensión es un paso fundamental, aunque no suficiente, para evitar la repetición.

Matar a otro ser humano no es fácil. Aunque lo deseemos, todos tenemos mal que bien una serie de inhibidores que establecen una barrera entre el deseo y su realización. Y la pregunta es, entonces, ¿en qué condiciones es posible superar esos obstáculos interiorizados y ‘pasar al acto’? ¿Qué mensaje recibo de otro ser humano para que su presencia me resulte intolerable hasta el punto de no vacilar en eliminarlo de mi horizonte al costo que sea? La realidad escueta que vivimos en Colombia es que el crimen se ha hecho viable y los impedimentos para su realización son superables para muchos de nuestros compatriotas.

¿Qué hacer entonces? La gran carencia que nos constituye es la precaria existencia de espacios institucionales y simbólicos que nos permitan aceptar y dirimir nuestras diferencias y resolver nuestros conflictos, sin pasar por la eliminación del contradictor. Refundar el orden social para que estos sucesos no ocurran es reinventar las reglas de juego desde la educación de los niños, en los estratos más íntimos de nuestra vida cotidiana y en las relaciones de pareja. La convivencia, la solidaridad, las múltiples formas de la sociabilidad no son innatas, debemos aprenderlas. El conflicto es constitutivo de lo que somos. No es fácil entender por qué motivo un joven de 20 años es incapaz de procesar el NO que recibe de su excompañera, y opta por destruirla y por destruirse a sí mismo, con las consecuencias trágicas que conocemos, como si ‘los miedos de la vida superaran a los de la muerte’.

Profesor Departamento de Ciencias Sociales Universidad del Valle e investigador del Cidse desde 16 de mayo de 1977. Doctor en Sociología de la EHESS de París. Fue Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas y director de los programas de pregrado, maestría y doctorado en Sociología. Escribe para El País desde 1998.

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