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En contravía

Ciudad Jardín sufrió lo peor de los narco años, la volvieron trizas, la destriparon. Si olvidamos el pasado, estamos condenados a repetir la historia.

Aura Lucía Mera
Aura Lucía Mera. | Foto: El País.

15 de jul de 2025, 03:38 a. m.

Actualizado el 15 de jul de 2025, 03:38 a. m.

En El País digital de ayer, lunes, leo una crónica sobre ‘el paraíso’ que es el barrio más grande de Cali, Ciudad Jardín. Sus árboles, sus centros comerciales, los exclusivos almacenes y boutiques, sus casas esplendorosas, su lago con babilla incluida.

Se me revolvió el estómago. No tengo nada en contra de la periodista que lo escribió. No la conozco, pero debe ser muy joven y, por lo tanto, no tener idea de la macabra historia que golpeó al sector, en la que los narcotraficantes y traquetos de segunda categoría convirtieron lo que muchos años atrás sí pudo ser, y lo convirtió en un verdadero paraíso residencial, tranquilo.

Al comienzo, mediados de los 60, en estos terrenos, alejados del centro, casi en piedemonte por sus colinas suaves, se inició la construcción de Ciudad Jardín. Se trataba de una urbanización campestre, con antejardines a la vista y sin rejas, casas espaciadas ofreciendo un modo de vida tranquila, segura, donde los niños podían salir a caminar, zonas verdes, iglesia. No tenían que ser casoplones gigantes, lo importante eran los antejardines sin rejas, una invitación a la convivencia.

Urbanización muy al estilo de las tantas que abundan en Norteamérica, sin pretensiones, pero con calidad de vida. Y así fue por algún tiempo, recuerdos lindos, un oasis. Hasta que el narcotráfico irrumpió como un tsunami arrasando todo.

Sus capitanes, los Rodríguez Orejuela, al comienzo medio camuflados y jugando a la decencia, luego los ‘Pacho’ Herrera y sus secuaces, se fueron apoderando de la zona, muchas veces intimidando a los legítimos propietarios para que vendieran y empezaron a construir casas-clubes ostentosas, desproporcionadas, de mal gusto, aterrorizantes, y las tapiaron con rejas, muros de cemento impenetrables, alambres de púas.

El famoso lago de la Babilla se convirtió en el sitio de descanso de los guardaespaldas y sicarios a sueldo de esos muros blancos, inmensos, desafiantes, donde habitaban los hermanitos. Conspiraban, realizaban sus orgías, contrataban orquestas internacionales para sus celebraciones y planificaban esas escaladas de terror que vivimos. Después llegaron las capturas.

Esas casoplonas se descascaran tras los muros, son cementerios y testigos mudos de lo que sucedió, la maleza y las ratas se las comen, el aire se torna espeso al recorrer sus calles.

Una de las mayores afrentas, naturalmente sin consecuencias, es la conversión de las casas de los Rodríguez Orejuela en centro comercial, además, con el desafiante nombre de ‘La Leyenda’. Sí, la leyenda negra de esta ciudad, de la cual no nos hemos podido reponer.

Las nuevas generaciones, famosas por su ignorancia, no tienen ni idea de lo sucedido, de la tragedia, del horror, del miedo que cubrió esa zona. Naturalmente, existen casas que resistieron el embate y sus propietarios exentos de cualquier culpa, unos héroes.

Me reafirmo en mi enunciado. Ciudad Jardín sufrió lo peor de los narco años, la volvieron trizas, la destriparon. Si olvidamos el pasado, estamos condenados a repetir la historia.

El hecho de que ese barrio actualmente tenga restaurantes, boutiques, es la periferia. La tremenda y trágica verdad está en lo profundo del barrio, recorran sus calles, suban, y bien, sus colinas, den vueltas. Da grima y vergüenza. Esta verdadera historia no se puede maquillar, no hay cirugía plástica para ella, sus cicatrices son del alma. Creo que muchos árboles, que fueron testigos, también lloran de tristeza, lo que sucede es que nadie los mira, son parte de un paisaje nada más.

Si las babillas pudieran hablar, ellas nos contarían, porque en esta ciudad nadie habla de ese pasado, un silencio cómplice se impone. Qué tristeza.

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.

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