Columnistas
Tu mejor versión
No está mal que busquemos ayuda, acompañamiento para sanar, sin que ello implique la autoflagelación permanente...

6 de jul de 2025, 01:56 a. m.
Actualizado el 6 de jul de 2025, 02:13 a. m.
La frase aparece en todas partes, se ha convertido en una especie de mantra que nos dice que hay algo o mucho por hacer para ser y sentirnos mejor. Y no está mal que busquemos ese estado de vida que nos procure bienestar, alivio, paz interior y exterior. No está mal que busquemos respuestas, nos reconciliemos con los fracasos, o que exploremos caminos que quizás el miedo nos ha impedido transitar. No está mal que busquemos ayuda, acompañamiento para sanar, sin que ello implique la autoflagelación permanente, porque no somos aptos para… porque no teníamos esto o lo otro, o porque nos faltan cinco centavos pal’ peso.
Vivimos en la era de las versiones; la versión 2.0, la versión mejorada, la premium, la clásica, la descartada… y en ese universo aparece también ‘tu mejor versión’, que titula decenas de libros de autoayuda, seminarios de crecimiento personal, charlas motivacionales; frases comerciales que representan una marca, y hasta videos en redes sociales, con imágenes y canciones emotivas. La frase llama la atención, sin duda, y en muchos casos es enganchadora, pero también se ha convertido en un cliché que empieza a pesar más de la cuenta.
¿Qué se supone que somos ahora?; ¿una versión beta?; ¿un borrador con errores de fábrica, que hay que corregir antes de poder ‘ser alguien’?; ¿una prueba piloto de ser humano que necesita ser verificada? A fuerza de repetirnos que debemos encontrar nuestra mejor versión, nos han hecho creer que la actual está rota, incompleta o es simplemente insuficiente, en un mundo donde abundan las exigencias a todo nivel y en donde la obsolescencia es como un fantasma que no solo se atribuye a tu celular, al aparato tecnológico que cumplió su ciclo, sino a los millones de personas que van por ahí con la sospecha constante de no estar a la altura.
Cuántas veces has caído en la trampa de sentir la pesada culpa porque algo no salió como esperabas, a pesar de que hiciste todo lo que estuvo a tu alcance. Cuántas otras te atormentaste pensando que el problema era tuyo, porque no te alcanzó para lograr esa relación, ese empleo, ese reconocimiento. Y cuántas más has sido el verdugo de quien necesitaba tu comprensión, y en lugar de ello le recitaste un rosario de razones para profundizar su herida, sin ninguna propuesta para ayudarle a levantarse.
Sí, es bueno evaluarse, escucharse, cuestionarse y estar en permanente aprendizaje. Pero hay una línea delgada —y peligrosa— entre el deseo de evolucionar y la obsesión por corregirnos como si fuésemos una versión defectuosa que no pasó la prueba. Porque cuando la idea de mejorar se convierte en un mandato, en una obligación para ser aceptados o validados, deja de ser liberadora y se vuelve una carga.
No necesitamos más frases que nos vendan la ilusión de la perfección. Tal vez lo que requerimos es abrazar lo que somos aquí y ahora, con nuestras contradicciones, dudas, aciertos y tropiezos. Con nuestras ‘versiones’ de siempre, esas que han resistido, amado, perdido y aprendido y siguen intentándolo cada día. No es una sentencia pesimista o conformista, sino más bien, una proclamación de reconocimiento, de querernos más y castigarnos menos; de ser felices con lo verdaderamente importante, y menos infelices por lo que no fuimos, tenemos o seremos.
Que la presión por la aceptación no nos desvele; que la ambición no desaparezca, para lograr las metas, pero que al final del día nos sintamos más orgullosos de sí. Y si alguna versión hay que construir, que sea una en la que podamos habitar con más calma, más compasión y menos exigencia. Una que no parta de la carencia, sino de la posibilidad.