Columnistas
Progreso y progresismo
El progreso suele ser entendido como una especie de movimiento en la historia que está orientado hacia alguna finalidad.

7 de jul de 2025, 02:57 a. m.
Actualizado el 7 de jul de 2025, 02:57 a. m.
Cuando hay movimientos políticos y programas de gobierno que se autodenominan progresistas, uno debería preguntarse por la noción de progreso que está a la base de dicha opción. Lo cierto es que muy pocos lo hacen. Solemos dar por supuesto que, cuando hablamos de progreso, todos entendemos, más o menos, lo mismo. Y eso no es así.
Por eso es importante la filosofía, que, desde sus orígenes en la antigua Grecia, insiste en preguntar cosas que otros evitan por considerarlas, o muy difíciles, o quizás inútiles. Yo las considero imprescindibles. En el caso de la pregunta por la noción de progreso, no pocos filósofos han llamado la atención en el sentido de que cualquier concepción del progreso depende de la idea que tengamos acerca de la unidad de la historia.
Si partimos de la base de que la materia y la vida tuvieron un origen, resulta razonable pensar que tanto la materia como la vida también tienen una finalidad, incierta para nosotros, pero finalidad, al fin y al cabo. Así, el progreso suele ser entendido como una especie de movimiento en la historia que está orientado hacia alguna finalidad.
Detrás de esa idea están, en primer lugar, las religiones, al menos aquellas en las que Dios es creador y, por lo tanto, responsable último de todo cuanto existe. En el mundo cristiano quizás fue san Agustín el gran desarrollador de una teología de la historia en su totalidad, desde sus orígenes hasta sus fines últimos, desde el Alfa creador hasta el Omega definitivo. En ese proceso histórico el mal representa una inclinación o un movimiento que tiende a apartarnos del fin al que deberíamos llegar, de allí la necesidad de una gracia redentora que procede del que está presente desde el principio y estará también en el fin final. Es, por supuesto, una concepción filosófica de la historia que se apoya en la teología cristiana.
También el marxismo participa de una concepción finalista o teleológica de la historia. Esta se orienta hacia la configuración de una sociedad en la que las contradicciones económicas y la lucha de clases allanan el camino hacia un mundo que logra superar tales contradicciones. ¿Cómo? Concentrando la propiedad de los medios de producción en el Estado, gracias a lo cual todos los seres humanos podrán disfrutar algún día de un mismo y único bienestar. Para el marxismo clásico, el progreso se concibe entonces como un movimiento que nos acerca a una sociedad sin clases sociales.
Definirse como progresista es fácil y es bien recibido por las personas y los grupos sociales que, con toda razón, anhelan y exigen cambios en sociedades marcadas por la inequidad y la falta de oportunidades. El progresismo es sexy políticamente y utiliza inteligentemente los deseos de cambio hacia la construcción de un mundo mejor para todos.
Pero prometer el progreso y embarcar a la sociedad en una ola progresista que evita la autocrítica puede ser altamente riesgoso. La humanidad ha tomado consciencia de los límites del progreso, tanto en lo ambiental como en lo económico y político. Por eso al progresismo lo incomodan preguntas críticas sobre la orientación última del progreso y el cómo lograrlo. Y cuando no ofrece respuestas convincentes, el progresismo corre el riesgo de acabar siendo mera retórica electoral.
En lo personal, me convence más la teología agustiniana del progreso, que muchos han calificado de pesimista, otros de realista, pero nadie de ingenua. El único progreso en el que vale la pena confiar es el que se origina en la interioridad humana. Por sus frutos los conoceréis.
Rector Universidad Javeriana Cali