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Como si no quemara…

Deslizamos el dedo por la pantalla sin pensar: pasamos de una advertencia nuclear a una receta de cocina, de un genocidio a un video de gatos.

Claudia Calero, presidenta de Asocaña, entregó un balance positivo de 2024 y habló de los retos de la agroindustria para 2025.

Foto: Juan Carlos Sierra-Revista Semana.
Claudia Calero, presidenta de Asocaña, entregó un balance positivo de 2024 y habló de los retos de la agroindustria para 2025. Foto: Juan Carlos Sierra-Revista Semana. | Foto: JUAN CARLOS SIERRA PARDO

12 de jul de 2025, 02:49 a. m.

Actualizado el 12 de jul de 2025, 02:49 a. m.

Vivimos tiempos donde una amenaza de guerra nuclear puede viralizarse como un chiste. Lo digo porque hace unos días la frase ‘Tercera Guerra Mundial’ fue tendencia global. No por un anuncio oficial ni por un parte militar, sino por memes que lo volvieron gracioso.

Hoy, mientras en Medio Oriente se tensionan los ánimos a nivel internacional, en redes sociales esas alarmas se deslizan entre burlas y polarización política.

Y sí, lo nuclear se volvió viral. En redes sociales se caricaturizó la posibilidad de un ataque entre Irán e Israel con decenas de memes como: ‘Última hora: Colombia envía misiles a Irán’ o ‘llegó la Tercera Guerra Mundial y yo sin casa propia y endeudado’. Nos estamos riendo del fuego, como si no recordáramos que ya nos ha quemado antes.

Un reciente artículo de la BBC recuerda que las armas nucleares no son solo parte de ‘Terminator’, tampoco son intimidación: han sido usadas, han causado muerte, desolación y enfermedad a lo largo de generaciones. En 1945, las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki mataron de inmediato a más de 100 mil personas. Pero el daño no terminó con la explosión: la radiación, el cáncer y la marginación social que sufrieron los sobrevivientes (los hibakusha) dejaron una herida que marcó para siempre la historia de la humanidad.

Décadas después, en 1966, Estados Unidos dejó caer accidentalmente dos bombas de hidrógeno sobre Palomares, en el sur de España. Las bombas no estallaron, pero el plutonio contaminó el suelo de esa zona. 60 años después, esas tierras están cerradas y el acuerdo para su recuperación a duras penas se discute. Los efectos no fueron solo materiales, también humanos y políticos.

Y en el atolón Bikini, en el Pacífico, una de las pruebas nucleares más potentes realizada por EE. UU. desplazó a sus residentes nativos. El territorio quedó invivible y por largo tiempo, la gente sufrió enfermedades derivadas de la radiación.

Estos episodios nos recuerdan que las bombas atómicas y las guerras no son anécdotas. Siguen activas y siguen siendo, sobre todo, un punto de no retorno. Los países que pueden influir en el rumbo del mundo deben ser absolutamente precavidos con las guerras que cazan.

Las cifras son contundentes: desde 1945 a hoy, se han documentado más de 2000 pruebas en el mundo, muchas de ellas con impactos aterradores.

Que no se nos olvide: las guerras no empiezan solo con detonaciones. El Holocausto no comenzó en los campos de concentración, sino con una lenta normalización del odio. El genocidio de Ruanda, en 1994, tampoco empezó con machetes: una emisora de radio, Mille Collines, alimentó la confrontación porque durante meses a los tutsis los llamó ‘cucarachas’. Hoy, Facebook, X y TikTok son arenas donde se cocinan confrontaciones.

Deslizamos el dedo por la pantalla sin pensar: pasamos de una advertencia nuclear a una receta de cocina, de un genocidio a un video de gatos. En esa acción automática, casi sin darnos cuenta, estamos perdiendo la humanidad.

También tenemos responsabilidad. Hoy, muchas guerras comienzan en las pantallas. No basta con esperar que los líderes del mundo actúen racionalmente; necesitamos ciudadanos, medios e influenciadores conscientes, responsables y éticos. Todos, como creadores y consumidores de contenido, debemos recordar que hay un límite entre informar y volver algo sin importancia, entre narrar y volverlo espectáculo.

Mientras sigamos creyendo que la guerra es solo un contenido más, estaremos más cerca de vivirla de nuevo. Y esta vez, quizá, no haya algoritmo que nos salve. Porque olvidar nos pone en riesgo, pero burlarnos… nos hace parte del problema.

Presidenta de Asocaña

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