Columnista
Visita de Estado
Mientras tantos se esconden detrás de discursos de fuerza y soledad, Londres y París nos recordaron que hay otra forma de relacionarse.

12 de jul de 2025, 02:55 a. m.
Actualizado el 12 de jul de 2025, 02:55 a. m.
En estos tiempos de política a gritos, de líderes que ejercen su poder y decisiones con trinos de medianoche, sorprende ver una escena tan fuera de moda como la reciente visita de Emmanuel Macron al Reino Unido. Macron no fue a Londres a exigir, ni a marcar territorio. Fue a tender una mano pragmática a un histórico aliado.
La visita de Macron, invitado por el rey Carlos, fue un regreso a las formas. El Presidente francés y su esposa, Brigitte Macron, fueron recibidos con toda la pompa británica: carruajes, uniformes relucientes, banquete en Buckingham y sonrisas cuidadosamente orquestadas. Un despliegue que contrastó con el hielo diplomático de hace apenas dos años, cuando la entonces ministra de Exteriores, Liz Truss, dudaba en público si Macron era ‘amigo o enemigo’.
Esta vez quedó clara la amistad. La visita fue para mirar al futuro, pero no sin un poco de nostalgia. En su discurso, ante el rey, el primer ministro, y 200 invitados a la cena, pronunció un brindis que, en medio del ruido mundial, sonó casi como fuera de moda. “Estábamos mejor cuando teníamos a Inglaterra, e Inglaterra estaba mejor cuando era parte de la Unión Europea”. Fue un comentario con filo, porque mientras Europa intenta sanar sus fracturas y mantener la unión, el resto del mundo parece cabalgar sobre liderazgos solitarios. Cada vez son más los mandatarios que gobiernan como si estuvieran solos en el escenario, con poder ilimitado, sin intenciones de diálogo, sin límites democráticos y sin ganas de promover agendas compartidas.
No hubo escándalos en esta visita -salvo otro desaire de Madame Macrón al negarse a tomar la mano de su marido al bajar del avión presidencial-. No hubo frases virales, ni declaraciones ácidas. En cambio, hubo desfile, cena de Estado, flores y vino y discursos bien pensados. A pesar del Brexit, ambos costados entienden que lo mejor en este mundo turbulento, es permanecer del mismo lado de la mesa.
Claro, la diplomacia no siempre resuelve problemas, y una cena elegante no cambia la geopolítica. Pero manda un mensaje. Que seguimos creyendo en el respeto, en la historia compartida, en los puentes. Mientras tantos se esconden detrás de discursos de fuerza y soledad, Londres y París nos recordaron que hay otra forma de relacionarse. Una donde las diferencias se reconocen y donde el poder no necesita gritar para hacer el cambio.
No es una cumbre, solo una sutil movida electoral para Macron y para el nuevo primer ministro Starmer. Pero qué bien harían, como región y ejemplo mundial, en dar ejemplo de liderazgo colectivo. Estos despliegues de opulencia y formalidad no son perfectos, pero puede resultar positivo este modelo más elegante, más colaborativo, más humano. De esos que brindan en voz baja, pero construyen en serio.
La primera noche de lujo marcó el paso. El mundo entero vio las fotos de la mesa decorada con rosas, copas doradas y doscientos asientos, y las cámaras siguieron a la carroza donde cabalgaron por la ciudad. Los discursos elocuentes, en esta visita de tres días, rápidamente paso a una agenda conjunta más complicada, con temas duros como la inmigración, las múltiples guerras y las amenazas al orden global como lo conocemos. Ojalá estos gestos de amistad se conviertan en acciones claras y contundentes, con uniones constructivas e ideas novedosas. Quizás, aunque suena contradictorio, entre las prácticas de protocolo histórico y lujoso, nazcan ideas frescas y soluciones duraderas.
Caleña. Graduada del Colegio Bolívar. Politóloga de Trinity College con Maestría en Estudios Latinoamericanos de Georgetown. Analista política y asesora para América Latina de Albright Stonebridge Group. Trabajó en Proexport en Bogotá y en la Cámara de Comercio de Cali. Fue subdirectora de la Oficina Comercial de Washington y jefe de prensa de la Embajada de Colombia en Washington.