Columnistas
Tristeza en casa
“Para viajar no hay mejor nave que un libro” y que una buena casa sí suele recordarlas a cada paso en ella.
Por supuesto en toda casa, buena o mala, inevitablemente hay momentos de aflicción, desánimo, desilusión o depresión, esos estados afectivos del ánimo, pero la tristeza propiamente dicha se suele producir inconscientemente en una mala casa debido a su poca sustancia, importancia o valor; o a veces incluso solo con verla, mientras que la alegría es lo que diferencia una casa buena de una mala, colaborando a paliar dichos inoportunos momentos. Melancolía que hace que quienes la padecen en casa no encuentren gusto ni diversión en casi nada, por lo que una buena casa debe proporcionarlos, como uno de los propósitos de una mejor arquitectura para las casas.
Alegría que en una buena casa es facilitada por la diversidad y cantidad de sus espacios, y de las actividades que se pueda realizar allí, las que no deben ser obligatoriamente las mismas siempre; por ejemplo, se puede comer en la cocina y cocinar en el comedor. Afuera, jardines, patios, solares, terrazas, balcones y azoteas, y de las vistas hacia fuera, la ciudad o los paisajes naturales que la rodean, o al cielo, que permiten ver al poder asomarse a ellos. Y adentro, los recintos para las diferentes actividades en casa, ya sea de día o de noche, como son sus garajes siempre muy olvidados, y sus accesos, salas, comedores, cocinas, lavanderías, dormitorios, estudios, baños y demás.
Diversidad de lugares y de los recorridos entre ellos, debida a su variedad, desemejanzas y diferencias, como también a la abundancia en aquellos de cosas distintas. Espacios diversos que proporcionan ese sentimiento grato y vivo que es la alegría, y cuya ausencia es simplemente triste todo el tiempo que se permanece en dichos lugares, teniendo que buscarla afuera, en la ciudad; o viajando a otras partes, como se suele hacer para remediar las tristezas, pero que una buena casa permite hacerlo en ella, o, mejor, regresando a ella después de viajar cuando ya se dejaron las tristezas atrás dando paso a su grata nostalgia, la que es empática con una buena casa.
Espacios que conmueven al sorprender con algo imprevisto o raro, o sencillamente, porque cambian con el paso del día a la noche; de largos amaneceres a cortos atardeceres, en Cali, hay que repetirlo, “engalanados con nubes de color de violeta y lampos de oro pálido...” como los describió Jorge Isaacs en María, 1867, cuando el Sol se oculta detrás de la cordillera. Y si bien, las casas vacías de chécheres solo alegran momentáneamente, si producen una continua paz, ideal para viajar a otras partes y otras épocas leyendo un buen libro, pues cómo lo dijo Emily Dickinson: “Para viajar no hay mejor nave que un libro” y que una buena casa sí suele recordarlas a cada paso en ella.
En consecuencia, lo que no sorprende, pero sí preocupa, de la arquitectura actual, resultado de la banalización y generalización de la arquitectura moderna es la ausencia de sorpresas que llevan a la alegría y no a la tristeza, ya que es lo que la diferencia esencialmente de la simple construcción. Qué tristeza que ahora muchas casas, y sobre todo apartamentos, y más los símplex, sean simples construcciones y no arquitectura de alegres emociones; y por su parte la arquitectura espectáculo solo impresiona, y apenas la primera vez, y la que solo la imita no deja de dar solo grima y algunas deprimen; por eso alegra a los que la diseñan y a los que poco les importa la tristeza que generan.