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Columnista

Sonido bestial

Hay una competencia por ser el más estridente; para nosotros el ruido es alegría, es sinónimo de éxito, de calidad.

Bernardo Peña Olaya

13 de may de 2025, 02:26 a. m.

Actualizado el 13 de may de 2025, 02:26 a. m.

Lo último en materia de ruido han sido las ‘terrazas’, o bares a cielo abierto, y las caravanas de motos o ‘rodadas’, donde el lugar común es el ruido extremo que le hace el sueño imposible a los vecinos ubicados, incluso, a kilómetros de distancia. Cali resultó, según estudios del Dagma, la segunda ciudad del país más ruidosa después de Barranquilla. El estruendo ha invadido los hogares y la intimidad de sus habitantes. La famosa caravana del fin de semana, en la que se vieron los excesos de miles de motociclistas sin control, me lleva nuevamente a reflexionar sobre la falta de cultura y los niveles de patanería y el desprecio por todas las normas del civismo más elemental que padecemos en Cali, otrora la capital cívica de Colombia.

Que somos la capital mundial de la salsa, que somos alegres, sociables, que aquí es donde debemos estar, todas son excusas para el ruido, no soportamos el silencio. Un curioso estudio hecho por una plataforma de enseñanza de idiomas, reveló que los colombianos solo toleramos 6,2 segundos de silencio y nos ubicó en el tercer lugar a nivel global, después de Brasil e Italia, entre los países que menos tolerancia tienen con el silencio. Estoy seguro de que los caleños superamos esa media y por mucho.

El silencio nos obliga a reflexionar, a pensar, y eso nos da miedo. Por esa razón, en Cali nos interrumpimos, nos quitamos la palabra, no escuchamos al otro, nos rodeamos de ruido.

Hay una competencia por ser el más estridente; para nosotros el ruido es alegría, es sinónimo de éxito, de calidad. En el Centro no hay comercio formal o informal sin un bafle a todo volumen en la puerta, no hay bazar ni semana de la familia en los colegios sin un animador que grite a través del micrófono. Hace poco se dio la largada de la Maratón de Cali en medio de estridentes fuegos artificiales y se celebró el Día del Trabajo con una estrepitosa marcha que dejó a más de uno sordo.

Los convocantes a la dichosa ‘rodada’ aparecieron para pedir disculpas después de cometido el atropello contra la seguridad y la tranquilidad pública, lamentablemente no pasarán de un comparendo pedagógico y les quedará la anécdota. Qué tal si los nombran ‘gestores de silencio’ para que al menos trabajen en pro de bajar el volumen a los exhostos de las motos. La ciudad debe implementar políticas públicas del silencio, hace poco se aprobó en el Congreso una ley para tal fin, un silencio que nos ayude a construir una Cali que sea de todos y no del que sea capaz de producir más ruido. Pronto no quedará nada más que el recuerdo del ‘Sonido bestial’, el de Richie Ray y Bobby Cruz, porque ni eso seremos capaces de escuchar.

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