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Recoges tempestades, Gustavo Petro
Siempre he creído que Petro es consciente de los peligros a los que expone a los destinatarios de sus invectivas, pero le es indiferente.

9 de jun de 2025, 02:09 a. m.
Actualizado el 9 de jun de 2025, 02:09 a. m.
Nada concluyente se sabe de la feroz batalla que libra Miguel Uribe Turbay luego del atentado en el barrio Modelia en Bogotá durante un mitin. Hay estupor y rechazo mundiales y un trino abúlico e indolente del presidente Gustavo Petro, que habla del hijo de “la árabe” (Diana Turbay), asesinada en 1991. María José Pizarro olfateó un provecho político para llamar a los partidos una vez más al diálogo nacional y nadie le paró bolas a la oportunista. Hubo alocución presidencial postiza en la que el hablador se despidió teatralmente en árabe y pidió investigar a los escoltas.
Miguel Uribe es un contrincante joven y carismático con una campaña exitosa. Si es nominado como candidato de su partido, seguramente subirá en las preferencias de los electores. No es un candidato más.
Estamos ante el resultado del gravísimo contexto que ha construido el Presidente apropiándose de manera utilitaria de la “voluntad popular” como un mandato ineluctable a todos, a pesar de que Petro triunfó con una ínfima mayoría de 3,1 %, el peor resultado luego del 2,1 % de Ernesto Samper sobre Andrés Pastrana en 1998.
Sin estrategia alternativa desde la oposición, también hay que decirlo, Petro se autoproclamó su médium, el que habla por el pueblo (no exactamente con él) y lo invoca a asambleas, referéndum, consultas, constituyentes primarias que nunca han sido funcionales porque no importa, se trata de usar la idea contra los “enemigos del pueblo”, a gusto del presidente. Oponerse al poder popular así mediado es peligroso, su ira será incontenible.
Cortes, periodistas, gremios y políticos han sido notificados desde la tarima y el trino.
Siempre he creído que Petro es consciente de los peligros a los que expone a los destinatarios de sus invectivas, pero le es indiferente. Lo relevante es el caos, en el que no hay responsables concretos y todo puede negarse. El asedio “popular” a la Corte Suprema cuando elegía fiscal general, que el presidente minimizó diciendo que los magistrados nunca corrieron peligro es un ejemplo. Los ataques “populares” a la casa de la senadora Nadia Blel es otro. Así proyecta una sombra de fatalidad sobre los senadores Efraín Cepeda y Mauricio Gómez Amín cada vez que los incluye en su lista de oprobios: ratas, hijueputas, traidores.
Hoy muchos recuerdan lo que vivimos en la campaña de 1989-1990 cuando murieron acribillados los candidatos presidenciales Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo durante el gobierno de Virgilio Barco. Las diferencias no pueden ser más grandes, Barco no era un presidente ensoberbecido amenazando a sus oponentes desde el poder y su determinación fue genuina.
No nos perdamos en sutilezas, Petro conoce nuestra historia de violencia y sabe que los gatilleros no necesitan órdenes explícitas y muchas las sobreentienden. Sin descartar la pesca en río revuelto de las múltiples “fuerzas oscuras”. Aunque los disparos a Miguel Uribe nunca se vinculen a áulicos y fanáticos del presidente, hay una responsabilidad política por el estilo panfletario y vulgar que genera riesgos indiscriminados; unos creerán estar ante una oportunidad para defenestrar a Petro y otros para eternizarlo invocando estados de excepción y suspender procesos electorales para proteger la voluntad popular. Los beneficiarios del atentado tendrán muchos rostros, incluido quien busca y desata el caos.
Si Miguel Uribe sobrevive su más grande batalla después de su triste orfandad, ojalá tenga salud y preserve su lucidez y amabilidad. Estos atentados buscan tanto exterminar físicamente como por terror. Si renuncia a la política para preferir su vida de esposo y padre, nadie podrá objetarlo, pero los que sembraron vientos para recoger tempestades lograrán una buena cosecha.
Abogado