Columnistas
Malas ideas
Las decisiones judiciales no necesitan ser mercadeadas en campañas políticas.

9 de jun de 2025, 02:12 a. m.
Actualizado el 9 de jun de 2025, 02:12 a. m.
¿A quién con el cacumen en orden se le ocurre declarar la guerra a las universidades? Pues acaba de ocurrir en Estados Unidos. El presidente Trump, cuyo ego no cabe en este planeta, resolvió emprenderlas contra las universidades más famosas, concentrándose en Harvard, la joya de la corona académica.
¿Alguien tendría en Colombia la mala idea de declarar la guerra al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario? Esta venerable fábrica de talento ha sido faro de Colombia desde 1653. Siglo y medio antes de que nuestra nación surgiera, la Universidad del Rosario se dedicó a preparar a quienes nos dieron la libertad y la independencia.
¿Y en el Perú quién osaría declarar la guerra a la Universidad de San Marcos, que ilumina con sus conocimientos a ese país desde 1551? Por supuesto que en México nadie enfilaría sus baterías contra las prestigiosas UNAM y Monterrey. Es difícil comprender la personalidad del actual presidente de Estados Unidos, una auténtica ametralladora de malas ideas.
¿Concibe alguien en Inglaterra una declaratoria de guerra contra Oxford, Cambridge o London School of Economics? Ni imaginar en Francia un comportamiento beligerante contra La Sorbona.
Nadie se explica porque México resolvió optar por elegir popularmente a sus jueces. La idea proviene del autoritario expresidente López Obrador, quién fiel a su personalidad se cansó de enfrentar decisiones judiciales adversas. Si había casos condenables en la jurisdicción mexicana, el remedio propuesto es mucho peor que la enfermedad.
Es incomprensible porque se pide a los jueces en México hacer campaña para que los elijan. Los únicos productos que pueden ofrecer los jueces son decisiones ponderadas, justas y equilibradas. Las decisiones judiciales no necesitan ser mercadeadas en campañas políticas.
México parece haberse cansado de los fundamentales de la democracia, entre los cuales sobresale el respeto a la división de poderes. Cuatro siglos atrás la civilización occidental se convenció de que el absolutismo de los monarcas conducía a un despotismo sin remedio.
El poder necesita de controles. En Colombia el actual Presidente resolvió invocar directamente a la soberanía popular, cuando ella ya consta desde 1991 en el texto que conforma nuestra constitución. El pueblo colombiano ya habló y expresó su creencia en la separación de poderes.
Es entonces una mala idea la de armar el alboroto de la consulta popular buscando con leguleyadas revocar una decisión del Senado de la República. Como es también una mala idea la de nombrar al siempre controvertido Eduardo Montealegre en el Ministerio de Justicia. No sea que aparezca de nuevo la famosa Natalia Springer cabalgando en un jugoso contrato.
No paran los escándalos en Ecopetrol. Como alguna vez dijo el expresidente López Michelsen, hay ocasiones en las que el error no se comete al destituir sino al nombrar. Una muy mala idea fue la de designar a Ricardo Roa como presidente de la empresa más grande del país. Traía demasiados problemas a cuestas y ellos han comenzado a reventar uno tras otro.
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Posdata: Asustan de verdad los avances en materia de Inteligencia Artificial. Hay que escuchar la advertencia del papa León XIV: debe asegurarse la primacía de los seres humanos sobre las máquinas. La IA debe mantenerse como una excelente herramienta, pero nada más.
Doctor en Jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Abogado en ejercicio. Colaborador de EL PAÍS desde hace 15 años.