Columnistas
Protestas angelicales
Son tantas sus cualidades y tan inmenso su potencial que a pesar del enorme lastre que significa la violencia, ha logrado sobreaguar y de hecho navegar lentamente hacia la prosperidad.
En la larga historia de Colombia, la promoción de la violencia ha contado con múltiples actores agazapados. La hipótesis central es que la inequidad económica conduce necesariamente a la violencia, y que mientras no se logre el nirvana de la igualdad social, estamos condenados a matarnos los unos a los otros.
El armamentario que sustenta esta doctrina consta de un vocabulario que se disemina con mucha habilidad y que la sociedad repite sin mucha elaboración. Todos los incautos han adoptado términos como ‘estallido social’, ‘actores en conflicto’, ‘cese bilateral de fuego’, ‘guerra civil’, ‘razones humanitarias’, ‘terrorismo de Estado’ y muchas otras que he ido compilando en el Diccionario de Barbarismos*. Se ha logrado implantar una ‘cultura’ que puede considerarse única de la colombianidad que explica cómo un país diverso, rico en recursos, con gente educada, capaz y trabajadora, logre la paradoja de ser uno de los más violentos del mundo. Son tantas sus cualidades y tan inmenso su potencial que a pesar del enorme lastre que significa la violencia, ha logrado sobreaguar y de hecho navegar lentamente hacia la prosperidad.
Hasta ahora, y con excepción de las épocas de Samper, la deformación cultural había sido sutil y discreta. Se ha logrado que todos comiencen a usar el mismo lenguaje por osmosis. Así como se acabaron los adjetivos porque todo es ‘complicado’, se implantan palabras por moda y pocos meditan sobre las implicaciones de lo que están diciendo.
Pero ahora se han destapado las cartas con la pieza maestra concebida por la fiscal
Camargo en su directiva. Las “situaciones caóticas en las que se comenten delitos… se deben a emociones intensas” y no se pueden considerar criminales. Las ‘alteraciones del orden público’ y los insultos y agresiones verbales a las autoridades son ‘metáforas’. Cuando se cometen ‘hurtos o agresiones sexuales’ en medio de una protesta, no se pueden considerar relacionadas. Los ataques y agresiones a la policía son ‘legítima defensa’.
En la legislación de la mayoría de los países el lenguaje que promueve la violencia es ilegal. Y aquí, nadie menos que la fiscal, produce un pasquín que invita a la destrucción, al hurto, a la agresión, prohibiéndole a la policía actuar. Así, con eufemismos bárbaros, seguiremos diseminando violencia.