Columnistas
Proteger Gorgona
¿Por arriesgar algo que ha sido un circuito virtuoso para aventurarse a un regreso al pasado, con una excusa de seguridad nacional?
Tristemente, la estridencia y el fanatismo que se han tomado el debate en Colombia está impidiendo una discusión pública, abierta, racional y basada en la ciencia, sobre los impactos en la biodiversidad del parque nacional natural Isla Gorgona, tras construir ahí una instalación militar. Hasta los amigos del gobierno anulan la discusión, acusando a los defensores de la integridad del parque natural de estar protegiendo los intereses del narcotráfico. Habrase visto tamaña estupidez.
La historia de la isla con el sistema de seguridad estatal es trágica para la riqueza ambiental. Un militar, Simón Bolívar, le regaló la isla a otro militar, un británico, en retribución por sus servicios en la guerra de independencia, cuyos herederos iniciaron la tala de los bosques durante la Guerra de los Mil Días para construir barcazas.
En el gobierno de Alberto Lleras se expropió la isla para construir la famosa prisión que implicó la decadencia total de Gorgona y la casi extinción de su bosque, pues dependía de la leña para la cocina, muchos prisioneros cultivaban parcelas, y algunos permanecieron como colonos luego de purgar sus penas. En ese periodo se destruyó la totalidad del bosque de Gorgona.
En 1983, Belisario Betancur cerró la prisión y ordenó la salida de toda la población de colonos y prisioneros. Los científicos recomendaron que el proceso de restablecimiento del bosque fuera natural y así, con el paso de lustro tras lustro, fue regenerándose por sí mismo hasta tener la frondosidad que hoy vemos, con la nube propia que caracteriza a la isla.
Esa decisión, valiente sin duda y en favor de la preservación de un tesoro natural único, se basaba además en la declaración de Gorgona como patrimonio de la humanidad por la Unesco.
A la naturaleza le tomó 40 años llegar al punto de recuperación que hoy tiene y solo bastaron 20 años de la isla como prisión, para destruir un tesoro natural que se formó en miles de años.
Pero muchas otras cosas cambiaron: la economía regional, por ejemplo. Cuando era prisión, pocas personas visitaban a sus parientes presos, pero, en cambio, sí había un flujo constante de prostitutas. Al desaparecer la cárcel, el gobierno también habilitó el uso ecoturístico de la isla, lo que se fortaleció con la concesión que durante años manejó Aviatur con acierto. Las prostitutas no volvieron, y, por el contrario, la gente de Guapi empezó a trabajar como guías turísticos, en los servicios del restaurante y los alojamientos, en transporte, para lo que tenían que capacitarse. Los colegios de la zona incorporaron el conocimiento ambiental de la isla en sus currículos. Economía popular, saber y educación con medio ambiente. ¿Les suena conocido?
Los problemas que hoy tiene el parque se resuelven fortaleciendo a la isla como recurso natural y destino ecoturístico, como revisar los términos de las concesiones o mejorar la infraestructura aeroportuaria y turística de Guapi.
¿Por arriesgar algo que ha sido un circuito virtuoso para aventurarse a un regreso al pasado, con una excusa de seguridad nacional? ¿No sería mejor fortalecer la interdicción en tierra continental y en los esteros del delta del Patía que es donde se cargan las lanchas y los submarinos del narcotráfico?
Hay que apoyar que la COP16 se haga en Cali. Será una oportunidad para que se debata la adecuada relación y el equilibrio de intereses entre la protección de la biodiversidad y la seguridad nacional y enfrentarnos a nuestras contradicciones entre lo dicho y lo hecho.
Si hay un caso para mostrar que es posible el equilibrio entre desarrollo económico y desarrollo ambiental, Gorgona sería mi candidata.