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Pensar antes de hablar
Un comentario impulsivo puede generar conflictos innecesarios, dañar relaciones o incluso afectar nuestra reputación.
Vivimos en una era donde la inmediatez domina nuestras vidas y la comunicación es el centro de nuestras relaciones. Respondemos correos mientras leemos un mensaje de WhatsApp, debatimos en redes sociales sin medir nuestras palabras y, en muchos casos, hablamos antes de reflexionar. Pero no olvidemos que esto tiene un impacto tanto en nuestra vida personal como profesional.
Hablar sin pensar puede ser más costoso de lo que creemos. Un comentario impulsivo puede generar conflictos innecesarios, dañar relaciones o incluso afectar nuestra reputación. En el mundo profesional, una respuesta mal calculada puede hacernos parecer poco estratégicos o imprudentes. Como bien dijo Benjamin Franklin: “Recuerda no solo decir la cosa correcta en el lugar correcto, sino algo aún más difícil: no decir lo incorrecto en el momento más tentador”.
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto frenar antes de hablar? La razón es simple: estamos programados para reaccionar rápido. Nuestro cerebro busca respuestas inmediatas, lo que en algunos contextos puede ser útil, pero en la comunicación muchas veces juega en nuestra contra.
Entre las posibles consecuencias podemos encontrar los malentendidos innecesarios, causados por palabras mal elegidas que pueden cambiar el tono de una conversación y generar conflictos que podrían haberse evitado con una pausa reflexiva. Se pueden generar daños en las relaciones, al decir algo en un momento de enojo o frustración, rompiendo vínculos importantes. No todo lo que pensamos debe ser expresado sin filtro. Podemos perder también nuestra credibilidad, pues si hablamos sin pensar podemos ser percibidos como personas poco confiables o impulsivas.
Cómo podemos entonces aprender a pensar antes de hablar. Sócrates solía aplicar el ‘Test de los Tres Filtros’ antes de hablar. Se preguntaba: ¿Es verdad? ¿Es bueno? ¿Es útil? Si la respuesta a alguna de estas preguntas era negativa, entonces lo mejor era guardar silencio.
En la práctica, esto se traduce en algo sencillo: pausar antes de responder. Tomarnos un segundo para respirar y estructurar nuestras ideas, valorar el contexto en el que nos encontramos, considerar las particularidades del interlocutor, identificar el objetivo que busco con lo que voy a decir y medir las consecuencias de las palabras que quiero pronunciar, pueden marcar una gran diferencia en cómo nos perciben los demás. Como dijo Abraham Lincoln: “Es mejor permanecer en silencio y ser considerado un necio que hablar y eliminar toda duda”.
No se trata de hablar menos, sino de hablar mejor. En un mundo donde la inmediatez nos empuja a reaccionar sin pensar, detenernos unos segundos para elegir bien nuestras palabras no es solo un acto de prudencia, sino una muestra de inteligencia y respeto. Porque, al final del día, las palabras bien pensadas pueden abrir puertas, mientras que las palabras impulsivas pueden cerrarlas para siempre.
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