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No hay agenda personal

Grandes potencias evitan que la movilidad de la primera autoridad se establezca por una agenda personal y no por una institucional.

José Félix Escobar

José Félix Escobar

Doctor en Jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Abogado en ejercicio. Colaborador de EL PAÍS desde hace 15 años.

22 de ene de 2024, 03:04 a. m.

Actualizado el 22 de ene de 2024, 03:04 a. m.

Una de las características inherentes a la democracia es la constante sujeción a normas preestablecidas. Ello incluye el respeto a las formas institucionales. El líder español Pedro Sánchez ha desempeñado una labor gubernamental muy debatida, pero con certeza pasará a la historia su aforismo: “En democracia la forma hace parte del fondo”.

El temor que existe es que el gobernante gire hacia la arbitrariedad, la cual es propia de los totalitarismos. Las decisiones en una democracia deben ser producto de consensos y están sometidas a controles, chequeos y balances. El interesante período por el cual está pasando la democracia norteamericana revela que nadie es superior a la ley y todos los transgresores se someten al escrutinio de jueces y organismos de control, incluidos los expresidentes.

Para resumir: en las democracias los gobernantes no pueden tener agendas propias ni dejarse llevar por apetencias, gustos o preferencias que los conduzcan a errores costosos. Los viajes al exterior del presidente Gustavo Petro ya son 41 y la cuenta que se ha pagado con el dinero de los contribuyentes por este concepto es del orden de treinta mil millones de pesos.

¿Cuáles han sido los resultados tangibles de este frenético peregrinaje? No se ve la expansión de nuestras exportaciones y el lento mejoramiento de la economía ha sido más un resultado estacional que el producto de un programa definido.

Aún no se sabe quién ordenó a la entidad ProColombia suscribir un contrato de arrendamiento y habilitación de una sede promocional de Colombia en una calle de la localidad suiza de Davos, por un valor equivalente a cuatro mil ochocientos cincuenta millones de pesos. Son los cinco días más costosos que recuerda nuestra historia con el pretexto, bien propio de una república bananera, de mostrar lo que de verdad no somos.

El presiente Petro se resiste a entender que nuestro país representa un 2% en la escala global. Lo más probable es que después del despilfarro oprobioso de la casa alquilada en Davos, nuestra nación continúe representando un 2% y no más.

Es mucho más productivo que el presidente de Colombia dedique su esfuerzo a la solución de los graves problemas internos que nos aquejan. La reforma en la que Colombia debe pensar en serio es definir el perfilamiento de la figura presidencial en un mundo tecnológico que no existía cuando se profirió la Constitución de 1991.

Es inaceptable que las relaciones diplomáticas del país se definan día a día al ritmo del trino del momento. Las repercusiones de una declaración equivocada son enormes en las redes sociales. Se sabe que al expresidente Trump se le impidió en un momento dado continuar incendiando al país por medio de trinos.

Tampoco es deseable que el presidente de Colombia mantenga un avión oficial dispuesto a toda hora a viajar para este o aquel destino. Grandes potencias evitan que la movilidad de la primera autoridad se establezca por una agenda personal y no por una institucional.

***

El Papa Francisco ha dicho una gran verdad: en las guerras todos salen perdiendo. Por ello sorprenden que tras las guerras de Ucrania y de Gaza se estén armando nuevos conflictos bélicos en zonas del Medio Oriente y la península de Corea. ¿Tendrá la razón el cineasta Oliver Stone cuando dice que la agresión está en nuestros genes?

José Félix Escobar

Doctor en Jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Abogado en ejercicio. Colaborador de EL PAÍS desde hace 15 años.

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