Columnistas
Lo que el puerto merece
Es claro que Buenaventura, a la par de muelles comerciales, necesita hoy más educación para sus habitantes, más escuelas, mejores opciones en pesca y turismo.
Siga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias


6 de nov de 2025, 01:38 a. m.
Actualizado el 6 de nov de 2025, 01:39 a. m.
Llevaba traje de Dril Armada entre el calor sofocante del puerto, gafas de aro y hablar pausado. Se plantaba delante del colegio, en pleno, para empezar su clase de prosodia. El poeta elegido era el antioqueño Epifanio Mejía, y el poema, ‘La Muerte del Novillo’: ‘Entre la tierra quejumbroso brama/ el más hermoso de la fértil vega/ blanco novillo de tendidas astas…’ Era Diómedes Quiñónez, el rector del Instituto Buenaventura, la escuela elemental que hoy muchos deben estar recordando en el puerto, como esplendor del pasado, ante el paso avasallador del pragmatismo mercantil y la vulgaridad de los tiempos.
Es claro que Buenaventura, a la par de muelles comerciales, necesita hoy más educación para sus habitantes, más escuelas, mejores opciones en pesca y turismo.
El Instituto Buenaventura desapareció, y con él, las bases de un plantel que fue modelo en todo el Pacífico. Cada domingo, íbamos a misa en perfecta formación; la Banda de Guerra adelante y luego el grupo de Scouts con sus garrochas. Puedo recordar el traje de gala; blazer, pantalón habano, corbata azul, camisa blanca, zapatos negros bien lustrados. El Instituto Buenaventura, colegio elemental, privado, fue el embrión de una familia universal en Colombia; portugueses, chinos, árabes, alemanes, holandeses, ingleses, hicieron parte de sus aulas. Todos los vástagos del cuerpo consular -sí, había cónsules con sus familias en el puerto- estaban bajo la égida de Diómedes Quiñónez, nacido en Barbacoas, y de su esposa Esther María.
Luego, el arribo al Pascual de Andagoya, el plantel de educación media que por muchos años fue el de más alto nivel académico en toda Colombia. Por ser Buenaventura una región considerada de ‘clima malsano’, los profesores que iban a enseñar ahí recibían primas extras, los mejores sueldos de la nación. Ser pascualino era un orgullo que se llevaba por todo el país. Nuestro equipo de baloncesto derrotó en tardes memorables al San Luis de Cali, al Berchmans, al Alemán, al Santa Librada. Ya imbatible, este mismo equipo representó al Valle del Cauca, y posteriormente, muchos de sus integrantes, hicieron parte de la Selección Colombia. Todos, deportistas ejemplares, formados por el notable abogado chocoano Euclides Lozano Lemus. En el equipo del Pascual de Andagoya jugaron Luis Bergonzoli, Raúl Cuero, hoy reconocido científico, Ivan Forbes, Alfonso Hurtado Botet. A sus aulas pertenecieron Óscar Collazos, Yuri Buenaventura, la dinastía científica de la familia Fong.
Cada profesor era ‘una lumbrera’ en su área; el samario José Salomón Pedraza, recientemente fallecido, Raúl Maiguel, en Filosofía; Luis Granja, Geografía; Hugo Arroyo, Inglés; Ramiro Paz, Literatura; Montoyita, en Religión; Ospina, Francés; Graciano Garcés, Biología; Casimiro Almanza, Física y Trigonometría; Rincón, Química. Se decía que los bachilleres del Pascual de Andagoya salían perfectamente bilingües, y era cierto. Teníamos un laboratorio de idiomas, donado por el gobierno francés, que entonces envidiaba la Universidad del Valle. En su biblioteca, y bajo el consejo de Targelia Lam, leí a buena parte de los clásicos, libros, todos donados por consulados y embajadas; Twain, Rabelais, Stendhal, Unamuno, Rómulo Gallegos, Poe, Martí, Rubén Darío, Lamartine, Flaubert. Me pregunto ahora si esta biblioteca aún existe, y si los pascualinos todavía llevan como una medalla el orgullo de pertenecer al plantel.
Este es el Buenaventura que me tocó en infancia y adolescencia, el que pugnaba por tener los más altos puntajes, por representar bien al puerto, en la Universidad Industrial de Santander, en la del Valle, la Santiago, la Universidad del Cauca.
Hoy, cuando me llegan ecos de una ciudad acosada por la delincuencia y el desempleo, pienso en esos tiempos idílicos del Instituto Buenaventura y del Pascual de Andagoya, y pregunto si con la expansión de muelles, carreteras, dobles calzadas, etcétera, mi Buenaventura no requiere también una fuerte inversión en la educación de sus niños, de sus jóvenes. El progreso industrial y comercial debe ir a la par con la educación de la gente, las oportunidades de empleo, vivienda, salud, mejor alimentación.
Le haría bien al próximo presidente de Colombia cargarle la mano a la inversión social en el puerto, la que al cabo de unos años dará los mejores resultados. Necesitamos ahora dos, tres Institutos Buenaventura, cuatro o cinco planteles parecidos al Pascual de Andagoya de la época dorada.

Medardo Arias Satizábal, periodista, novelista, poeta. En 1982 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Investigación. En tres ocasiones fue honrado con el Premio Alfonso Bonilla Aragón de la Alcaldía de Cali. Es Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1987, y en 2017 recibió el Premio Internacional de Literaturas Africanas en Madrid, España.
6024455000






