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La pandemia terrorista

Quizá más que guerras y acciones políticas, es tiempo de acordar un gran diálogo entre religiones y entre pueblos, en el cual se haga un decálogo de respeto a lo fundamental

11 de mayo de 2023 Por: Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal

Una de las peores pandemias tiene que ver hoy con la amenaza terrorista en Oriente Medio, la guerra absurda de Putin en Ucrania y la cada vez más cotidiana matanza indiscriminada en colegios y calles de los Estados Unidos.

La última masacre en Dallas tuvo la autoría, al parecer, de un ‘neonazi’ según relatan los noticieros, mas la mayoría de estos actos execrables son cometidos por perturbados mentales que poco a poco se hacen a un arsenal y hasta llegan a ‘avisar’ de sus intenciones en las redes sociales.

Muchas veces las religiones se convierten en fuente de fanatismo, llevando a los pueblos a situaciones de guerra, como ocurre hoy en Oriente Medio. Los fundamentalismos llevan a la intolerancia, y a no permitir ver con claridad lo que ocurre alrededor de una vida miserable, muchas veces guiada por el odio; y esta sentencia es aplicable a católicos, budistas, anglicanos, judíos o musulmanes.

Sin embargo, es deber admitir que religiones como leyes han evitado millones de veces transgredir la línea que separa lo ‘justo’ de lo ‘injusto’, lo legal, de lo criminoso. Las religiones como las leyes son necesarias para atajar en la sinrazón, muchos actos del género humano. No es que se requiera permanentemente recordar leyes o mandamientos para hacer el bien, pero una educación temprana con respecto a los límites de la conducta sea desde la religión, sea desde las políticas estatales de instrucción pública, coadyuvan a la formación integral del ciudadano.

Necesitábamos aprender un código de vestido, perdida ya la inocencia, un decálogo para entender que robar es malo, que matar es peor y que no honrar a los padres es también una actitud que desequilibra la naturaleza.

Entre musulmanes, budistas y anglicanos las normas no son de una extrema diferencia, sólo que en los preceptos del Corán el concepto del castigo y de búsqueda de espiritualidad a partir de la autocrítica –contrición de corazón se llama entre católicos- es mucho más riguroso. Criterios como perdón, compasión, libertad, pasan por un tamiz de cerrados filtros en la fe musulmana.

Después del crimen monstruoso perpetrado en las torres de Nueva York, el mundo, perplejo, conoció otra forma de lucha de los fundamentalistas; la de “la inmolación para ganar el paraíso”. Sólo ese gesto, el de “morir con alegría”, causando al tiempo el mayor daño posible al “enemigo” es el que atenta hoy de manera visceral contra los valores Occidente. Estados Unidos afirmaba que no descansaría hasta dar con el paradero de Bin Laden y de su secuaz Al Zarqawi, responsable este último de la matanza en los hoteles de Jordania. La pregunta es si una vez desmantelados los cuadros terroristas de Al Qaeda, el mundo occidental y sus valores pueden dormir en paz. En la mente del mundo estaba el avión perdido de Malasia Airlines, como una amenaza, y las alarmas encendidas en Occidente. La hipótesis de un secuestro extraterrestre nunca fue creíble.

Quizá más que guerras y acciones políticas, es tiempo de acordar un gran diálogo entre religiones y entre pueblos, en el cual se haga un decálogo de respeto a lo fundamental; una conversación abierta en la cual se den a conocer las formas de aprecio que cada pueblo tiene por la vida. Los católicos, como los protestantes, creen en una vida ulterior, cuya calidad dependerá del comportamiento que se haya tenido en esta primera instancia, pero pocos, lo sé, están dispuestos a cometer acciones suicidas en el nombre de Dios.

El miedo existe. El temor a los ‘bombers’ musulmanes que atacan ‘blancos fáciles’, o ‘blandos’, donde no necesariamente media una contienda, está ahí, desde el anonimato y por sorpresa, es decir, dentro del marco terrorista.

El mundo debe mirar con claridad esta amenaza que llega a las calles de Londres, Nueva York, Madrid o París, incubada en las peores pesadillas del almuecín ciego de Saramago.

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