Columnistas
La otra elección
El resultado más probable es que quien gane la presidencia obtendrá, a su vez, el control en la rama legislativa. No obstante, este año el resultado más probable sería un Senado Republicano...
El 5 de noviembre los estadounidenses irán a las urnas a escoger los delegados de los colegios electorales que elegirán al próximo presidente de su país. Sin embargo, ese mismo día se dará también la elección de un nuevo Congreso. Desde 1989, cuando el presidente elegido fue el republicano George H.W. Bush y su partido no logró obtener control del Congreso, todos los presidentes electos han obtenido mayorías legislativas. No obstante, en esta ocasión parece que el legislativo estará dividido.
Según The Economist, los republicanos tienen un 66% de probabilidad de obtener mayorías en el Senado, mientras existe un 61% de que los demócratas obtengan el control de la Cámara de Representantes. Por su parte, según el mismo medio, Kamala Harris tiene un 51% de opción de ganar la contienda presidencial.
Ahora bien, según las cábalas, quien logre controlar el Senado tendrá una mayor posibilidad de ganar la Cámara de Representantes. Por consiguiente, el resultado más probable es que quien gane la presidencia obtendrá, a su vez, el control en la rama legislativa. No obstante, este año el resultado más probable sería un Senado Republicano y una Cámara con mayoría Demócrata, independientemente de quien obtenga la presidencia.
Esto es fundamental por varias razones. En primer lugar, la Cámara de Representantes tiene, dentro de sus poderes exclusivos, la autoridad para presentar proyectos de ley de ingresos y de aprobar o no una expansión del límite de la deuda, al igual que iniciar procesos de destitución en contra de funcionarios federales. Aunado a esto, tiene el poder de escoger al presidente en caso de que haya un empate en los colegios electorales.
En el caso del Senado, sus principales poderes radican en confirmar nombramientos presidenciales, crucial en el caso de jueces federales de todos los niveles, en especial en la Corte Suprema de Justicia. De igual forma, tiene el poder de ratificar tratados, realizar juicios de acusación y declarar la guerra contra otro país. Por consiguiente, aunque el presidente de Estados Unidos ostenta un poder importante y cierta libertad con respecto al Congreso, uno adverso limitaría su accionar.
Un ejemplo es lo que sucedió en el gobierno Obama, una vez que el Partido Republicano, liderado por el Tea Party, obtuvo mayorías legislativas. En ese momento, el Senado bloqueó el nombramiento de Merrick Garland como juez de la Corte Suprema de Justicia tras la muerte de Antonin Scalia, alegando que a 10 meses de que se llevaran a cabo las elecciones del 2016, el próximo presidente debería ser quien postulara a alguien para ese cargo y no Obama.
Sin embargo, en septiembre de 2020 cuando murió Ruth Bader Ginsburg, en solo 46 días Donald Trump pudo nominar y confirmar a Amy Coney Barrett como su reemplazo, a sabiendas de que las elecciones presidenciales eran en noviembre. Mientras que a Obama, en 10 meses, el Partido Republicano le impidió siquiera tener una audiencia para considerar el nombramiento de Garland, no puso trabas para que Trump lo hiciera.
La elección del Congreso es, pues, crucial para la gobernabilidad del país y definirá el margen de acción del presidente. Si el Legislativo y el Ejecutivo terminan divididos, no solo la polarización se ahondará, sino que la capacidad de encontrar consensos en temas como la transición energética o las relaciones con China y Rusia se verán afectadas.