Carta a Marco Rubio

Su rápida reacción en redes al atentado contra el senador Miguel Uribe fue una señal clara de que, a pesar de los múltiples frentes que debe manejar desde su triple rol en el gobierno del presidente Donald Trump, usted no ha perdido de vista del todo a Colombia. Conoce bien nuestro país y la región que ha mantenido cerca incluso en los momentos más difíciles. Por eso su mensaje resonó: porque logra llegar desde un lugar de experiencia, de historia compartida y de preocupación genuina.

Colombia entera está en cuidados intensivos. El ataque contra el senador y precandidato Miguel Uribe fue también un atentado al corazón de una democracia cada vez más frágil. Las imágenes del terrible ataque y pocos días después la violencia en el Valle nos devolvieron de inmediato a los años oscuros de los 80 y 90, décadas marcadas por el miedo, la sangre y la pérdida de rumbo. Volvieron los fantasmas del pasado que creíamos superados. Y esta vez, como entonces, el riesgo es que el mundo se acostumbre otra vez a vernos así.

Desde Washington, la estrategia parece ser aguantar y esperar el cambio de tercio. Replegarse, esperar el final del mandato actual, cruzar los dedos por un nuevo gobierno más afín. Pero señor Rubio, esa estrategia es peligrosa. Hoy, en Colombia, ni siquiera las elecciones están garantizadas. La propaganda está por todos lados hasta acusarlo a usted de organizar un golpe de Estado. La democracia, motivo de orgullo, esa que dábamos por sentada, está cada vez más lejana. Los recientes ataques terroristas en Cali son solo una advertencia. No hay garantías. La fragilidad, la desconfianza institucional, la violencia que reaparece con nuevas máscaras y viejas teorías, todo ello pone en entredicho nuestro futuro inmediato.

Por fortuna, Colombia es un pueblo que no pierde la esperanza. Es un país optimista que siempre cree que puede ganar el mundial, que las crisis se superan, que todo tiene solución. Hoy resisten las multitudes que marchan, que rezan, cantan y esperan en la calle frente a la Clínica Santa Fe donde un joven senador pelea por su vida.

Persisten los alcaldes que, sin importar el partido, siguen gobernando con las uñas y el corazón. Persiste el sector privado que genera empleo, que proyecta, que invierte, que empuja, que no se va. Persisten los jóvenes que marchan sin odio y siguen estudiando, las comunidades que construyen desde la base, los periodistas que aún informan con rigor, los gremios que plantean soluciones. Son estos los que han construido una duradera relación bilateral.

La relación entre Colombia y Estados Unidos no puede depender únicamente de la empatía ni la ideología entre presidentes. Eso ha sido útil, pero hoy es insuficiente. Se necesitan lazos más robustos, permanentes, paralelos. La lucha contra el narcotráfico, la cooperación en seguridad regional, el comercio, la inversión y el fortalecimiento de las instituciones deben continuar, incluso si los gobiernos no se entienden. A veces, la diplomacia más efectiva nace desde abajo y al lado: desde las empresas, los alcaldes, los medios, los centros académicos. Es imperativo crear nuevas maneras, ya sea diplomacia ‘dura o blanda’ para relacionarse.

Hoy no basta con esperar, señor Rubio. Es hora de actuar desde todos los frentes. Porque Colombia no se puede abandonar, ni se debe cancelar la alianza. Como usted bien sabe, aún queda mucho por construir.