Columnista
La muerte y la vida eterna
Y es que para contemplar el Cielo -el infinito firmamento de Dios- hay que mirar con gratitud hacia la tierra...
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2 de nov de 2025, 12:32 a. m.
Actualizado el 2 de nov de 2025, 12:32 a. m.
Por Monseñor Rodrigo Gallego Trujillo, obispo de Palmira
“Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”; sentencia resumida de nuestra solemne, sencilla y confortadora liturgia exequial que, con la luminosidad del Espíritu de Dios, nos hace contemplar las fronteras del existir humano.
Y esta grandiosa realidad que nos abre, como el rayo, la luz intempestiva de la eternidad, la empezamos a vislumbrar desde la temporalidad de nuestra fugaz peregrinación de amor por el mundo.
No es la promesa que nos marque el final de la dulce nostalgia¸ ni la ausencia total del recuerdo agradecido por el ser amado; más bien, es la proclamación solemne que consagró el Símbolo de la Fe, cuando nos enseña que la bienaventuranza eterna es la culminación inicial de la eternidad dichosa para la que nos selló el Bautismo; allí, la semilla del Cielo, se nos sembró para gozar de la Trinidad Beatísima en la profundidad del corazón humano y vacilante.
La ausencia física no es desaparición; la sepultura no es cancelación de la memoria; la lápida solo encierra el signo del cumplimiento de aquel signo evangélico de que la semilla germina al caer en tierra; se sepulta para que haya vida… paradoja extraña y doliente, pero, ciertamente reconfortante.
La muerte de los seres queridos es una oportunidad para pensar la propia muerte y confirmar con serena tranquilidad que lo único que se queda en el ser de la persona, es el amor a Dios y el bien prodigado a los demás en el Nombre Santísimo del Señor; solo esto y nada más… lo otro… lo demás, podrá acompañar el camino como el fugaz apoyo que sigue su trasegar.
Y es que para contemplar el Cielo -el infinito firmamento de Dios- hay que mirar con gratitud hacia la tierra, nuestra casa temporal. Sea ella siempre -Santa María de Nazareth, la Madre del Cielo- la mano femenina que nos ha de guiar hasta que crucemos el umbral de la patria eternal para contemplar al Divino Hacedor y a todos los seres amados que peregrinaron con amor hasta donde está ya anclado nuestro corazón creyente.
Mensaje escrito por el Arzobispo de Cali y sus obispos auxiliares para los lectores de El País.
6024455000





