El pais
SUSCRÍBETE

Columnistas

Hasta siempre, viejo

Me quedo corto, quisiera escribir tantas cosas sobre él...

6 de febrero de 2025 Por: Gabriel Velasco
Gabriel Velasco Ocampo
Gabriel Velasco Ocampo | Foto: El País

El domingo 2 de febrero se me fue mi viejo.

Julio César Velasco Ospina, para fortuna y largo disfrute de sus hijos, había nacido 93 años antes en Aranzazu, Caldas, municipio olvidado, como la gran mayoría de los de nuestro país. Hijo de Julio César, el boticario del pueblo, y de Margarita Ospina, una de las primeras mujeres en emprender una pequeña industria textil.

Muy joven salió de su tierra para estudiar, internado, a la normal en Manizales, donde se graduó. Pronto llegó a Calarcá como profesor de educación física y a dirigir la banda de guerra de su nuevo colegio. Un día cualquiera anunciaron la visita a la comarca del presidente, el general Rojas Pinilla. A mi padre le dieron la orden de alistar la banda de guerra para ofrecer los honores. El viejo, conservador hasta la médula -godo, más bien, se sintió indignado. Él no le iba a hacer honores a quien había derrocado al líder político de su partido, Laureano Gómez, así este no estuviese ejerciendo por padecer dificultades de salud. Mi padre decidió mandar a los pelaos a descansar, así no podrían salir a hacerle honores a ese usurpador.

No salieron a tocar, pero, al otro día, al que le tocó salir huyendo del pueblo fue a don Julio; lo iban a matar. Así fue como llegó a Tuluá, a la que amó con locura y donde, creo yo, fue plenamente feliz. Pronto inició a dar clases de educación física en el Gimnasio del Pacífico.

Con el paso del tiempo empezó a vender seguros con Suramericana; cuentan que vendía como loco y por eso renunció al colegio. Esto tampoco fue suficiente y decidió montar su propio emprendimiento: una miscelánea de importados, en la calle Sarmiento. Con la ayuda de los bancos y el respaldo incondicional de don Vicente Escobar, un empresario amigo que se convirtió en su mentor, fue creciendo.

Todo iba muy bien hasta que llegó Almacenes Ley. Los productos que él vendía los empezó a traer su competencia y mucho más baratos; se iba a quebrar. No teniendo opción, revisó cuál era el producto que más comercializaba y que el Ley no tenía. El pan surgió de una. Así renació La Abundancia, convirtiéndose en panadería. Después la montó en Palmira y Cali. De ella vivimos y, aunque ya no existe, nos dejó todo lo que somos y de lo cual han vivido mis viejos hasta el momento.

Muy poco tiempo después de haberse reinventado, Gonzalo López lo nombró padrino de su hija mayor. En el bautizo conoció a la madrina que había escogido Nancy Quintero, la madre de María del Rosario, como se llamaría la niña. Ahí conoció al amor de su vida, con quien se casó al poco tiempo, avisando a todo el mundo, literalmente, en la víspera.

Del matrimonio de Julio y Ayda nacimos sus tres ‘cañengos’, como decía él: Margarita, Ayda y este pechito. Por nosotros renunció a lo que más quería en su vida -después de mi mamá-, que era vivir en Tuluá, para que pudiéramos estudiar en un colegio bilingüe en Cali y tener la mejor educación posible.

Y eso fue lo que nos dio, la mejor educación, con su ejemplo. Hombre de temperamento muy fuerte, estricto y jodido como él solo, pero, al tiempo, extrovertido, cercano, mamagallista y muy buen conversador. Está claro que fue trabajador, pero su hogar y la familia siempre fueron lo más importante.

Su amor hacia su esposa se trasladó a nosotros, sus hijos, y nos lo entregó todo. Nada fue fácil, siempre había que ganarse las cosas, pero su generosidad era infinita.

Me quedo corto, quisiera escribir tantas cosas sobre él, pero esto y mucho más fue mi padre. Hoy y siempre solo podré decirle ¡Gracias!

Te amo, viejo.

Regístrate gratis al boletín diario de noticias

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

Te puede gustar

AHORA EN Columnistas