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Enfermos delulu
Los adolescentes dirían que los voceros de tantas fantasías son delulu. Aquí, delulu no es solo moda. Es política pública.

Si una madre decide que sus hijos merecen el colegio más costoso, ropa de marca y transporte en carro blindado con chofer, pero gana tres salarios mínimos, diríamos que vive un delirio financiero. Si afirma que es cuidadosa porque mide el costo de cada comida y paga todo con tarjeta de crédito, no dudamos en reconocer que está perdida y pronto pronto conocerá la ruina.
Si la gerente de una fábrica compra maquinaria sobredimensionada, paga salarios por encima del mercado y presume de eficiencia porque calcula el costo de cada producto sin importar cuánto produce ni a qué precio vende, sabremos que su empresa va al fracaso. Peor aún si presume de su acceso a créditos como si fuese la fórmula mágica de la supervivencia.
Pero si un presidente, sus ministros, los magistrados y los dirigentes médicos proclaman que todos los colombianos tienen derecho a que el Estado les resuelva todos sus problemas de salud, los aplaudimos. Para probar su alcance, el sistema registra el volumen de procedimientos y regula sus precios, presumiendo tener control.
Todo parece funcionar. Hasta que recordamos que la operación no se sostiene con dinero, sino con unos papelitos que llaman orden de servicio, una ficción que simula ser moneda.
Con un gasto per cápita de mil dólares al año, aspiramos a dar la atención que otros países no han podido dar con siete mil. Cuando los prestadores descubren que los papelitos no son moneda corriente y que hay billones acumulados, comienza el colapso. Se buscan culpables y encuentran los abusos y trampas típicos de la falta de libre competencia.
No se sabe cuántos enfermos hay, ni qué padecen, ni en qué etapa están. Nadie tiene claro cuánto cuesta tratar una enfermedad o sanar a una persona. Como el indicador es el número de procedimientos, el pagador se especializa en negarlos o aplazarlos; el prestador, para defenderse de tarifas ridículas, en multiplicarlos. Así, el costo real de los tratamientos se dispara porque buena parte de los diagnósticos se tratan tardíamente, y se diseña un espacio para la corrupción. El resultado es más gasto con menos salud.
Los adolescentes dirían que los voceros de tantas fantasías son delulu. Aquí, delulu no es solo moda. Es política pública. La ilusión delirante la terminamos pagando todos, sacando plata del bolsillo y después de mucho sufrimiento.
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