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El matoneo en los colegios, ¿labor de padres o educadores?
Es de vital importancia entender que corresponde a los adultos responsables y a las entidades encargadas de la formación de los jóvenes.

29 de jun de 2025, 02:19 a. m.
Actualizado el 29 de jun de 2025, 02:19 a. m.
El matoneo en los colegios ha ocurrido siempre y en apariencia existe mayor conciencia sobre el tema. Eso no quiere decir que haya disminuido, simplemente se ha transformado.
El tradicional matoneo más físico sigue ocurriendo, pero ha sido parcialmente opacado por uno más sofisticado, el virtual, que ocurre a través de las redes sociales. Por ello es de vital importancia entender que corresponde a los adultos responsables y a las entidades encargadas de la formación de los jóvenes, identificarlos, establecer su gravedad e inculcar desde muy temprano los valores fundamentales.
Infortunadamente, hoy en día muchos padres de familia no tienen interés o no sienten que sea posible aplicar sanciones ejemplarizantes a los hijos que han cometido faltas disciplinarias graves, ya sea por temor o por facilismo.
Y hoy los colegios tienen menos herramientas que antes para imponer normas disciplinarias frente a faltas graves. No pueden, porque los padres de familia que quieren defender a sus hijos transgresores, los defienden intimidando con tutelas al colegio que pretenda imponer sanciones.
Frente a ofensas graves hay que tener criterios claros sobre la forma como se deberían manejar. Tanto los colegios como los padres deberían reaccionar consistentemente con contundencia cuando perciben que los jóvenes tienen comentarios o actos que muestran desconsideración con los más débiles, machismo, misoginia, racismo o violaciones sistemáticas de los derechos de los demás.
En estos temas, no hay “transgresiones pequeñas” no solo por el efecto que pueden tener en la persona o personas agredidas, sino por el impacto regresivo que tienen estas palabras o actos en la sociedad y la cultura de una ciudad o un país.
El matoneo escolar o “bullying” es una conducta de origen multifactorial relacionada, probablemente, con la incapacidad de los mayores para convertirse en adecuados modelos de identificación para los jóvenes. También guarda relación con trastornos emocionales del agresor, dinámicas de poder entre el agresor y el agredido, debilidad institucional, pobres criterios para imponer límites a conductas transgresoras y tendencia social a trivializar estas conductas, entre otros. A nivel individual tal complejidad requiere que cada caso sea estudiado en profundidad para sugerir la ayuda específica. Pero a nivel institucional exige una decidida intolerancia a esas conductas. Lo inaceptable es considerarlo como un asunto menor. No se puede aceptar que “como todo está tan mal”, debemos ignorar, justificar y minimizar las transgresiones cotidianas de la juventud en formación.
Cuando algunas instituciones educativas y sus juntas directivas, humilladas por el miedo y reblandecidas por la comodidad, ignoran, minimizan o aceptan hechos reprochables que deberían ser sancionados ejemplarmente, están animando a los potenciales agresores a seguir violando normas. Padres de familia y educadores deben sobreponerse a la intimidación y obrar de acuerdo a la verdad y a la justicia. Solo parándose en la raya frente a las violaciones de los derechos de los demás cumplirán su misión formativa. Y se convierten en ejemplos para una juventud tan necesitada de criterios saludables. Y solo así van a cumplir la sagrada labor de ayudar a las mentes en formación a distinguir entre el bien y el mal.
Carlos E. Climent es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Durante30 años trabajó en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle, y durante 20 se desempeñó como miembro del Panel de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.