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El gatopardo
Lo que en realidad está en juego aquí y ahora no es la suerte de la dinastía borbónica en Sicilia, sino el papel de Europa en un mundo al que Europa le importa cada vez menos.

Veo en Netflix la serie El gatopardo y me acuerdo de la película del mismo título dirigida por Luchino Visconti, estrenada en 1963 y premiada en el Festival de cine de Cannes del mismo año. No niego que es un recuerdo borroso, porque han pasado muchos años desde la última vez que vi una de las obras absolutas del cine del Siglo XX. Pero aún así recuerdo, su deslumbrante opulencia visual, las interpretaciones fuera de serie de Burt Lancaster, en el papel del príncipe Salina, de Claudia Cardinale, en el de Angélica y Alain Delón, en el de Tancredi.
También persiste en mi memoria la idea de que esta historia sobrepasaba la caída del Ancien Regime en la Sicilia decimonónica y se proyectaba como una fábula con un significado universal. Hayamos o no visto El gatopardo, es casi seguro que conocemos la famosa sentencia de Tancredi, el sobrino consentido del príncipe Salina: “Hay que hacer que todo cambie para que todo siga igual”.
La serie, que reconstruye la secuencia de la película en la que Tancredi ofrece como respuesta a dicha sentencia a la pregunta del príncipe Salina de por qué se ha unido al ejército de Garibaldi, siendo consciente de que él ha desembarcado en Sicilia con el fin de derrocar la monarquía borbónica y poner fin al antiguo régimen del que ambos son privilegiados beneficiarios.
La validez de la sentencia permanece, pero sus resonancias son otras. Porque lo que en realidad está en juego aquí y ahora no es la suerte de la dinastía borbónica en Sicilia, sino el papel de Europa en un mundo al que Europa le importa cada vez menos.
Y no lo digo porque el presidente Donald Trump, haya anunciado ayer mismo, la imposición de aranceles de ‘dos dígitos’ a la industria automotriz europea, sino porque estamos asistiendo al desplazamiento irreversible del centro económico, político y militar del mundo hacia el Asia. O hacia el Asia Pacífico si se quiere.
La vasta región en la que Estados Unidos, y desde luego nosotros, tenemos todavía cartas que jugar, pero no así Europa, irremediablemente condenada a ser la península que la enorme masa continental asiática proyecta en el océano Atlántico.
De allí que la nostalgia por un mundo perdido que se apodera del ánimo del príncipe Salina, pueda confundirse con la que Europa siente por el papel de rectora del mundo que desempeñó durante más de cuatro siglos. La nostalgia de quien sabe que su destino es ahora el de un lujoso parque temático.
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