Opinión
El destructor de mundos
Es una gran película porque convierte un tema árido como el desarrollo de la bomba atómica en una carrera armamentista internacional de intriga, celos profesionales, suspenso y sexo
‘Oppenheimer’, la película de Christoper Nolan, tiene un título poco atrayente, una compleja historia científica sobre energía nuclear demasiado larga y difícil de seguir, una mezcla de guion teatral que se desarrolla en espacios cerrados y efectos especiales, donde no hay escenas de acción y donde la trama que va y viene en el tiempo involucra muchos personajes. La fórmula perfecta de un fracaso cinematográfico.
Sin embargo, es una gran película porque convierte un tema árido como el desarrollo de la bomba atómica en una carrera armamentista internacional de intriga, celos profesionales, suspenso y sexo, filmada con la más alta tecnología disponible, que es la fórmula perfecta del éxito.
Es un espectáculo visualmente atractivo con un protagonista excepcional, cuya vida misma es un misterio. Robert Oppenheimer es un niño prodigio. Es obsesivo, aislado y extremamente inteligente. Los psiquiatras que lo examinan cuando trata de envenenar con una manzana inyectada de cianuro a un profesor de Oxford que no le gustaba, diagnostican un posible caso de esquizofrenia.
Sus aportes a la física cuántica son destacados internacionalmente y es desde temprano par de los grandes físicos de su tiempo Enrico Fermi, Werner Heisenberg y Niels Bohr. Albert Einstein, ya viejo, se interesa por él. Izquierdista en política, cercano al Partido Comunista y mujeriego, para completar. Muere a los 62 años en las Islas Vírgenes, luego de haber sido glorificado, repudiado y reivindicado por el gobierno norteamericano.
Pero el éxito de la película, aparte de su impecable dirección, es la manera como plantea el problema ético de la construcción de armas de destrucción masiva, que enfrenta la ciencia con la política. El científico tiene la obligación ética de investigar, de avanzar en el conocimiento de la naturaleza. Cuando un descubrimiento como la fusión nuclear, que libera una cantidad inimaginable de energía, la fuente de calor que explica la vida misma, se convierte en un arma letal en manos de militares y políticos, surge otra obligación ética para el científico que es oponerse a ello.
El Proyecto Manhattan, que es la más grande y costosa operación científica de la historia hasta ese momento, busca crear una bomba nuclear, ante la preocupación de que Adolfo Hitler y la Alemania nazi lo logren primero. Advertencia que los propios físicos, Einstein incluido, le hacen al presidente Roosevelt. Desatan ellos mismos al Prometeo encadenado, al fuego que no van a poder controlar. (American Prometheus es el nombre de la biografía de Robert Oppenheimer de Kai Bird y Martin J. Sherwin, en la cual se basa la película).
Oppenheimer advierte sobre el peligro. Se siente responsable de las muertes de Hiroshima y Nagasaki y predica que haya un acuerdo internacional de control de armas nucleares, habida cuenta que es solo cuestión de tiempo que Rusia las tenga. Se opone al desarrollo de la bomba de hidrógeno, mucho más letal, que usa como detonador una bomba atómica. A los ojos del gobierno norteamericano, de la opinión pública y del macartismo imperante en la Guerra Fría, se convierte en un traidor y es despojado de todos sus privilegios científicos. El tiempo y el hecho de que las potencias no se hayan atrevido a volver a usar bombas atómicas le da la razón. El Presidente Johnson lo reivindica, la ética lo salva y Hollywood lo acaba de convertir en un héroe.